Kazimir Malevich (1878-1935) es uno de los tantos vanguardistas rusos de comienzos del siglo XX, que patentó el suprematismo y marcó al mundo del arte moderno cuando pintó un cuadrado negro que, sin proponérselo, sentó las bases del arte abstracto. En el catálogo de la muestra, Adriana Rosenberg, presidenta de la Fundación Proa, destacó el valor de esta obra en particular: “Con su famoso Cuadrado negro, de 1915, se abandona la figuración y es considerado el nacimiento del arte abstracto”. Pero además de esta obra, la muestra Kazimir Malevich. Una retrospectiva atraviesa distintas épocas del artista: desde el futurismo hasta los retratos populares, y constituye un hito porque es la primera vez que la obra del gran artista ruso no sólo está en Argentina, sino en Latinoamérica; antes había estado en la Bienal de San Pablo pero con otro artista más; hoy, en solitario, se realza su importancia y amenaza con convertirse en la mejor celebración de los veinte años de existencia de Proa en La Boca.
Pero antes de llegar a Buenos Aires la muestra vivió sus peripecias; de hecho fue montada a última hora, porque llegó con un día de anticipación, por lo que su instalación concluyó a las tres de la mañana, sólo ocho horas antes de su presentación a la prensa. Estas peripecias se debieron a un embargo que pesaba sobre el Estado ruso, dado que éste había expropiado una petrolera en 2014; en otras palabras, como la muestra pertenecía al Museo del Estado Ruso y estaba el antecedente de la fragata Libertad detenida en Ghana por los fondos buitre, temían que fuera tomada como prenda de pago, cosa que hizo que se extremaran las medidas y se fuera aplazando una y otra vez la fecha de inauguración. Después de todo, las obras que llegaron están valuadas en cientos de millones de dólares, de ahí que tuvieran que contratar seguros y se recurriera al Ministerio de Cultura de Argentina y al departamento legal de Techint, del cual depende la Fundación.
Pero más allá de los festejos, Malevich integra una tríada de pintores rusos fundamentales de principios de siglo: Kandinsky, Chagall y él revolucionaron el arte en Rusia antes de que la Revolución lo hiciera con el país. Esto no sólo se vivió en la plástica, también en la escritura con Vladimir Maikovski, Boris Pasternak y Viktor Shklovski. Todos ellos sentían que el arte y la literatura debían ser revolucionarios. Pasternak, autor de la célebre novela El doctor Zhivago, recordó, como bien consigna Laura Estrin en el prólogo de la Poesía lírica, de Maiakovski, que éste “no andaba solo, como sí pudieron hacerlo los pintores Kandinsky, Malevich y Chagall”. Agrega que a principios del siglo XX se vivía un pesimismo cultural que hubiera sido completo a no ser por las esperanzas mesiánicas del simbolismo, el futurismo y el acmeísmo: “Pero a partir del año 20 el Estado concluirá por darle órdenes al arte, que se coagulaba en miles de grupos pero también en muchos solitarios”. Malevich era uno de esos solitarios y Maiakovski uno de esos gregarios; el primero murió en 1935 y el segundo cinco años antes.
El futurismo
El futurismo italiano de Filippo Tommaso Marinetti impactó en el mundo: en algunas partes, como en Rusia, se hizo un futurismo vernáculo y en otros lados las ideas del futurismo se tomaron tal cual. Antes de que pintara el Cuadrado negro, Marinetti fue a Rusia, más específicamente a San Petersburgo. No hay constancia de que Malevich haya asistido, pero sí asistió Maiakovski quien, como cuenta Juan Bonilla en la biografía novelada del poeta titulada Prohibido entrar sin pantalones (Premio Bienal Mario Vargas Llosa 2014), al igual que sus compañeros, estaba avisado de su visita y quería hacer algo: “Hay que destaparlo, demostrar que es un impostor, sólo un señorito que les baila a los aristócratas”.
