El mejoramiento institucional debería tener una mirada especial y grave respecto de la Justicia argentina. Todavía hay jueces que sólo hablan por su sentencia. Todavía hay jueces con privilegios monárquicos que creen que no tienen que dar cuenta de sus actos como pide la República, que no pagan impuestos a las Ganancias y que no entienden que son servidores y no dueños del poder que transitoriamente tienen. Las generalizaciones son injustas. Pero en muchos casos, y en éste en particular, bien demostrativas.
Si nos detenemos en la Justicia penal, el panorama suele ser desalentador. Nuestro sistema sigue imponiendo condenas perpetuas aunque se diga que están prohibidas. Las víctimas de los delitos están condenadas de por vida a no ver Justicia, a conocerla tardíamente o directamente a ser nuevamente victimizados.
Hay una corriente que de manera silenciosa pero indetenible que ha borrado el sentido común de las cosas. Quien sufre un delito es la única víctima. No hay más. El análisis de los motivos por los que el autor de un robo, de un homicidio o de una violación llegó a quitar una cosa, la vida o la integridad sexual de otro debería ser materia de otro campo. Pero el derecho penal y los jueces que lo aplican no tienen la función de relatarlos como periodistas o a buscar asistencia de los victimarios como si fueran samaritanos o asistentes sociales. Los jueces no son periodistas o sacerdotes que perdonan en los confesionarios.
Ejemplos de esto hay miles. Perdón, millones. El 11 de octubre próximo, en el Congreso nacional, esa enorme injusticia perpetrada por una parte del Poder Judicial quedará de manifiesto con la convocatoria "Para que no te pase", impulsada por madres que perdieron a sus hijos en homicidios, víctimas de violaciones que ven a sus agresores caminar libremente al lado de ellas y tantos más.
Allí estará Verónica Acuña, una frágil mamá de 31 años. El 27 de julio de 2015 caminaba con su hija Mayda de 3 años por las calles de Merlo con la intención de hacer algunas compras. Un poco después de las 10 de la mañana dos "motochorros" que salían de robar un maxikiosco en la zona se daban a la fuga luego de haberle quitado a la dueña del comercio su teléfono celular y algo de dinero. Todos los testigos que declararon en el juicio cuentan que uno de los ladrones disparó "porque sí" en la calle. A esa misma hora, en el mismo lugar, a metros del robo, Mayda recibió un disparo en su corazón que la hirió de muerte. Dos hombres iban en moto, cubiertos con el casco, y uno de ellos, que tenía una campera roja, disparó.
La nena de 3 años murió en el hospital en los brazos de Verónica diciendo en su última exhalación "mamá". La autopsia dice que la causa de muerte es el balazo en su corazoncito.
Los fiscales del lugar actuaron inmediatamente. En el giro de pocas horas, anoticiados por una testigo aterrorizada que pidió identidad reservada, encontraron a dos sospechosos. En la casa de esas personas secuestraron una moto, cascos, armas con la numeración limada y sin permiso de portación o de tenencia, proyectiles diversos, ropas y algunas otras cosas. Al lugar fue la fiscal Cecilia Corpfield demostrando que los funcionarios judiciales pueden y deben salir de sus escritorios tribunalicios. Se detuvo al "Bocha y al Bochi", los presuntos autores de este hecho que ya había visitados los tribunales varias veces antes por robos o tenencia de armas ilegales. Eso, ya se sabe, en nuestro país es un detalle.
Los fiscales de la causa, en poco tiempo, concluyeron que no había duda que aquí había un homicidio en ocasión de robo. Pidieron 18 y 22 años de prisión para sus autores.
