Mientras las relaciones internacionales entre naciones o bloques de países tienden a la búsqueda de la distensión de los conflictos que surgen en el mundo por cuestiones estratégicas y principalmente por intereses económicos, el respeto por la dignidad del ser humano parece estar relegado cada vez más a un segundo plano.
Estados Unidos cambia su anacrónica posición ante Cuba después de más de medio siglo, negocia un más que polémico acuerdo nuclear con Irán y se enfrenta a su antiguo enemigo de la Guerra Fría por Ucrania. Pero, al mismo tiempo, tiene de mejor aliado en el mundo árabe a Arabia Saudita, una monarquía despótica que viola sistemáticamente los derechos humanos, tortura a los detenidos, aplica condenas de amputaciones para algunos delitos y la muerte por decapitación para otros.
Rusia, con un siempre sospechoso Putin a la cabeza, promete seguir abasteciendo de armas a Irán, que las emplea para consolidarse como una potencia militar en el Golfo Pérsico pero también para asistir al déspota sirio Bashar Al Asad, que libra por quinto año consecutivo una guerra civil contra distintos grupos facciosos, algunos de los cuales cometen las peores barbaridades contra la población civil. Cuando esa guerra termine y se conozca la verdadera magnitud de esa masacre ya será tarde. Por ahora, los cálculos más conservadores afirman que nada menos que unas 220 mil personas han muerto, miles de niños incluidos.
Si las naciones más desarrolladas del planeta no logran poner fin a masacres colectivas en distintas partes del mundo, poco queda por esperar ante casos individuales de represión al libre pensamiento, a la vida democrática y a la tolerancia religiosa.
Tal vez por eso no es muy conocida la situación de un joven bloguero musulmán de Arabia Saudita cuyo pecado fue haber difundo su pensamiento a través de la web.
La historia. Raif Badawi es un saudita de 31 años, casado y con tres hijos pequeños. A través de su blog, “Sauditas Liberales Libres”, que había creado en un sitio web, comenzó a difundir sus ideas y opiniones sobre política internacional, religión y asuntos internos del país. Sus comentarios se tornaron intolerables para el férreo régimen saudita y en 2012 fue arrestado por diversos cargos, entre ellos el de blasfemia, cibercrimen y desobedecer a su padre (penado en ese país), pero sobre todo por expresar libremente su opinión, contraria a la de la monarquía. Años antes ya había sido detenido, pero liberado después de un tiempo, por cargos de apostasía (renegar de la religión) al poner “me gusta” en una página de Facebook árabe cristiana y decir que “musulmanes, judíos, cristianos y otros eran la misma cosa”.
En su segundo arresto, Raif Badawi no tuvo la misma suerte y fue condenado a siete años de prisión y 600 latigazos. La sentencia fue “revisada” en 2013 por un tribunal superior pero la pena fue elevada a 10 años de prisión, mil latigazos y una multa cercana a los 250 mil dólares.
Su abogado fue arrestado por crear una ONG de derechos humanos y “romper la lealtad con la autoridad”. Fue sentenciado a 15 años de prisión.
Los jueces ordenaron que los latigazos contra el joven bloguero deben ser administrados en tandas de 50 una vez por semana, los días viernes, y frente al público. La primera ronda, pese a la presión internacional, se ejecutó en enero de este año. El muchacho la resistió, pero las mismas autoridades sauditas vienen postergando la siguiente secuencia porque los médicos advirtieron que no aguantaría más azotes.
En una carta que logró hacerle llegar al semanario alemán “Der Spiegel”, Raif Badawi relató cómo vivió el momento de los latigazos: “Sobreviví por milagro a los golpes, mientras una multitud de gente me gritaba “Allahu Akbar” (Dios es grande). Todo este cruel sufrimiento me ocurrió sólo porque expresé mi opinión”, dijo. En Alemania acaba de aparecer un libro de Badawi titulado: “Mil latigazos porque digo lo que pienso”.
Pensamiento. Las ideas del joven saudita, que podrían expresarse con total libertad en cualquier país democrático, pero muy difícil de encontrar en Medio Oriente, fueron seguramente imposibles de digerir para una monarquía teocrática como la saudita. El diario inglés “The Guardian” recogió algunos de sus escritos antes de que el gobierno clausurara su blog.