Malevich, por su parte, estaba algo más entusiasmado por la llegada del padre del futurismo italiano, de hecho el Cuadrado lo expuso en La última exhibición futurista 0.10.
Maiakovski y Malevich se conocían; Malevich leyó poemas en público del autor de Poesía lírica y ambos participaron del montaje de la ópera futurista, o antiópera, La victoria sobre el sol: los trajes que hizo Malevich para esa ocasión son parte de esta retrospectiva. Bonilla reconstruye la ópera de este modo: “Era un mareo, salía un hombre con una cabeza estirada, otro sin orejas, un viejo de varios miles de años con un montón de gatos negros disecados, una mujer con lágrimas, otra mujer con lagrimones, y un montón de niños y de niñas y un montón de vendedores de periódicos”. La gran diferencia del futurismo ruso tanto en poesía como en arte era la influencia del cubismo: cubismo poético en el caso de la poesía y cubofuturismo en el caso de la pintura.
Entre los principios de este futurismo estaban el desprecio a la tradición y la batalla contra la Academia, por lo que se entiende que eran antiburgueses. Quizá el himno creado por ellos podría ayudar para entender estos principios: “Estúpidos burgueses/ atracaos de piña/ masticad gelatina/ mientras llega ya llega/ vuestra última hora”. Para los escritores, sin embargo, no era una tendencia literaria, sino una forma de vida. Pese a ello, había formas reconocibles en su arte: recurrían a los eslóganes, los insultos y la propaganda política. Eran provocadores, quizá ese espíritu es lo que llevó a transgredir a Malevich y pintar ese cuadrado después de un año de la visita de Marinetti. Tenían, en definitiva, un espíritu proclive al escándalo, incluso a la payasada.
Y Malevich no escapaba de esto, ya que solía diseñar estolas y sotanas para procesiones simbólicas en las que se decapitaban muñecos vestidos de obispo o Papa. Como recuerda la curadora de la muestra, Eugenia Petrova, “al igual que Mijail Larionov o David Burliuk (el padre del futurismo ruso), Malevich se suma a la movida de recorrer las calles con el rostro pintado y la cuchara en el ojal (en vez del aburrido crisantemo), para pregonar la caída del viejo arte”.
Revolución y
suprematismo
Malevich, como algunos compañeros de ruta, aplaudió y de algún modo participó de la Revolución Rusa: el derrocamiento del zar y del zarismo fue, para ellos, el sentimiento de que el futuro, el “nuevo desorden”, habían llegado, pero a la muerte de Lenin y la llegada de Stalin no contaban con la intromisión del Estado en las decisiones artísticas, promoviendo un determinado tipo de arte, cosa que se fue acrecentando a medida que Stalin se fue asentando en el poder. Malevich llega a la cima de su carrera a mediados de los años veinte, con la publicación de sus escritos teóricos sobre arte suprematista; en esta época ya se había despegado del futurismo.
El suprematismo, definido por el propio Malevich en su manifiesto, era un arte que traspasaba lo figurativo y que indagaba en una nueva sensibilidad, donde lo objetivo carecía de significado: “Decisiva es, en cambio, la sensibilidad; a través de ella el arte llega a la representación sin objetos, al suprematismo. Llega a un desierto donde nada es reconocible, excepto la sensibilidad”. Plantea que el arte no estará más al servicio de ninguna religión ni Estado porque “no quiere seguir ilustrando la historia de las costumbres, no quiere saber nada del objeto como tal”. Quizá por esto mismo, después de su muerte su obra desapareció de la esfera pública hasta finales de los años 80, cuando se vivió una especie de primavera política conocida como Perestroika. En ese momento se encuentra su obra arrumbada en un museo y empieza a ser redescubierta.