A nadie por quien uno sintiera afecto le recomendaría que leyese el fallo de la causa que se conoció esta semana. Los jueces Osvaldo Fabián Cedarri, Humberto González y Aníbal Víctor Termite, del tribunal oral 5 de Morón, absolvieron a los que iban en la moto. No encontraron evidencia de relación entre la bala de los motochorros y el paro cardíaco de Mayda. El magistrado que fundamenta sus dudas (entendámoslo: los jueces no pueden dudar de la inocencia de los imputados pero sí de que la única bala que dispararon al robar fue la causal de la muerte) es el doctor Termite. Escribe mucho para explicar lo que falla. Falla.
No es sencillo explicar en pocas líneas la extensa prevención del magistrado por las cuestiones formales. Él no cree que la motocicleta secuestrada en la casa de los imputados sea "necesariamente" la usada por los ladrones. Es verdad. Cuatro testigos la reconocen. Se ve que no alcanzan. Otros no se atreven a decir que sí explicando el susto, el temor por su vida y la escena de una chiquita desangrándose. Se ve que al doctor Termite sólo le gustan los testigos de sangre fría con descripciones quirúrgicas de las cosas. Se agravia el juez de que el arma asesina no fue encontrada y que el dinero y robados en el maxikiosco tampoco. Es verdad que se "queda con la duda" porque no se allanó otro de los domicilios indicados por una testigo en donde podría haber estado todo esto. Dice textual: "Cierto es que no se llevó a cabo el allanamiento del domicilio donde se vio en la vereda al imputado Zapata dialogar con otro sujeto, gesticulando como si algo hubiera hecho y que, de tal modo, nos quedamos con la duda acerca de si allí podría haberse encontrado algo vinculado a los sucesos". Se queda con la duda.
El doctor Termite es un preciosista. Se inclina por dudar de los autores del hecho por el color de sus ojos. Otra vez, la cita es textual: "Según uno de los testigos, uno de los sujetos tenía ojos claros (color celeste), ello descarta de plano la intervención de los imputados de este proceso ya que ninguno de ellos, esto es Darío Ezequiel Pucheta y Gabriel Emanuel Zapata (Bocha y Bochi), posee los ojos de dicho color, circunstancia que vale la pena destacar". Está claro: en el medio de un tiroteo, de la muerte de una niña de 3 años, reparar en el color de los ojos de los delincuentes es totalmente exigible.
Por fin, Termite se quedó otra vez con la duda, con los testigos que declararon empañando el relato directo de la fiscal. No descarta que los testigos mientan. Dice, como médula de lo que piensa un juez argentino encargado de sancionar un homicidio: "Los jueces no somos adivinos ni tenemos poderes sobrenaturales como para penetrar en la mente de los testigos y saber por qué razón pudieron haber mentido y cuál sería la verdad que ocultaron. Nuestra labor llega hasta el análisis racional, lógico, acerca de la credibilidad del testimonio, pero no podemos sobrepasar ese límite imaginando lo que callaron".
¿En alguna de las 140 fojas de la sentencia los jueces razonaron con la linealidad del sentido común? Esto es: Mayda estaba en la vereda con su mamá. Dos motochorros acababan de robar y dispararon. No había nadie más, nadie de nadie, que hubiese disparado en ese preciso instante, sólo los dos ladrones. Ergo: los dos motochorros provocaron que Mayda perdiera la vida. ¿Pensaron esto? No. No hay una sola línea en esa dirección.
El caso de esta chiquita de Merlo no es el único. Se inscribe en la tristísima oleada de una corriente jurisprudencial que niega que un muerto de manera violenta es la única víctima y que todo el resto es corresponsable del delito que el asesino perpetró. Onanismo intelectual de muchos magistrados que sueñan con publicar artículos en Finlandia mientras maltratan a los justiciables en la Argentina.
Son magistrados que se amparan en la duda que desde los romanos beneficia al acusado. La pequeña diferencia es que ellos dudan ante lo evidente bajo el pretexto de ser progresistas, con lo que ultrajan al derecho penal. Y fascistas y autoritarios con los que se atreven a salir a caminar con sus hijos de la mano.