Las cartas han perdido su valor. Las dudas sobre la palabra, la tecnología o simplemente la pereza quizás sean sus principales enemigos. Pero somos de los que creemos que piezas tan nobles para la causa humana merecen ser desempolvadas para ocasiones como esta. Tres razones la tornan noble: la cualidad humana del destinatario, la honestidad de su pensamiento profundo y finalmente, el intento generoso de la controversia constructiva.
Hacer un raconto de su vida y obra, que por cierto ha enriquecido nuestro conocimiento, excede este escrito y solo deja lugar al agradecimiento. Recuperar una educación que honre al pueblo que usted y nosotros amamos es un objetivo y una preocupación vital compartida.
Un buen diálogo debe ser sincero. Por ello partimos revelándole la motivación primaria de este escrito. Es sencilla. Las noches televisadas de los domingos argentinos de años pasados, como sus recientes afirmaciones en programas políticos lo tuvieron como protagonista. En diferentes oportunidades usted preanunciaba la inminencia de la catástrofe del sistema educativo en medio de adolescentes con voluntad empeñada en desconocer conocimientos elementales de historia y geografía y la decadencia de un sistema escolar que priorice los méritos
Interrogantes diversos sobre fechas, autores y territorios no consiguen el acierto esperado y habilitaban su petición de cambios drásticos ante la actuada preocupación del conductor y los ojos sonrojados de alguna maestra televidente. Para su sorpresa y tal vez la de todos, los jóvenes siempre sonríen sin manifestar el menor complejo ante la escenificación de "una ignorancia tan escandalosa".
Lo que para usted era una evidencia irrefutable de la decadencia escolar, para los jóvenes era solo fortuna esquiva del azar lúdico. No olvide doctor que son épocas de "Preguntado". Es cierto, usted y nosotros hubiéramos esperado un esfuerzo mayor de la olvidada memoria que remite a maestros de autoridad incuestionada. Fuimos platónicos en algún lugar. Doctor: la verdad era recordar.
Debemos reconocer que también nosotros construimos un relato sobre aquellos tiempos de gloria. Con más propiedad y veracidad: fuimos lectores atentos de su historia publicada. Es más, estamos propensos a pensar que aún en la escuela ( "La utopía cansada") sobrevive aquella corona de laureles gastados. Tal vez compartimos la pena de observar a Diderot como un analfabeto a manos de internet.
¿Cuánto esfuerzo civilizatorio doctor? ¿Cuánta abnegación para homogeneizar las masas en ciudadanos valores? ¿Cuánto apostólico esfuerzo de guardapolvos incansables? Es verdad doctor, pensándolo en perspectiva la heroica historia no merece el irreverente desconocimiento de jóvenes tan instantáneos. Pero permítanos abrevar en su enseñanza doctor. Nos referimos a la científica. La enciclopedia indica la inconveniencia de diagnosticar el presente con métodos del pasado. El peligro doctor de mirar hacia atrás, es que el incuestionado mandato de la ciencia que obliga al porvenir, nos convierta en estatuas de sal. Tenemos miedo al homenaje pétreo anticipado doctor. Por ello, permítanos susurrarle con respeto que no conocer la fecha en que se sancionó la Constitución argentina no nos parece un indicador relevante del problema educativo.
Sin ánimo de escándalo —siempre nefasto para la escuela— y apelando a la memoria en la que usted y nosotros fuimos educados, permítanos decir que la diferencia entre Claudio María Domínguez en Odol Pregunta y los jóvenes que participan en diversos programas del prime time de la televisión argentina, es el celular que estos últimos llevan en sus bolsillos. Doctor, es la distancia entre memoria y conexión. Entre lo pesado y lo liviano, entre racional y sensible, entre cosmológico y cotidiano.
Usted, doctor, evalúa la educación y los jóvenes juegan en la TV, por eso no hay vergüenza y la autoridad no ruboriza. Nos gustaría contar con sus consejos sabios para disfrazarnos juntos de Erasmo y así escribir el Elogio a la Ignorancia. ¿Por qué no, doctor? Repartamos juntos ironías sobre nuestra sacra historia escolar y habilitemos los nuevos mundos que multiplican por segundos, profanos conocimientos.
Acompáñenos, doctor, a consagrar la "distracción" aunque se enojen las maestras. La rígida disciplina de las cosas era hija del espacio y nos hubiese encantado escucharlo en aulas modulares superando nuestra ignorancia. Pero como nos contó un padre extrañado: "Lo que me preocupa de mi hijo no es que no sepa sino que está fastidiado, aburrido." Esta es la cuestión, doctor; el problema no es la ignorancia sino el "hastío". Nos corrieron el escenario. La educación de espacios, cuerpos acostumbrados, automáticas disciplinas y memorias certeras ya no es desafío. Es celebración afectiva de cumpleaños de abuela tierna. Y muchas veces, justificación de sobrevivencia de la rutinaria escolaridad.
Doctor, el hastío nos sitúa en el tiempo y no ya en el espacio. El conocimiento viene a nosotros sin solicitud y sin respeto de lugares u horarios. Acompáñenos, doctor, con su indiscutida autoridad, a persuadir de la necesidad de una nueva interface conocimiento-escuela-sociedad para un nuevo mundo educativo. ¿Qué le parecen estas consignas:
—Por una pedagogía que se haga comunicación
—Por una razón que se haga deseo y sensibilidad
—Por una escritura que se haga imagen
—Porque los objetos (ocupan espacios) se vuelvan fenómenos (ocupan el tiempo).
—Para que la conducta programada de afuera y de arriba se haga interioridad y perspectiva.
—Para que el alumno dado, fabricado, estándar y construido desde lo cognitivo se haga autopraxis responsable y protagónica.
—Para que lo material se haga simbólico.
Nos acusaran de locos doctor, pero allí encontrará un nuevo significado su exquisita memoria del pasado glorioso. Ya no habrá estatuas de sal.
Reciba nuestro respeto y consideración.