Esta retrospectiva, cuyo concepto fue ideado por Eugenia Petrova (curadora) y Joseph Kiblitsky, abarca más de veinte años en la obra de Malevich en más de cincuenta obras; hay obras geométricas típicamente futuristas, que recuerdan las de Umberto Boccioni, pero también los inicios del suprematismo con el famoso y ya mencionado Cuadrado negro, retratos de campesinos sin rostro pero muy coloridos, réplicas de su trabajo como diseñador de vestuario en la mencionada antiópera dispuestas en sendos maniquíes construidos en distintas poses, porcelana y un video de Joseph Kiblitsky que resume el contexto social en el que desarrolló su vida Malevich. Todo esto, además de un espectacular catálogo, se puede encontrar en esta muestra.
Como consigna Eugenia Petrova, el color es algo fundamental en la obra del pintor ruso, no hay que olvidar que el negro es la combinación de todos los colores, otro aspecto que aborda es su gusto por la parodia (en la retrospectiva hay una Gioconda tapada por figuras geométricas y colores); además su arte es inquieto y trata de no casarse con las corrientes del momento, pero tal vez lo más importante de todo sea que “percibe al hombre del futuro, inmerso en una sociedad igualitaria, que vive tranquilo y en paz con la naturaleza y el universo. La idea de la unión entre el hombre y el universo le sirve al pintor de fundamento para pensar que la representación no objetivista es el único y correcto camino del arte del futuro”.
Muestra y persecución
Hay algunos cuadros de esta muestra donde se aprecia su trabajo muy ligado al diseño, de hecho resuenan como imágenes muy actuales, si no fuera porque tienen cien años. Malevich no se queda en un estilo, su instinto de búsqueda es permanente; después de los cuadrados —negro, rojo y blanco— su obra registra retratos de campesinos sin rostro, como metáforas de un pueblo. Petrova señala: “A través del ciclo campesino de 1928 y de comienzos de 1930, así como de sus otras obras, tratados artísticos y artículos, se puede dar cuenta de la constante búsqueda creativa que convertirá a Malevich en un pintor excepcional”. Malevich está convencido de su compromiso con la nueva sociedad socialista, por ello entiende que esta época necesita de un arte que pueda ser comprendido por el pueblo, sin renunciar a lo puramente artístico. Pide entonces a sus colegas “elevar al rango de una obra todo lo que se puede tematizar, y trabajarlo a partir de las nuevas gamas de colores, formas y composiciones”. Sin embargo, la obra de este pintor ruso y la de otros suprematistas no seguían los estilos tradicionales de la pintura, tampoco trasmitían mensajes sociales, lo que los alejó de cierto arte oficial. Pese a ello, el ciclo campesino de Malevich tiene una tendencia, por decirlo así, populista, ya que los retratos sin rostro y la variedad de colores exaltan la importancia del trabajador en el crisol de naciones en el que se estaba convirtiendo la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Si bien Malevich acompañó a la Revolución, con los años sufrió la misma suerte que otros artistas y escritores que fueron enviados a distintas cárceles. Como cuenta Joseph Kiblitsky, en 1927, y pese a que era un artista importante no sólo en Rusia, percibió esta falta de libertades y, cuando fue a Berlín, trató de radicarse allí; sin embargo fue llamado de regreso y “arrestado en San Petersburgo en una cárcel muy dura. Pese a ello nunca dejó de expresar sus ideas libremente, sobre todo en su correspondencia epistolar”.
Resulta increíble que la obra de Malevich haya sobrevivido al estalinismo y haya sido redescubierta recién durante la Perestroika, hace menos de treinta años. Desde ahí el interés que ha causado en muchas partes del mundo ha sido grande. Por eso el modo en que se concretó la muestra no es menos increíble. Adriana Rosenberg vio una muestra colectiva de Malevich en Brasil, contactó a Eugenia Petrova y la invitó para que conociera Proa. Básicamente “por el espacio y por el hecho de que era la primera vez que se mostraba en Argentina decidimos que tenía ser una retrospectiva”, dijo Petrova, “y luego en conjunto tratamos de elegir las obras clave en su arte”. Después de todas las peripecias de esta retrospectiva, vale la pena visitarla. Todavía hay tiempo, ya que permanecerá abierta hasta el domingo 11 de diciembre.
Gonzalo León / Especial para mas