Como sacerdote quiero darte mi opinión sobre la consigna que se repitió en el Encuentro de Mujeres de Rosario: "Iglesia, basura, vos sos la dictadura". Quiero hablarte directamente a vos, que quizás estuviste en esa o en alguna otra marcha. Quiero que sepas que no es verdad. La Iglesia no es una basura, ni es una dictadura, ni la dictadura. No somos perfectos. Todos los que formamos parte de la Iglesia somos pecadores, frágiles. Y más allá de los pecados individuales, debo reconocer que incluso muchas veces, a lo largo de la historia, nuestra manera de actuar como institución no ha estado a la altura del legado de Jesús. Pero te puedo asegurar que hay muchas mujeres que en la Iglesia han encontrado alegría, consuelo, esperanza, libertad. Y para que no creas que te digo esto porque me lo contaron, permitime que te relate lo que muchas veces me toca hacer en mi parroquia, y, como yo, a tantos miles de sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos. ¿Sabés cuántas veces me ha tocado consolar, defender, alertar, a mujeres golpeadas? ¿Sabés a cuántas he invitado a abandonar -al no poder sanarlo- un vínculo afectivo enfermizo, un noviazgo violento, una relación de pareja e incluso un matrimonio abusivo? ¿Te contaron alguna vez que los sacerdotes también acompañamos a las mujeres que son golpeadas a que puedan denunciar a sus agresores? ¿Y sabías que muchas veces los sacerdotes somos los primeros confidentes de mujeres que han sido abusadas en su infancia, o acosadas o violadas? ¿Sabías que invertimos muchas horas de nuestros ministerios escuchando a las mujeres narrarnos sus tristezas? ¿Que nos toca ser el paño de lágrimas de tantas mamás que ven a sus hijos morirse por la droga? Pero, dejame que te diga aún algo más: ¿sabés la cantidad de veces que, como sacerdotes, nos ha tocado escuchar el desgarrador relato de una mujer que no logra vivir en paz por el recuerdo de aquel hijito que abortó? No te imaginás el dolor profundo, indeleble, que el aborto de uno o más niños deja en tantas mujeres, que después de 50 o 60 años continúan llevando esa herida. Y que, como sacerdote, una y otra vez, he tenido que intentar aliviar y suavizar, intentando ser un buen samaritano para ellas. ¿Entendés ahora un poco mejor por qué no podemos apoyar el aborto? No sólo por amor a los bebés sino también a las mujeres que ya los están gestando. Porque en cada aborto no muere sólo un bebé, sino también una mamá. En realidad, sólo vas a comprenderme si te acercás a una parroquia y comprobás que no somos aquello que se proclama en las marchas. Si vas a una parroquia vas a ver que nuestras comunidades no son perfectas, pero que no obligamos a nadie a nada. ¡Eso es falso! Te lo vendieron y lo compraste. La Iglesia no es una basura, no es una dictadura. Proclamamos valores morales absolutos por fidelidad a Jesús. Anunciamos el valor de la vida y la familia. Anunciamos que la sexualidad es un gran don de Dios, que necesita siempre ser cuidado y respetado en su integridad para hacer felices a las personas.