A propósito de la película argentina sobre la vida de Gilda, protagonizada por Natalia Oreiro y una de las más vistas en el país en lo que va del año, resulta interesante profundizar en el tema de las canonizaciones populares.
A propósito de la película argentina sobre la vida de Gilda, protagonizada por Natalia Oreiro y una de las más vistas en el país en lo que va del año, resulta interesante profundizar en el tema de las canonizaciones populares.
Cualquier proceso de canonización que encare el Vaticano requiere trámites excesivamente rigurosos y formales, sometidos a tribunales de investigación y control; procedimientos administrativos, estudios, análisis de expertos, la comprobación de al menos dos milagros atribuidos a la persona que se desea canonizar y muchos testimonios. Sin dejar de lado que los trámites pueden demorar años hasta que se confirme la santidad.
En cambio, el proceso de canonización popular se conduce por vías muy distintas. Allí no estorban las dudas o contradicciones. No hay lugar para las opiniones contrapuestas ni resulta necesario recurrir a comprobaciones.
El sociólogo Pablo Di Leo ha estudiado el tema de las canonizaciones populares y dedicado un capítulo a Gilda en el libro Símbolos y fetiches religiosos. Considera que la brecha urbana y social que experimenta nuestro país conllevó a un fraccionamiento al infinito de los sectores sociales y, en especial, de los que se encuentran más abajo en la escala social.
Esto provoca que, además de las penurias económicas, que son de una gravedad inusitada, estos sectores sufran una pérdida de identidad alarmante que se refleja en una sensación de desorientación y desamparo.
Para salir de esta desprotección que provoca la falta de identidad, los sectores populares recurren a las más diversas manifestaciones litúrgicas y espirituales, en las que se mezclan símbolos, fetiches, supersticiones y prácticas realmente particulares. Di Leo asegura que pocas veces en la historia se ha visto un colectivo popular de creencias y devociones como el de la actualidad.
Un caso emblemático es el del Gauchito Gil. Cada 8 de enero frente a su santuario se reúnen miles de devotos en una fiesta muy concurrida, abierta y humilde en la que no faltan asado, choripán, música y baile.
Estas costumbres festivas tienen origen en la tradición guaraní. Se asiste así a un fenómeno cultural de carácter netamente popular donde se mezclan la veneración a santos de la religión cristiana y costumbres provenientes de la cultura guaraní. Una combinación de fiesta y fe donde conviven santos impresos en estampitas y santos tatuados en la piel.
El Gauchito Gil es venerado hace más de un siglo y no hay ningún testimonio escrito de su época en cuanto a su historia. Todo es leyenda.
La tradición registra a Gil como un gaucho de origen humilde, perseguido, marginado, que sufrió el desamparo, que tuvo que vivir en soledad huyendo de la autoridad policial, que debió delinquir para subsistir. Robó a los ricos para repartir entre los pobres y por último, su muerte trágica e injusta, lo catapultó hacia una condición de mito popular indiscutido, atribuyéndole milagros desde el momento de su muerte.
A Gil se lo venera desde hace más de un siglo y en la actualidad su culto creció en forma llamativa. Incluso ha dado lugar a obras teatrales como La leyenda del Gaucho Gil, el musical de Auilano, Petrini y Cichun, puesto en escena en Rosario durante el mes de marzo de 2010 en el teatro La Plaza.
Este fenómeno se debe a la imperiosa necesidad de las personas de creer en algo. Gran parte de la sociedad argentina, en particular los más marginados, se ven identificados con la vida del Gauchito Gil, que representa esa mezcla de rebeldía confusa que ahora conocemos como la del que tiene "aguante".
Ese término del que se habla dentro del vocabulario villero, y no tan villero: el "aguante", resistencia a las injusticias y a la pobreza. A Gil se lo considera, justamente, "el santo del aguante".
Trágicos finales
En la Argentina hay una lista de personajes exitosos de la música tropical que fueron víctimas de muertes trágicas y que también son venerados.
Su música sigue escuchándose con el mismo fervor de cuando estaban vivos. Gilda y Rodrigo son dos emblemas en este sentido.
Los dos tienen sus propios santuarios. Sin embargo, hay que diferenciarlos. Rodrigo, el Potro, es considerado un ídolo, pero a Gilda, además, se le atribuyen milagros.
Con el tiempo, los fanáticos de Gilda se convirtieron en devotos y comenzaron a aparecer testimonios de presuntos hechos milagrosos llevados a cabo por ella, en vida y desde el más allá.
