Analizar a un jugador ni bien acaba de morder el polvo de la derrota no es sencillo. Lo más fácil sería caerle encima y destrozarlo por lo que pudo haber hecho y no hizo en el partido decisivo. El discurso simplista es repetir una obviedad más grande que el estadio Maracaná, que es afirmar que Leo jamás será igual a Maradona. Eso es real, pero no sólo en términos futbolísticos, sino por sobre todas las cosas porque en la condición humana nadie es igual a otro, en ninguna actividad que emprenda. Hablando de los tiempos modernos del fútbol, el pentacampeón Brasil jamás pudo parir a un sucesor de la magnitud que tuvo Pelé. Y por qué Messi está obligado a tener la dimensión extraordinaria de Maradona. Es un error garrafal y hasta podría rozar lo maléfico observarlo siempre bajo esa lente gloriosa de Diego. En el fútbol todas las opiniones son válidas, hasta las que hoy crucifican a Leo porque ayer no inventó la jugada para ganar el Mundial. Messi es un jugador sensacional, que es cierto que en su tercer intento no pudo levantar la Copa, pero cocinarlo a la parrilla es improcedente. Maradona hay uno solo y Messi también es único. Por suerte los dos son argentinos.