"Hay un fenómeno completamente nuevo y es que en la actualidad las mayores enfermedades a nivel mundial son no transmisibles. Entre las diez mayores causas de mortalidad a nivel global, siete están en este grupo: cardíacas, obesidad, diabetes, hipertensión, respiratorias y renales crónicas. Todas relacionadas al sistema agroalimentario de forma directa o indirecta", señaló la experta, quien estuvo en Rosario como expositora en el Encuentro Regional "Agricultura en transición".
—¿Cuáles son las líneas de investigación de su trabajo?
—Soy parte de una pequeña organización internacional de investigación desde 1979. Hemos ido siguiendo lo que ha sucedido con las configuraciones corporativas en las industrias agrícolas y alimentarias, y hemos visto que en los últimos 30 años ha habido una concentración corporativa enorme, que va desde la semillas hasta los supermercados pasando por el procesamiento, la distribución y el almacenaje. Hoy tenemos 25 grandes trasnacionales que tienen un dominio muy marcado de cada sector, desde Monsanto en semillas hasta Walmart del otro lado de la cadena, que es la empresa más grande del mundo y el mayor empleador privado de Estados Unidos, con fuerte expansión en América del Sur.
—La concentración es entonces uno de los principales rasgos de la agroindustria...
—Cuando empezamos a trabajar hace 35 o 40 años, en semillas había 7 mil empresas a nivel global y eran casi todas de tipo familiar, y ninguna llegaba al 1% del mercado mundial. Hoy tenemos cinco empresas (Monsanto, Syngenta, Dupont, Bayer y Basf) que controlan más de las 2/3 partes del mercado mundial, y las tres primeras el 55% del mercado. Monsanto por ejemplo tiene más del 30% del mercado de todo tipo de semillas, no sólo de transgénicos, también semillas hortícolas y de cereales. Por su parte, gigantes como Cargill, ADM, Dreyfus y Bunge controlan el 80% del comercio internacional de cereales. Luego en procesadores de alimentos y bebidas encontramos a Nestlé, Pepsi y Coca-Cola, y en los supermercados se da un salto enorme porque son mucho más grandes que todos con gigantes como Walmart y Carrefour.
—La transformación del negocio fue brutal en pocos años
—Tenemos un sistema que estaba muy descentralizado, ya que la agricultura y la alimentación eran sobre todo producciones nacionales y locales, no necesariamente pequeños pero sí nacionales. Esto se convierte en cadenas que necesitan por un lado agilizar transporte y almacenamiento para sacar más ganancias, y allí aparece la necesidad de productos de larga duración, lo que nos lleva a una situación donde la comida y la producción agroindustrial tienen una cantidad de aditivos y conservantes enorme. Entonces tenemos el fenómeno de que en la punta de la cadena, en la agricultura, los fabricantes de químicos hicieron semillas transgénicas resistentes a sus venenos, porque ese es el negocio. Si bien el negocio de las semillas es menor, es clave porque controla el acceso a toda la cadena. Aun así representa 39 mil millones de dólares anuales a nivel mundial, mientras que el de agroquímicos son 60 mil millones, el de maquinarias 116 mil millones y el de fertilizantes 180 mil millones.
—¿Cuál es el impacto de todo esto sobre la salud?
—Este tipo de industrialización ha tenido un efecto del que se habla poco. Por un lado el aumento de residuos y agrotóxicos en los alimentos, y por el otro la disminución de la calidad alimentaria y de la calidad nutricional. Hoy se vende mucha caloría vacía que además carga con derivados de soja o maíz. Todo esto hace que hoy las mayores enfermedades que hay a nivel mundial no sean transmisibles. Hay un informe de la OMS sobre las causas de mortalidad a nivel global que dice que existen 10 enfermedades principales, y 7 de esas diez son no transmisibles. Son enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes, hipertensión, respiratorias y renales crónicas. Cuando se analiza casi todas están relacionadas al sistema agroalimentario, directa o indirectamente. Es sorprendente ver que muchas de las enfermedades respiratorias y renales están vinculadas no sólo a la calidad del aire, sino también a la exposición a químicos, sobre todo en zonas de siembra.
—En definitiva, existe una relación clara entre qué comemos, y de qué nos enfermamos...
