Leo en
La Capital que en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) se anuncian foros y
consultas públicas para "debatir", "discutir" y "consensuar con la mayor cantidad de opiniones
posibles" una nueva ley de educación superior. Y debo admitir que no soy nada optimista con lo que
se viene.
Que circule la sola idea de argumentar algo seriamente en el conjunto de la
comunidad académica de la universidad pública me alegra, pero a medias. Porque realmente creo que
allí el autoritarismo de unos pocos ha devaluado el intercambio de palabras, la controversia, el
juicio, la reflexión y el pensamiento. Ojalá me equivoque.
Dos hechos lamentables ocurridos la semana pasada se sumaron a una
larga cadena de pobres episodios en la UNR. El primero sucedió en la Facultad de Humanidades y
Artes. Allí, el Consejo Directivo integrado por docentes, no docentes, estudiantes y graduados
resolvió por mayoría incorporar a agentes de seguridad privada porque se habían sucedido algunos
robos y atracos en el lugar. Algo lamentablemente común por estos días y de fácil efectividad en
una facultad donde circula con total libertad quien quiere. Pero la decisión de un organismo
democrático parece importarles muy poco a 40 alumnos que decidieron echar a los vigiladores, no sé
esta vez bajo qué consigna.
Y más. Se supo recién por estos días que, en febrero, 200 alumnos rindieron un
examen en Medicina. Pero como sólo un 11 por ciento aprobó, el decano de la Facultad,
entrometiéndose en la libertad académica, se pasó vaya a saber por dónde los resultados y la
decisión del profesor, y suspendió los bochazos.
Lo peor es que esto no empezó esta semana. Recordemos.
El 21 de diciembre de 2000 se discutía en la Facultad de Derecho un examen para
los ingresantes. Parece que un estudiante se cansó de tanta porfía e impuso su punto de vista a los
puñetes: cobró el profesor Benito Aphalo.
El 14 de octubre de 2001, este diario publicó una nota al investigador y
profesor de Ciencia Política Hugo Quiroga. Opinó sobre el estado de la universidad y, entre otras
cosas, dijo: "No se puede seguir reclamando la universidad de los trabajadores porque en esta
sociedad de cambio las variables ya no son el trabajo y el capital, sino el conocimiento". La
respuesta a su pensamiento no fue el debate, sino un escrache de su propio gremio.
Dos años después, a un grupo de alumnos se le antojó tomar el desocupado
hospital Rawson (la medida duró 24 días). Dijeron ser "excluidos" del sistema y pidieron una
residencia. Durante el desalojo hubo forcejeos entre policías y estudiantes y un concejal golpeado.
El rector les otorgó cincuenta becas. Sólo cinco las fueron a buscar.
Un año después se celebró la Asamblea Universitaria con el fin de analizar los
presupuestos 2001 y 2002. ¿Intercambio de cifras e ideas? No, huevazos, harina, escupitajos,
empujones, además de sillas y computadoras voladoras.
En junio del año pasado hubo que elegir un nuevo rector para la casa. El 5 de
junio, barrabravas, patovicas, no docentes y estudiantes se enfrentaron a piñas y piedrazos en la
puerta de la Facultad de Ingeniería.
Sí, es cierto, la universidad no está ajena a lo que pasa afuera; hay miserias e
intereses como en todos lados y en cada individuo. Pero si ya no podemos pensar y hablar en la
academia, estamos fritos, ¿no? Ojalá podamos.