"…no me dejes morir así, no
"…no me dejes morir así, no
me dejes caer en la trampa..."
Los Pericos
Quizás algo bueno de todo lo que está aconteciendo en la actualidad en relación con el conflicto con la educación pública es que vuelven a reactivarse los mecanismos de acción y reacción capaces de recordarnos que la democracia, a pesar de todo, sigue viva: manifestaciones públicas, luchas sindicales, movimientos sociales, reclamos colectivos de diversas procedencias; todo eso, más allá de las ideologías políticas que puedan constituirnos, articulado en función de amplificar los coeficientes de lucha democráticos reunidos en el reclamo de la defensa de la educación pública.
Como ya hemos sostenido en otros trabajos, en realidad, finalmente es la escuela la que siempre sostiene y defiende a la humanidad alojando a aquel "otro" sin preguntarle ni reclamarle absolutamente nada. Eso lo conocen bien hasta en los países de expresión más violenta para con las instituciones públicas, como es el caso de los Estados Unidos, donde así y todo, tras el paso de Katrina (2005), fueron las escuelas las que permitieron dar refugio a aquellas minorías que no pudieron contar con gasolina ni plata para planificar un viaje o pagarse alguna estadía en otro Estado hasta tanto el huracán cediera. Sin embargo, la escuela se hizo cargo del otro aspecto de la catástrofe, del aspecto social de aquel desastre natural.
En nuestro caso, en Santa Fe también lo sabemos bien con el tema de las inundaciones y con lo que sucede en muchos de los barrios vulnerables, donde (adhiriendo a los aportes de colegas de nuestra facultad como la doctora Sanjurjo), "cuando ni siquiera la policía puede llegar, aún llega el maestro con su guardapolvo blanco como único representante del Estado". Esa es la maravilla de la ética, junto con la dignidad fundacional investida al mundo de la escuela, que aún sigue viva y por la cual vale la pena luchar.
Sin embargo, las diversas difusiones sostenidas a lo largo de esta gestión presidencial en relación con el colectivo docente dejarían entrever ciertas ideologías que sostienen no sus discursos ("creemos en la revolución de la educación") sino fundamentalmente sus prácticas. De allí que, en este caso, siguiendo ciertos aportes de la filosofía, lo ideológico no necesariamente está en lo que decimos sino principalmente con lo que hacemos.
Sin embargo, a medida que los puntos de tensión se maximizan, discursivamente emerge aquello que verdaderamente también se piensa. De esta forma, el presidente de la Nación, en una más que desafortunada frase, manifestó su deferencia hacia la educación privada sosteniendo que aquellos que no pueden acudir a las mismas "caen" en la educación pública. Más allá de que podrían hacerse uno y mil análisis políticos referidos a ello, preferiríamos poner el eje de gravedad en otra parte de la discusión: en la falacia que significa que aquellos niños que sí concurren a la escuela en los días de paro insoslayablemente aumentan la brecha de desigualdad, o que estarían en mayores ventajas académicas con respecto a los otros.
Una vez más la grieta habla por sí misma: lo anterior dependería del prisma con el cual uno entienda qué es la educación, cuál es su finalidad política y qué tipos o formas de subjetividad se construyen o potencian en las sociedades a partir de las mismas. En este caso, no sería lo mismo un maestro que tras el Holocausto (en un contexto de Guerra Mundial y en donde seguramente los ingenieros que diseñaron los campos de concentración jamás faltaron a clases) decide volver a apostar —y afirmar— a la vida haciendo escuela en las ruinas, que maestros doblegados y vencidos que regresan al aula asumiendo (y entonces enseñando) que la explotación y la negación de los docentes y de la educación es la única salida ante un conflicto o para la vida.
Allí entonces se buscaría equiparar de una manera estandarizada la contabilidad numérica de los otros niños que en los momentos de paro acuden a la escuela, con una ventaja académica. Si bien de ninguna manera pondríamos en duda la necesidad —y fin en sí mismo— de que es allí donde docentes y estudiantes tenemos que estar reunidos, es también necesario aclarar que la lógica acumulativa-cuantitativa no es la única que sirve para garantizar los aprendizajes. Y precisamente la existencia de otras lógicas, ligadas al mundo de la experiencia, de lo cualitativo, de aquello que se escapa de lo cuantificable ("A thing of beauty is a thing for ever"; decía John Keats…o quién no recuerda una mirada de un padre, una palabra de una madre, un aroma de verano, un amor de un segundo), con la fuerza constitutiva de acompañarnos toda una existencia. Lo que se escapa es aquello precisamente por lo que no preguntamos (o no valoramos) qué significa. Y en este callar o que tampoco puede decirse, medirse, reside su valor.
No negamos que debemos acudir a la escuela. Pero tampoco afirmamos que por el solo hecho de ir más días, los otros niños necesariamente estén en ventaja académica. La escuela afirma y reafirma también otros mundos de aprendizajes: solidarios, éticos, políticos, subjetivos, colectivos, que cuando están bien articulados favorecen espacios psíquicos de aprendizajes capaces de equiparar y superar al tiempo (supuestamente) perdido.
Sobrarían ejemplos a lo largo de la historia de la Humanidad para dar cuenta de lo anterior, desde individuales como Mandela hasta colectivos como nuestros pueblos que lucharon victoriosamente por su liberación, por la verdad y por la memoria, pasando por la Carpa Blanca hasta la proximidad del Centenario de la Reforma Universitaria del 18.
En todo caso, aquel que "cae" o se "cae" siempre tendrá la oportunidad de levantarse y de volver a mirar a los ojos. Pero el tramposo, o quienes ponen la trampa, no necesariamente sentirán la necesidad de restablecer esa mirada junto al otro.
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