El verdadero nombre de Gilda era Myriam Alejandra Bianchi. Fue maestra jardinera y a los 27 años comenzó la carrera de cantante tropical conquistando con su música a las familias que iban a las bailantas.
Gilda reivindica de algún modo el espacio del género femenino en la música tropical. Subvierte la idea de la mujer como mero objeto sexual, tan marcada en la temática de la canción villera, por ejemplo, y sus temas aluden a mujeres sufridas pero también vengativas, de vidas furtivas, ingeniosas pero no sometidas necesariamente a la autoridad de los hombres. El amor también está presente en la mayoría de sus canciones.
Su carisma logró con el tiempo conquistar el corazón y el cariño de mucha gente. Tan grande era el afecto y la veneración en los recitales que había madres que alzaban a sus hijos enfermos para que ella posara sus manos y los sanara.
"Yo no soy curandera", les decía. Uno de estos episodios es relatado por la cantante en un reportaje grabado y que hoy puede escucharse en el CD Gilda. Los más grandes éxitos (año 2004), que incluye esa entrevista.
Un acontecimiento similar es reproducido en una de las escenas de la película protagonizada por Oreiro, en donde se refleja con claridad que Gilda no consideraba que tuviese poderes pero sí creía en que la música tenía el poder de predisponer a las personas en forma positiva.
Murió cuando tenía 34 años, en un accidente. Fue en el km 129 de la ruta 12 de la provincia de Entre Ríos. Junto a Gilda murieron su madre, su hija Mariel y tres de los músicos de su banda.
Gilda se fue en el mejor momento de su carrera. Como con tantos otros ídolos que ya no están, sus seguidores siguen escuchando una y mil veces sus canciones. Pero aquí hay algo más, día a día miles de personas se movilizan a pedirle ayuda tanto al pie de su tumba, en el primer piso, galería 24, del cementerio de la Chacarita, como en el santuario popular levantado por sus fans en el lugar en el que ocurrió el accidente. Lo llaman, de hecho, "el santuario de los Milagros".
Al ingresar al santuario, sobre la banquina, a la altura del km 129, lo primero que se observa en la entrada es un gran cartel con la foto de la cantante y la frase "Entre el cielo y la tierra. Gilda única y milagrosa". Siempre hay varios automóviles detenidos en el ingreso.
Metros atrás se encuentra el humilde pero colorido santuario con fotos de la cantante rodeadas de flores artificiales. Gilda está custodiada por una imagen de la Virgen María a un lado y por una estatuilla del Gauchito Gil en el otro costado.
Completan el altar banderas, numerosas cartas dedicadas a Gilda y un cuaderno donde sus seguidores dejan anotadas sus peticiones de protección, trabajo y amor, y también oraciones en agradecimiento por la ayuda recibida.
Más atrás, rodeado por una profunda zanja cubierta de agua que impide su acceso, se puede ver el colectivo en el que viajaba la cantante cuando sufrió el accidente.
El fenómeno no hace más que confirmar que la canonización popular está viva y fuerte. El caso de la veneración a Gilda es uno de los exponentes actuales más contundentes.
Puede decirse que esta práctica muestra que hay una falta de identidad en gran parte de la sociedad argentina y una necesidad de confiar en algo o en alguien, de tener esperanzas de recibir ayuda de alguna forma, de ser escuchados.
En las celebraciones religiosas y cultos populares se reivindica el festejo, recuperando los lazos sociales y las ganas de vivir.
Estos arquetipos encarnan valores y acciones ejemplares que otorgan sentido al momento presente y significan, al mismo tiempo, la utopía de un futuro que vaya marcando el camino.
Antonio Gil, el Gauchito, en tanto símbolo de resistencia popular al modelo de pobreza vigente, contiene un proyecto de liberación tendiente a remover las causas de la opresión de todo un pueblo.
Sus devotos comparten no sólo su condición de fieles a un "santo" sino que están unidos, en general por otros lazos. Casi siempre pertenecen a sectores desplazados de los centros de poder que han caído en desgracia. Desesperanzados y escépticos a los cambios políticos, temen no poder proyectarse socialmente.
En la Argentina, la explicación de la proliferación de símbolos religiosos se explica, en parte, por el quiebre social e institucional que provocó la crisis político-económica de los últimos años. Así, incluso algún sector significativo de la clase media, a partir de los 90 comenzó a perder confianza en algunos ritos tradicionales y a adquirir nuevas prácticas.
La canonización espontánea, que es la popular, santifica a personas que combinan una vida de amor, lucha, entrega y solidaridad con una muerte trágica. Tanto el Gauchito Gil como la cantante Gilda, por nombrar algunos de los más conocidos, comparten estas características.