Alguna vez creímos
Por Rubén Echagüe
Alguna vez creímos
que la elección de las palabras,
con su espuma desintegrándose
en la ficción del tiempo
y el espacio,
bastaría para cambiar
el ángulo de
inclinación de la Tierra,
que es la causa de
todas las locuras
que los hombres cometen.
Creíamos, en aquel
bar de Pellegrini, que
con libros comprados en
librerías de viejo,
podríamos taponar todos esos
agujeros negros, pavorosos,
que desmienten
la ingenuidad del Universo.
¿Y por qué no intentar construir
con las palabras justas
una gruta, una casa
soleada (de aire),
o al menos una piedra
sobre la cual poder
apoyar algún día la cabeza?
En aquel tiempo hasta creíamos
en la gloria: ¡una gloria
tan amarga y tan líquida,
que cabía en una jarra de cerveza!
No sabíamos de la ingratitud
de las palabras, ni que
detrás del oropel y del éxtasis,
yacía el cadáver hambriento
de la nada...
Aquellas palabras
tan escrupulosamente elegidas,
hoy son insectos mínimos,
absurdos, inexplicables
(ningún entomólogo los registra),
que reptan sobre
el sucio piso del bar.