Sobre la separación de la religión y el Estado, Raif Badawi publicó en la web: “Ninguna religión ha tenido conexión con el progreso civil de la humanidad. No es una falla por parte de la religión sino que todas las religiones representan una particular relación espiritual entre el individuo y el creador. Sin embargo, las leyes positivas son una inevitable necesidad humana y social, porque las normas de circulación, derecho laboral y los códigos que rigen la administración del Estado difícilmente puedan derivar de la religión”.
En relación a la posición saudita sobre Israel escribió: “No apoyo ninguna ocupación israelí de tierra árabe, pero al mismo tiempo no quiero que se lo reemplace por un Estado religioso cuya principal preocupación sea difundir la cultura de la muerte y la ignorancia entre su gente. Lo que se necesita es modernización, porque los Estados basados en la religión no traen más que miedo a Dios y la imposibilidad de enfrentar la vida. Observen lo que ha ocurrido después que los europeos removieron a los sacerdotes de la vida pública y los restringieron a los templos: formaron seres humanos libres, surgieron la ilustración, la creatividad y la rebelión. Los Estados basados en la religión confinan a sus pueblos en un círculo de fe y miedo”.
Con ese pensamiento racional, alejado del misticismo y lo divino, el joven saudita no podía permanecer impune en una sociedad que castiga por flagelación y muerte los delitos, entre otras primitivas barbaridades como someter a la mujer a casi un objeto inanimado.
Raif Badawi sigue preso por pensar distinto al régimen saudita y su familia está asilada en Canadá, pero al menos la secuencia de 50 latigazos de cada viernes hasta llegar a los mil ha sido por ahora suspendida, aunque el temor de que se reanude es permanente.
Otros casos. El del bloguero no es un caso aislado en Arabia Saudita. Una mujer fue condenada hace unos años a 200 latigazos y seis meses de cárcel por “indecencia” y haber denunciado ante un medio de comunicación que se edita en inglés que había sido violada por siete personas. Mientras estaba en un auto con un compañero de estudios, un grupo los asaltó y la joven, de 19 años, fue abusada sexualmente. Fue sentenciada en primera instancia a 90 latigazos por no cumplir con la ley que obliga a las mujeres a salir a la calle siempre en compañía de un familiar o el marido y por haber intentado influir ante la Justicia por medio de la prensa. Apeló el fallo, pero la sentencia se agravó: 200 latigazos y seis meses de cárcel. Finalmente, el rey (ya fallecido) la indultó. Los violadores, para quienes el fiscal había reclamado pena de muerte, fueron sentenciados a entre dos y nueve años de prisión.
También, hace pocos meses, una empleada doméstica filipina, Ruth Cosrojas, fue condena a 18 meses de prisión y 300 latigazos por cargos de organizar una red de prostitución, cosa que negó casi sin poder tener asistencia legal. Cumplió 13 meses de cárcel y la mitad de los azotes: es decir, recibió 150 latigazos antes de ser deportada de Arabia Saudita a su país de origen.
Frente a los sauditas, sólo cruzando el Mar Rojo, se ubica Sudán, un estado africano fallido, en permanente guerra tribal y en donde se ha denunciado tráfico humano de esclavos. Allí, una mujer de 27 años, Mariam Yahia Ibrahim Ishag, fue condenada el año pasado a 100 latigazos y a la horca por apostasía y adulterio. Hija de padre musulmán y madre cristiana, eligió seguir la fe materna y se casó con un sudanés cristiano que tenía también nacionalidad norteamericana. Pudo ser liberada por presión de la embajada norteamericana en Jartum y ya vive en Estados Unidos. Pero otra mujer acusada por cargos similares no tuvo la misma suerte: fue azotada en público por policías y todo filmado en un video que se puede ver por internet.
Debate. Podrá decirse, tal vez con cierto fundamento, que debe prevalecer el respeto a otras culturas, a sus costumbres y sus leyes. Y que cualquier injerencia es perniciosa. Los países occidentales que tienen importantes vínculos con Arabia Saudita parecen privilegiar los negocios por sobre todo, aunque al menos presionan a la monarquía para suavizar algunos casos particulares. ¿Pero se puede permanecer ajeno ante el sufrimiento y lo primitivo de terribles castigos injustos?