La primera clase de teatro que tuvo Luciana Evangelista fue casual. Estaba en la escuela primaria y ese encuentro impensado la marcó, tanto, que se acuerda como si fuera hoy: "Fue a los 12 años, y fui feliz". La comunicadora social, actriz y profesora de teatro cuenta con orgullo que trabaja en El Teatrillo junto a Daniela Ominetti desde hace 22 años. Entre las dos sostienen un espacio a pura clase y autogestión. Luciana habla, se mueve, y da toda la impresión de que es una mujer orquesta. Tiene, sin embargo, las cosas claras. Lo que a ella le gusta es actuar, dirigir y enseñar. Y se queda con esa sensación de felicidad. "¿Qué es lo que busca una en la vida? Los momentos de felicidad. Yo los tengo en mi vida personal y en una clase o ensayo de teatro", dice.
Está sentada en un rincón del Teatrillo: un salón muy grande, vacío en este momento. El lugar está en silencio pero mantiene una vibración vital. Parece que se pueden escuchar pasos, gritos y murmullos, saltos e incluso movimientos del cuerpo. Ese salón está abierto de lunes a sábado y recibe decenas de personas de todas las edades, profesiones e inquietudes, que aprenden otra forma de expresarse: la actuación.
"Es un semillero de actores", remarca con orgullo la actriz. Un semillero de actores que ella forma académicamente, desde la práctica y en la teoría. "Hacer sin reflexión no tiene sentido. La propuesta es bajar conceptos, enseñar teatro. Los alumnos aprehenden eso y después, hacen lo que quieren". Hacer lo que se quiere es, en este caso, usar el teatro para moverse de otra forma en la vida cotidiana, porque el teatro ha cambiado la forma de ver y pensar el mundo. El teatro sirve para, por ejemplo, tener nuevos amigos. "Quien está a cargo de una clase de este tipo tiene un desafío muy complejo porque trabajás con muchísimas subjetividades. Estamos muy acostumbrados a un tipo de comunicación que con el teatro es totalmente diferente. Emerge lo auténtico. Yo hago esto porque acá uno puede sacar lo más auténtico de su personalidad".
luciana1.jpg
Foto: Virginia Benedetto / La Capital
"La gente suele pensar que el teatro es ponerse una máscara y estar protegido por un personaje, pero es todo lo contrario, es un proceso de revelar, desnudar, más de deconstrucción que de composición. Quien realmente tiene ganas de meterse en el terreno de lo teatral tiene que arriesgarse a verse a sí mismo, como reflejado en un espejo. Lo maravilloso de la actuación es reconocerse y bancarse las posibilidades e imposibilidades de tu cuerpo, tu mente y alma".
Todo eso pasa en El Teatrillo. Lo que se siente cuando está vacío —y aún así se hace escuchar— y lo que cuenta Luciana: las personalidades que mutan, los riesgos, los conceptos, cada desafío. El Teatrillo no debe pensarse como un lugar físico, sino como una idea, como un ámbito nómade que sólo necesita de sus docentes y alumnos. Nació en 1995, el mismo mes y año que Luciana empezó a "salir" con quien es su marido. "Conservo los dos matrimonios", dice entre risas.
Daniela Ominetti, la compañera del "otro matrimonio" de Luciana, es la fundadora de ese sitio que no tenía nombre, pero que ya era más que un taller para niños de unos diez a doce años que funcionaba los sábados a la mañana en el Iset 18. "Nosotras éramos compañeras en la Escuela de Teatro. Pero parece que captó algo en mí y me invitó a sumarme", recuerda. De a poco empezaron a darle forma. Primero un nombre, después el recorrido escuela por escuela, institución por institución, dejando afiches promocionales. Después de todo eso, el trabajo siguió y el Teatrillo empezó a crecer. "Siempre tuvimos un gran motor. Eso nos iguala".
"En El Teatrillo nuestro motor sigue intacto. No nos acomodamos"
A la par ellas iban definiendo que éste iba a ser su proyecto principal, de trabajo y de vida. "Siempre digo que El Teatrillo me nombra", comenta Luciana.
Este proyecto principal implicó que las dos mujeres vayan dejando sus otras actividades. Ella sólo conserva sus horas como docente en el Normal Superior Nº 2. El resto, fue quedando en el camino de la vida. Ahora están cumpliendo 22 años con cincuenta obras estrenadas. "Crece porque nuestro motor sigue intacto. No nos acomodamos. En términos teatrales una acción física nace de un impulso. Ese impulso sigue igual".
Pero volvamos a aquella clase accidental de teatro a los 12 de Luciana, quien hasta los 17 no volvió al arte escénico. Sus primeras experiencias fueron con Mirko Buchín. Fue su alumna por tres años y se lanzó a la carrera. En 1996 se recibió de comunicadora social. Un año después empezó la escuela de teatro y se recibió en el 2000 de docente superior. En el medio estudió teatro, danza, y también trabajaba de secretaria. De a poco todo se encauzó hasta este día en el que sentada en un salón grande, algo húmedo como la ciudad, vacío pero vibrante, habla de su trabajo que es su pasión. "No lo cambiaría porque creo en lo que hago y en todo lo que aprendí. Aún se me pone la piel de gallina, me río, me divierto. Soy feliz. Si se trata de desear, hay cosas que me gustaría que sean distintas, eso seguro, pero me quedo con lo que elegí: enseñar, dirigir, actuar. Es lo que puedo y quiero hacer".