"Gabriel tenía el don de la música, era un líder positivo y buen alumno", contó esta semana la directora de la Escuela Nº 1.027 Luisa Mora de Olguín pocas horas después de conocerse el brutal asesinato del chico de 13 años ultimado en una esquina de barrio Ludueña.
Esta barriada popular del noroeste rosarino volvió a llorar otra vez la muerte de uno de sus pibes. "No hay semana que no tengamos que lamentar algo", apuntaba con profundo dolor el cura salesiano Edgardo Montaldo. Escuchar a este sacerdote y a todos los que forman parte de ese impresionante trabajo en red en Ludueña es un ejercicio necesario para entender la dimensión de cada una de las jóvenes vidas que se apagan a punta de pistola. No son un número más. Las cifras de adolescentes y jóvenes muertos en los últimos meses por hechos similares impactan por su contundencia, pero a veces obturan la posibilidad de tomar real dimensión de cada historia. Porque se trata de sueños truncados por la violencia. Lo que no es poco.
Claudia De Gottardi, la directora de la escuela a la que asistía Gabi, contaba que "era un chico lleno de proyectos e ilusiones" y que su idea a futuro "era empezar el día de mañana a estudiar música y ser cantante profesional". Tomarse un tiempo para reflexionar sobre estas palabras tal vez sirva para comprender aquella frase plasmada en las paredes de los barrios, que sencillamente pide que no haya "ni un pibe menos".
También a principios de semana, los cuerpos de dos jóvenes fueron hallados asesinados cerca de un búnker de venta de drogas en San Francisquito. A pocos metros de allí se ubica el Jardín de Infantes "Victoria Walsh", que la pelea a diario para brindar herramientas a los chicos en la primera etapa de escolarización, a la par que enseñan un oficio a sus padres.
El drama se repite en otros barrios. Los relatos se superponen y laceran: el director de una escuelita ubicada casi en los bordes de la ciudad pide a las autoridades algo tan directo y punzante que lastima: "No nos dejen solos con esto". Mientras tanto, en una secundaria del sur rosarino una alumna le confiesa a su directora: "Seño, nos están matando a todos nuestros amigos". En ese contexto brutal desde lo humano y lo simbólico deben dar clases los docentes y sus alumnos aprender.
El cura Montaldo pidió tomar conciencia de la realidad que sufren los chicos en los barrios. "Necesitamos hacer un llamado a toda la sociedad, porque lo que están pasando nuestras niñas, niños y adolescentes es de terror y continuo". Tal vez sea hora de hacerse eco de ese pedido y multiplicarlo. Verbalizar el dolor, pero también traducirlo en acciones concretas para evitar que otros pibes tengan el mismo destino.
El lunes las paredes de la 1.027 se llenaban de mensajes cargados de amor y emotivos recuerdos para Gabi. Junto al dolor inmenso de la familia, los chicos y docentes de Ludueña despidieron sus restos en la misma escuela. En la puerta, un cartelito sintetizaba el sentir de todo un barrio: "No hay clases, estamos de duelo".