La desaparición de Santiago Maldonado desperfiló la campaña electoral, que ya no será lo que fue camino a las primarias. Eso sí, al margen de la bullanguería casi insoportable de haters macristas y cristinistas todo tarda en reconstruirse. Si es que se reconstruye antes del 22 de octubre próximo.
El gobierno no supo y no sabe cómo pararse frente al caso Maldonado. La reacción inicial fue de amateurs, de funcionarios que desconocen de qué se trata la defensa de los derechos humanos cuando les viene la mala. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, puso las manos en el fuego por los gendarmes que actuaron en Chubut sin tener registrado en el historial el pasado de las fuerzas de seguridad. Y lo que es peor: sin tener información, pese a ser la jefa máxima de Gendarmería. Raro en alguien que fue un cuadro militante setentista.
El gobierno creyó que la ausencia de paradero de Santiago Maldonado era otro gambito del kirchnerismo y la izquierda —siempre funcionales— para poner en aprietos a una gestión de derecha, a la que desde las veredas opositoras se le canta: "Macri, basura, vos sos la dictadura". Qué mejor que la desaparición de un artesano-militante en democracia para encuadrar más al presidente con un espectro ideológico. Una forma de hacer, además de una crisis política, una crisis ideológica.
Es verdad que el gobierno se mueve a sus anchas a la derecha, que no entiende demasiado de la bolilla derechos humanos y que tampoco lo apasiona, pero no por eso hay que caer en el facilismo de creer que le importa un pito la desaparición de una persona. No sólo ahora le importa, sino que luce desesperado para encontrar una luz al final del túnel. A veces, reacciona repleta de boutades, como lo que dijo el funcionario Hernán Iglesias Illa: "Lo más probable, o lo peor que pudo haber pasado es que algún gendarme suelto le haya pegado a Santiago Maldonado sin saber que lo estaba hiriendo gravemente, o no sé qué".
La razonabilidad que requiere un tema tan denso —que indudablemente es utilizado políticamente por la oposición para sacar algún rédito—, a veces es dejada de lado por el propio gobierno. ¿Qué debió haber hecho el Ejecutivo de entrada? Ponerse a la cabeza del reclamo, convocar a la sociedad e involucrarse como lo que verdaderamente es: una cuestión de Estado.
Mientras no pase el temblor, y nada se sepa de Maldonado, la campaña política de cara a octubre estará paralizada, fuera de foco y/o desperfilada. Además, se dará algo que sucedió en procesos anteriores: la reverberancia de las primarias resulta agotadora para el ciudadano común.
Algo de eso también está pasando en la provincia de Santa Fe. Claramente, los que perdieron necesitan salir al ruedo, ser escuchados, mostrar sus nuevas propuestas. El Frente Progresista rosarino, por ejemplo, terminó con el leit motiv de "el movimiento de Rosario".
Se escribió aquí antes del diario del lunes que esa consigna no se entendía y que nadie parecía hacerse cargo de la gestión local, que tendrá cosas negativas, pero también positivas. Además del monopolio de la gestión respecto de los otros frentes. Ahora Pablo Javkin encara una tarea proselitista más personalizada, pero lo que deberá salir a la cancha es la capacidad de la estructura oficial.
De todos modos, cualquier encuesta a la que se tenga acceso en las últimas horas muestra que la gran motivadora del voto contra el oficialismo, o a favor de otros candidatos, fue la inseguridad. No hay que ser una lumbrera para darse cuenta de eso, aunque muchos funcionarios ni siquiera lo internalicen. Queda claro que al rosarino no le importa que la jurisdicción del tema seguridad sea de la provincia. Quiere que Rosario sea una ciudad segura. Lo otro no interesa.
En el macrismo local, Roy López Molina busca restañar las heridas —que no son nimias ni menores— con el sector que respaldó a Anita Martínez. En ese sentido, ambos se mostraron juntos en el relanzamiento de la campaña. Si se repiten los resultados del 13 de agosto, hacia futuro el actual diputado provincial será visto como el potencial postulante a la Intendencia de Cambiemos. Más aún cuando el gobernador Miguel Lifschitz ha dicho públicamente que no volverá a postularse a intendente de Rosario. Sin esa opción, el panorama es muy sombrío para el socialismo. Salvo que pueda revertir la sensación de cancha inclinada. Se verá.
El peronismo rosarino y provincial tienen la obligación de mantener o mejorar su performance de las Paso. Cerca de la diputada Alejandra Rodenas revelaron que harán campaña junto a Agustín Rossi en algunos distritos, tratando de que no les carancheen votos desde frentes ajenos. La novedad de la semana fueron los dichos del intendente de Rafaela, el perottista Luis Castellano. "En Rafaela no vamos a hacer campaña por Rossi, vamos a trabajar por nuestras candidaturas". Un culto a la deslealtad, en el partido creador del Día de la Lealtad.
El segundo lugar de Roberto Sukerman en Rosario lo obliga a intentar mantener el caudal y superarlo para tornarse competitivo contra el macrismo a la hora de instalar la idea de que el peronismo puede volver a gobernar Rosario, algo que no sucede desde el año 1973.
Esas historias, y otras protagonizadas por las listas que quedaron en pie y pudieron superar el umbral de las primarias, tendrán la dificultosa tarea de posicionarse en un escenario público que hoy, aquí y ahora, habla de otra cosa. Habla y se pregunta: ¿Donde está Santiago Maldonado?