Quiero expresar inicialmente, mi sensación de dificultad para el abordaje de éste tema, habidas cuentas de la magnitud del mismo y de los distintos y variados factores que lo determinan. Cierto es que vivimos una especie de endemia que hace que todos conozcamos y/o hayamos padecido personalmente muchas situaciones de robo con variados grados de violencia, no pocas veces irreparables. Deseo, entonces, ser muy respetuoso con las personas que han padecido estas circunstancias, evitando todo "manual de soluciones", toda "receta" pretenciosa, pues desde las psicociencias en general y desde mi condición de psiquiatra psicoterapeuta, en particular, sólo pueden esbozarse algunas reflexiones que abarcan aspectos parciales del problema. Otras disciplinas, como la sociología, la política, la antropología, la economía, tienen mucho que decir al respecto y no deseo invadir incumbencias que me exceden. El tema es muy complejo y lo son sus soluciones.
Los seres humanos construimos nuestra seguridad vital entorno a la integridad física y al espacio de cobijo y refugio que constituye nuestro hogar.
La violencia perpetrada en nuestro cuerpo o en nuestro hogar, rompe esa seguridad imprescindible y provoca grados diversos, pero siempre significativos, de malestar psíquico, que no deben pensarse como una patología o una enfermedad psiquiátrica. Es lógico afectarse, de alguna manera, luego de tamaño trauma. Recordemos que trauma quiere decir "herida".
Se trata de aceptar lo inevitable de las circunstancias vividas y poner en acción conductas que no nos dejen "atrapados" en ellas. El miedo es una de las emociones más frecuentes que estos episodios disparan. Pero también pueden aparecer la tristeza por la pérdida, la ira, la necesidad de venganza.
Las emociones no son indicios de patología alguna, simplemente surgen en nuestro vivir como consecuencia de ciertos estímulos. Me gusta decir que las emociones deben ser nuestros guías, pero no nuestros jefes.
Si el miedo se apodera de nosotros en exceso, es posible que nos retraigamos más de la cuenta, o que aumentemos demasiado la evaluación de peligro y las acciones consiguientes de precaución sean exageradas. La ira desmedida puede llevar a atacar a otro, a veces en el extremo que se da en los linchamientos, siempre inaceptables.
El recurso a las instituciones de la democracia, aunque las sintamos imperfectas, será el modo propicio de canalizar la ira y buscar una reparación posible.
En síntesis, si bien no es sencillo, será bueno tratar que el episodio traumático no invada toda nuestra existencia, pensando y sintiendo sólo en relación a él.
Un adulto siempre tiene más y mejores recursos de afrontamiento que un niño, inevitablemente frágil y necesitado de sus mayores para ser ayudado con sus miedos, sobre todo. (Hay una magnífica película para entender la función protectora del adulto, respecto de un niño sujeto a un trauma: "La vida es bella" es su título).
Los niños deben ser protegidos, sostenidos. No pueden escuchar hablar de cosas que pueden hasta atemorizarlos. Si fueron afectados en forma directa, tal vez no quieran estar solos, apagar la luz, dormir en su cama. Necesitan especial cobijo, compañía, distracción, mucha presencia para "cicatrizar sus heridas".
Debemos, siempre, más allá de nuestros dolores, intentar restituir el flujo de la vida. No soltar lo cotidiano que es donde se juega, todos los días, nuestra existencia. La vida cotidiana es, debería ser, nuestro principal proyecto.
Tal vez algunas cosas cambien mucho. Se de familias que no han podido volver a su casa luego de reiterados hechos de violencia y robo. De allí la prudencia ante el consejo ligero. Nadie está en los zapatos del otro. Pero se trata de recomenzar, una y otra vez.
No creo que haya personas a las que "no les pasa nada". Sólo que algunas tienen más dificultad para conectarse con sus emociones, expresar sus debilidades. Y esto no es bueno en ningún sentido. Creo que nunca se "empieza de cero" en la vida.
Habrá una nueva "normalidad" en la que el episodio estará incluido como un dato, de mayor o menor magnitud, en nuestra biografía. El tema, insisto, está en "no atascarse". No deseo aparecer "ligero" en esta respuesta. Pero aquí, con todo respeto, me remitiré a una frase de Michel de Montaigne: "He padecido en la vida muchas cosas, la mayoría de las cuales ni siquiera ocurrieron". Agrego además, que la debida prudencia, es la forma sensata del miedo.
Mucho pueden ayudar, nadie puede sólo en esta vida, la presencia afectuosa de los allegados es clave en la recuperación psíquica de los afectados. Se debe ser cuidadoso en no incrementar las vivencias de miedo y/o ira. No nos sirve una cultura de seres aislados, llenos de miedo y de furia más o menos contenida.
Hemos perdido además, en las grandes ciudades sobre todo, la cultura del "buen vecino" y tendemos a encerrarnos en demasía en nuestras casas a las que además, este flagelo del robo y la violencia, nos ha llevado a cerrarlas con rejas por todos lados. Tratemos al menos que esas rejas no devengan "psíquicas", "vinculares", y nos impidan estar abiertos al encuentro con nuestros semejantes (que son todos los seres humanos).