En 1999 la cadena FOX de televisión estrenó Futurama, serie de animación de los mismos creadores de Los Simpson. La idea era tener un producto instalado en la audiencia para el momento en que la gente empezara a cansarse de la familia amarilla. Sin embargo, mientras Los Simpson ya llevan más de veinticinco temporadas en el aire, su serie hermana tuvo un desempeño irregular hasta ser cancelada definitivamente en 2013.
Un de las posibles causas del relativo fracaso de Futurama es la complejidad de ciertas alusiones científicas que aparecen en cada capítulo. A lo largo de siete temporadas y ciento cuarenta episodios pueden encontrarse chistes relacionados con cuestiones tan profundas como cálculos matemáticos avanzados, la física cuántica o la controversia alrededor de la teoría de la evolución. Estas cuestiones suelen estar más allá de la comprensión del televidente medio, lo que conspira contra la popularidad de una serie. En esta oportunidad, les propongo pasar revista a algunas de estas cuestiones.
En La serie los protagonistas viajan a la luna y, a raíz de un accidente, se quedan sin oxígeno. Llegan de alguna manera a una granja y le piden prestado un poco de oxígeno al dueño que se niega, enojado, argumentando que “el oxígeno no crece en los árboles”.
Los árboles, y las plantas de hojas verdes en general, toman el dióxido de carbono de la atmósfera, el agua de la tierra y, con la energía del sol, sintetizan sustancias orgánicas complejas como la madera, y liberan oxígeno a la atmósfera. Es el proceso conocido como fotosíntesis. De modo que, de alguna manera, el oxígeno sí crece en los árboles.
Cuando quemamos leña, se produce el proceso contrario: el carbono y el hidrógeno de la madera se combinan con el oxígeno de la atmósfera produciendo calor, agua y dióxido de carbono. Así recuperamos, en forma de fuego, la energía que el árbol tomó del sol durante su crecimiento. El calor de una buena fogata es, después de todo, energía solar.
La paradoja de Banach - Tarski
En Benderama se exhibe una máquina duplicadora, llamada “Banach Tarski Dupla Shrinker”. Algo así como “duplicadora reductora de Banach Tarski”. Se trata de una especie de fotocopiadora 3D que, a partir de un objeto cualquiera, obtiene dos copias iguales al original, pero de menor tamaño.
Este aparato toma su nombre de un teorema, enunciado en 1924 por los matemáticos polacos Stefan Banach y Alfred Tarski, que explica cómo se puede tomar una esfera, cortarla en un número finito de partes, y luego reensamblar esas partes para formar dos esferas iguales a la original. Se lo conoce como Paradoja de Banach-Tarski y, como corresponde a una paradoja, va contra el sentido común: podríamos ir a la frutería, comprar una naranja y, aplicando el teorema, obtener dos naranjas. O, yendo más lejos, pedir prestada una esfera de oro, duplicarla, devolver la esfera original y quedarnos con la otra. Obviamente, esto no es posible. Una esfera, de cualquier material, tiene un número finito de átomos y no hay forma de duplicar ese número para obtener dos esferas iguales a la original.
La razón por la que el teorema funciona en la matemática y no en el mundo real es que las figuras geométricas, a diferencia de las naranjas y las esferas de oro, tienen un número infinito de puntos. Y un conjunto infinito puede dividirse en dos conjuntos igualmente infinitos.
Se puede entender la paradoja de Banach-Tarski si la comparamos con otra más conocida. Sea el conjunto de los números naturales (1, 2, 3, 4?). Podemos separar este conjunto en el conjunto de los impares (1, 3, 5, 7?) y el conjunto de los pares (2, 4, 6, 8?). Esto indica que, del total de números naturales, la mitad son impares y la mitad, pares. Sin embargo, es posible demostrar que tanto el conjunto de los pares como el de los impares tienen la misma cantidad de elementos que el conjunto de todos los números naturales.
Efectivamente, podemos emparejar cada número natural con su doble, que necesariamente será un número par: el uno con el dos, el dos con el cuatro, el tres con el seis, el cuatro con el ocho y así sucesivamente. La lista puede continuarse indefinidamente y no quedará ningún número natural sin su compañero par. Esto demuestra que la cantidad de números pares es igual a la cantidad de números naturales. Y lo mismo vale para los impares.
Así como se puede dividir el conjunto de los infinitos números naturales en dos conjuntos igualmente infinitos, también se puede dividir una esfera de infinitos puntos en dos esferas de una cantidad igualmente infinita de puntos. Pero esto solamente funciona con esferas ideales. No funciona con naranjas, con esferas de oro ni con ninguna otra esfera del mundo real.
El diseño inteligente
En “Origen mecánico”, un grupo de manifestantes protesta frente a una escuela primaria. Reclaman la enseñanza de teorías alternativas a la evolución de Darwin, como el creacionismo bíblico o el diseño inteligente. En el grupo puede verse un personaje parecido a un par de albóndigas rodeadas de un manojo de fideos. Es “pastafari” o el “monstruo espagueti volador”, una falsa deidad creada por grupos evolucionistas para ridiculizar esas teorías alternativas.
La teoría del diseño inteligente dice que las especies evolucionan, pero que esa evolución no es por selección natural sino que está guiada por una inteligencia superior. Se supone que esa inteligencia es Dios, pero eso no se menciona para que el diseño inteligente pueda ser enseñado en las escuelas públicas sin violar la separación entre la Iglesia y el Estado. Los evolucionistas, entonces, crearon la teoría del monstruo espagueti volador, que sostiene que la evolución sigue los dictados de este personaje. Una teoría con igual soporte lógico y empírico (o sea, ninguno) que la del diseño inteligente y, por lo tanto, con el mismo derecho de ser enseñada en las escuelas.
El problema con el diseño inteligente es que no explica realmente nada. Si una inteligencia superior diseñó a los seres vivos, podríamos preguntar quién diseñó esa inteligencia. Eso da lugar a una jerarquía interminable de diseñadores, y diseñadores de diseñadores.
Los defensores del diseño inteligente suelen citar el ejemplo del ojo como una estructura demasiado compleja y especializada como para haber surgido en forma espontánea. Pero ese problema ya fue resuelto: hay modelos que explican cómo el ojo pudo evolucionar a partir de pequeñas mutaciones, comenzando con partes de la piel sensibles a la luz, cavidades para concentrar esa luz, tejidos transparentes para proteger la cavidad y así hasta llegar al ojo como lo conocemos hoy.
Por otra parte, el ojo humano no es un buen ejemplo de diseño inteligente. El ojo, como cualquier órgano, necesita sangre para vivir. En el ojo humano, los vasos sanguíneos que lo nutren están situados entre la pupila y la retina, obstaculizando el paso de la luz. En algunos moluscos, en cambio, esos vasos están detrás de la retina, una ubicación mucho más razonable. Cualquiera sea la inteligencia que controla la evolución, se esmeró más al diseñar el ojo de los pulpos, que el de los humanos.
Es posible que estas citas sean demasiado cerebrales y complejas en relación a lo que uno espera de una tira animada. Y que eso la haya alejado del grueso del público. Pero, al mismo tiempo, son estas citas las que convierten a Futurama en una serie especial. Ojalá haya muchas series así de especiales en la televisión.