El recuerdo de aquel clásico amistoso veraniego trunco de 2013 es pertinente. También aquella vez el problema fue en Newell's y el Ministerio de Seguridad de la provincia, a cargo entonces de Raúl Lamberto, se zarandeaba de un lado a otro sin asumir responsabilidades en la suspensión. Aquellos dirigentes leprosos, tampoco. Algo parecido pasa ahora. La razón indica que es riesgoso hacer este banderazo. Ni la importancia de este clásico devaluado, forzado, ni las posibles consecuencias lo ameritan. A esta hora no es difícil imaginar que los mismos de siempre pueden volver a las andadas, que tendrán una nueva chance de presionar a la dirigencia, amén de una disputa interna que se cobró vidas hace demasiado poco en las puertas del club y encima, se supone, con un tercio menos de policías. Nadie quiere quedar como responsable de suspenderlo, nadie quiere pagar ese costo que algunos asocian con debilidad. Pero hoy, a uno y otro actor les toca estar en esa posición incómoda, no deseable es verdad, de tomar una decisión con el coraje que la circunstancia exige. Es cierto que desde el lado del hincha verdadero, el que repudió valientemente a esa barra el domingo e hizo tradicional su fiesta preclásico, sería como ceder terreno a los violentos, pero la seguridad de esas mayorías es la que está en juego aquí y ahora, y los partidos oficiales son las citas inevitables, la de mañana no. No parece un buen momento de tentar al destino.