—Lo que vemos es que hay una relación entre el sistema alimentario agroindustrial y la mayor cantidad de enfermedades que afectan a las personas, y eso es un fenómeno completamente nuevo, de los últimos 30 o 40 años. En términos históricos muchas de estas enfermedades han crecido, pero lo que es más increíble es que la comida —que es lo que necesitamos para vivir— esté vinculada a la mayor parte de esas enfermedades. Hace 100 años, el 5% de la población mundial tenía algún tipo de alergia, mientras que hoy ese porcentaje es mayor al 70%. Por supuesto no es que el sistema agroalimentario explique todo, no, pero sí explica una gran parte de la preminencia de estas enfermedades.
—¿Qué pasa con la relación entre sistema agroalimentario y tensiones ambientales?
—El mismo sistema que nos enferma está vinculado a la gran mayoría de los problemas ambientales más serios que enfrenta el planeta, como el cambio climático, el deterioro de los océanos, la disrupción del ciclo del nitrógeno y el fósforo, la carga de aerosoles en la atmósfera y la de químicos en agua, suelo y aire, entre otros. Son problemas globales que responden a los mismos patrones agroindustriales que generan un doble impacto: sobre la alimentación, y sobre el ambiente.
—Muchas veces se dice que hay que producir más porque seremos más. ¿Esto es así?
—En un informe que elaboramos en 2009 encontramos algo muy sorprendente, y es que la cadena alimentaria agroindustrial usa el 80% del agua y de los combustibles fósiles que se utilizan en agricultura, más del 70% de la tierra agrícola y sin embargo sólo llega al 30% de la población. Ahí vemos que se usa la mayoría de los recursos básicos para abastecer a una minoría. O sea que se produce más por hectárea, los volúmenes son mucho más altos, pero son cultivos uniformes y casi la mitad se desperdicia, se va a la basura desde la cosecha o en el transporte o en los hogares. Lo que antes se compraba fresco y en pequeña cantidad en una feria ahora se compra procesado en gran cantidad. Según la FAO, entre el 33 y el 40% de lo que se produce se desperdicia. Es algo brutal. Nos están diciendo que para 2050 se va a duplicar la población, que hay que aumentar la producción y que eso sólo lo pueden hacer los grandes. Pero ese es un mito con el que hay que terminar porque hoy en día se tira más comida de la que se necesita para que no haya más hambrientos. Se producen dos kilos de cereales por persona por día en el mundo, eso es muchísimo más de lo necesario, pero no llega a la gente porque se usa para alimentar ganadería.
—¿Qué soluciones u opciones existen ante esto?
—Es importante darnos cuenta de que no necesitamos depender de ese sistema de industrialización y comercialización, y que la agricultura familiar, la más pequeña, e incluso las huertas urbanas tienen un papel fundamental. Desde allí se produce el 45% de los alimentos con sólo el 25% de la tierra. Además, según la FAO, la agricultura urbana produce alrededor del 15% de los alimentos de la gente, aunque no lo veamos es algo que está sucediendo. Y existe otro 5% que es recolección, o sea alimentos menores que se sacan del monte. Muchos de los productores chicos también usan químicos, no hay que idealizar, pero nunca en la misma cantidad ya que no hay fumigaciones a gran escala ni deriva. Aunque todo no sea agroecológico es mucho mejor, es más sano.
Una fundación verde
Ingrid Wehr es la directora de la oficina regional Cono Sur de la fundación alemana Heinrich Boll, asociada al partido verde de ese país europeo. Como organización patrocinadora del encuentro sobre Agricultura en Transición, Wehr estuvo en Rosario, donde compartió algunos conceptos sobre la acción de esa entidad en América del Sur y su trabajo con organizaciones locales.
La Heinrich Boll trabaja en cuatro países de la región (Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay) con dos grandes líneas de trabajo: una línea "verde" de transformación socioecológica, y democracia y derechos humanos con un enfoque en feminismo.
En lo relativo al eje "verde", se focalizan en temáticas que aborden tipos de transiciones hacia modelos de desarrollo más sustentables y en la transformación de la agroindustria para garantizar tanto la soberanía como la seguridad alimentaria. "Se intenta combinar de la mejor forma eficiencia y sustentabilidad".
Ese es uno de los ejes de trabajo más importantes en una región muy impactada por el extractivismo, o sea por la explotación intensiva de los recursos naturales bajo la forma de agricultura, minería o explotación petrolera.
En Argentina trabajan desde hace 15 años con el Taller Ecologista de Rosario, y en otras partes del país apoyando iniciativas en la línea de la agroecología y de formas de comercialización justas.
También en temas de energías renovables, los costos ocultos del fracking y en la formación de jóvenes ingenieros agrónomos en la Universidad de General Sarmiento.