"La que esto escribe nació en la frontera de Tucumán y en el recinto de un campamento. Pasé los primeros años de la infancia en la soledad de los campos, donde mi padre, coronel en el ejército patriota, había juzgado necesario relegar a su familia, pues, las ciudades eran entonces, el teatro de la guerra. Crecí entre los rebaños, sin otra sociedad que los pastores y los soldados de mi padre". Con esa frase la escritora salteña Juana Manuela Gorriti describe las principales notas de su infancia. Lo hace en un libro de observaciones y reflexiones biográficas, titulado Lo íntimo y editado en forma póstuma. Ahora bien, usted lector o lectora preguntará por qué elegimos a esta mujer para reflexionar sobre la vida cotidiana y las costumbres en los tiempos de la independencia. Ofrecemos tres respuestas.
La primera podría ensayarse acudiendo a la genealogía de la dama. Su padre, José Ignacio, además de ser un afortunado terrateniente, fue varón de leyes graduado el la docta universidad cordobesa y diputado por Salta en el Congreso de 1816. Su tío Juan Ignacio adquirió reconocimiento en la carrera eclesiástica siempre al servicio del proyecto independentista como así también otro de los hermanos paternos, Pache Gorriti, supo destacarse en la actividad militar al alineándose en las huestes federales. Por lo cual, por dinero o por acciones políticas, el apellido Gorriti se inscribe en el panteón de los héroes de la patria, siendo Juana Manuela la hija/sobrina escritora. Muchacha que, lejos de ser sumisa, activó su rebeldía y empuñó la pluma para reclamar un lugar en el espacio público..., en este punto empezamos a componer una segunda respuesta. Juana Manuela fue una destacada y prolífica escritora del siglo XIX. Su obra lejos de ser obediente, defendió la causa de la mujer. Por lo cual, no se contentó con publicar textos sino que militó esas notas oficiando de anfitriona de tertulias y gestando una de las primeras escuelas latinoamericanas para señoritas (en la ciudad de Lima). En sus veladas literarias provocó el encuentro entre mujeres y varones de letras de diferentes urbes latinoamericanas, generando así tramas de sociabilidad y de visibilidad intensas.
Justamente, esa gimnasia de escritura es la que habilita la tercera y definitiva respuesta. En el ocaso de su vida nuestra escritora, como ya dijimos, redacta Lo íntimo. En esos recuerdos acude a la infancia como sí esa etapa fuera un refugio útil para sobrellevar los pesares del presente que la aquejaba. Entonces, al describir esos momentos de niñez intercala notas de la vida cotidiana en los tiempos de la independencia. Justamente porque ella nació el 16 de julio de 1816 (aunque algunas referencias fijan su natalicio en el año 1818 y/o 1819).
Parir, asunto privado y de mujeres
Entonces nos cuenta que su familia conformada por el padre, la madre, María Feliciana Zuviría, y los siete hijos habíase trasladado de la ciudad de Salta al campamento de los Horcones, situado en Rosario de la Frontera (Salta) motivados por las convulsiones de los tiempos de guerra. El progenitor, seguramente, por compromisos relativos a su rol de diputado salteño no estuvo presente el día del parto. No obstante y de acuerdo a las costumbres de época, parir era un asunto privado y de mujeres.
Las damas de la élite suspendían las actividades públicas en los tiempos de embarazo hasta tanto dar a luz. El parto ocurría en la casa y la asistencia era completamente femenina siendo la partera, una comadrona del lugar, quien acompañaba el acto. La nueva criatura se incorporaba a la vida familiar siendo asistida por las amas de leche, multas de preferencia, quienes, posiblemente, acompañaban a la niña, luego señorita, a lo largo de la vida. El bautismo era el acto que permitía a los recién llegados adquirir identidad pública.
Para las elites, nacer en la campaña no necesariamente implicaba condiciones de confort diferentes a las urbanas. Ellos procuraban construir casonas confortables. Estas poseían habitaciones públicas, como salas de reuniones, escritorio y comedor, junto a otras privadas, los dormitorios y vestidores, y retirados de estas se encontraba la cocina (un sitio con hollín y olores intensos). Aún no había adquirido espacialidad el cuarto de baño, por lo cual se utilizaban bacinillas y lavatorios móviles en los dormitorios (que los sirvientes higienizaban). Es preciso aclarar que 1810 provocó un cambio en los modos del consumo de objetos de uso doméstico (sean estos utensilios de cocina, mobiliario, útiles de mercería, etc.) debido a la apertura del libre comercio, fundamentalmente con Gran Bretaña. Esas incorporaciones fueron graduales y consistían en objetos decorativos (vajilla, platería, mobiliario, etc.), artefactos impulsados a tracción humana y piezas textiles (telas y ropa de blanco, etc.). Algo de esto llegó a la campaña, aunque se reconoce que el flujo comercial tenía profundos límites, resultando siempre modestos. Por ejemplo, el vestuario femenino era despojado. En memorias y/o testamentos de damas de la época (generalmente viudas) se advierte que dejaban como herencia vestidos y joyería no así zapatos (porque estos eran confeccionados con tela y cartón, por lo cual rápidamente se destruían).
Puchero y guisados
Tan modestas como el mobiliario y el vestuario eran las costumbres culinarias, resultando más cuantiosas en cantidad que en variedad. La carne era el ingrediente en torno al cual giraba la dieta. Pero, la carne como pieza única sin cortes especiales y con condiciones de conservación limitadas (el saladero y su derivado el tasajo). El menú consistía en: puchero (olla podrida), guisados o asados. Las piezas de carne no siempre provenían de vacunos, solían ser aves (patos, pollos pero también palomas y pajaritos) o corderos. A su vez la huerta aportaba lo suyo: zapallos, verdolaga, remolachas, papas, choclos y también frutales: duraznos, peras, etc. En la combinación gastronómica surgían: carbonadas, locros, pucheros, guisados, sopas secas como así también dulces de frutas, pastelitos, mazamorras, picarones. El mate y el chocolate fueron las infusiones de preferencia. Ambas requerían una vajilla cuyo brillo y material marcaba el estatus de las familias usuarias.
Pese a las limitaciones en el acceso a los bienes de uso, las damas se distinguieron de sus asistentes por el modo de vestir pero también por las maneras de experimentar la vida. En la casa de los Gorriti, como en la de tantas otras familias, residían algunos sirvientes: la cocinera y la nodriza, generalmente mulatas. Estas eran personajes clave, puesto que las señoras se desempeñaban en una agitada sociabilidad con algunos momentos de trabajo en las labores de punto. Bordar fue una práctica habitual en las señoras y señoritas, estudiar piano y asistir a la escuela de primera letras y saberes femeninos de matriz eclesiástica también.