Su escritura es clara y sincera como el conjunto de su obra, y cuando le pregunto a Estela Figueroa por la elección del título, El hada que no invitaron, no me cuenta la anécdota, me dice que es una reflexión: "Sobreviví, me metí en un cumpleaños que no era el mío y fui feliz".
Hablo por teléfono con Estela Figueroa de fijo a fijo, de Rosario a Santa Fe, ya que ninguna de las dos usa celular, y le digo con toda la admiración de la que soy capaz que su último libro me pareció fascinante y que el poema que más me gusta de esta obra reunida se llama La enamorada del muro, y me dice que lo escribió luego de "entregarse a una pasión temeraria, a un enamoramiento, esa enfermedad que te posee" por el recientemente fallecido escritor Alberto Laiseca, pero que ya no recuerda el año.
La intención de reseñar un libro es que ustedes salgan corriendo a comprarlo, es por eso y porque es un poema largo que no vamos a reproducir La enamorada del muro.
En esta Obra reunida 1985-2016 editada por Bajo la luna Virginia Russo colaboró con Estela Figueroa. Consta de la reedición de los libros Máscaras sueltas (1985), A capella (1991) y La forastera (2007), junto al más reciente Profesión: sus labores, que permanecía inédito hasta ahora. En este nuevo poemario se nota el enorme esfuerzo que el amor nos demanda: Estela escribe a mano, su hija los pasa a Word, los leen, los corrigen, se divierten, se pelean y algo de esa complicidad se respira a lo largo de los poemas.
El conjunto destila cierta tristeza, quizás por los temas, pero cierto humor, casi negro a veces, nos salva de caer en la melancolía. Hay cierta unidad: la muerte de los amigos, los amores contrariados, las lecturas, la política que atraviesa la vida diaria, la presencia y la ausencia de sus hijas, cuya mirada es a veces un poco cruel, un poco tierna pero siempre sincera.
Estela Figueroa, en cambio, "brinda una tierna hospitalidad a las plantas y los animales". No sólo por los animales domésticos: "Mujeres: tendríamos/ que aprender de los gatos./ ¡Cómo agradecen el tazón/ que rebosa de leche!", sino también los poemas están plagados de bichos: cucarachas, mosquitos, arañas ("Porque ya no hablamos/ me creo liberada de nuestra unión./ Es ingenuo./ Ambos tenemos el tesón/ y la paciencia de la araña./ Puede permanecer un año escondida./ Y es un misterio saber qué la alimenta".
Y también está muy presente en toda su obra La Casa, como si fuera una poeta casera pero nunca una Señora de su hogar.
En Profesión: sus labores Figueroa se suelta de los géneros y se sumerge en la mixtura entre narrativa y poesía donde escribe cierta ficción verdadera o ensoñaciones con una prosa poética difícil de clasificar pero inmensamente bella.
Con la entrega de este ejemplar se intenta hacer justicia con el hada que no fue invitada y se pone a disposición de viejos lectores ávidos de su escritura, y también a nuevos lectores que seguramente descubrirán sus enormes logros.
Cuatro poemas de Estela Figueroa
La glicina
No es para hablar de mí que escribo
de la glicina: cayó
su lluvia ligera
azul–
violácea–
celeste.
No es para hablar de la glicina
que la comparo con una lluvia
y adjetivo esa lluvia.
Es para detener este momento nocturno:
la casa en calma
y los pensamientos que ennoblecidos velan
por un ordenamiento
que lo abarque todo.
A Manuel Inchauspe, en el hospicio
Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.
Perdiste tus últimos poemas
y yo casi no escribo.
De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.
El gomero
De entre todos los árboles
que miro en mis caminatas
prefiero el gomero.
Quisiera parecerme a él.
No se pierde en dádivas de flores.
No sucumbe a las tormentas.
Da sombra al fatigado.
Sus hojas de un verde intenso
son fuertes, nervadas y lechosas.
La raíz es profunda y se extiende desaforada:
levanta veredas
resquebraja paredes.
En el invierno las hojas
se tornan de un amarillo purísimo
y caen una a una sobre la calle
como lágrimas
de un enorme Dios que llorara.
Dimensión del tiempo (o a mi casa se entra por el patio)
Dos días fuera de casa
pueden ser una eternidad.
La tormenta asustó al gato
que quiso entrar a la casa.
Rompió la tela metálica
y se lastimó.
Las planteras rodaron por el piso ensangrentado.
Parte del árbol de mora se chamuscó.
La ropa se cayó de la soga.
Al entrar
desconocí todo
como si fuera una ladrona.