La victoria canalla sobre Deportivo Merlo sirve para rescatar la figura de Antonio Medina, un atrevido, un valiente, aún en el desorden. El Chucky fue el único que se animó a rebelarse ante una tarde de pocas luces en el aspecto colectivo. Fue el que puso la pelota debajo de la suela y complicó a los rivales con sus cambios de direcciones y aceleraciones. Sus irrupciones exhiben improntas lejanas a las reglas de la ortodoxia, pero siempre buscan sorpresa y profundidad. Y en líneas generales siempre se las arregla para someter defensores adversarios con sus cometidos. Un técnico que pasó por Central dijo, mitad en broma y mitad en serio, que Medina necesitaba “un GPS” para jugar. Una ironía que graficaba con un alto grado de síntesis, algunos de sus problemas de ubicación y de apresuramiento en la toma de decisiones. Pero es desde allí, desde el momento que baja la cabeza y empieza a levantar marchas, que comienza a ser incisivo, algo confuso, pero también determinante. Que esta columna valga como reconocimiento para un delantero que logró superar los cuestionamientos externos y se entregó a las crudas bases de su instinto en una categoría que suele atar y reducir a los más temerosos. Medina es hijo de su propia decisión. No se fija en el calibre de los rivales, en los escenarios de ocasión, ni en los espacios disponibles. Siempre ataca. Ese es su peor defecto y también su mejor virtud.