“Tras veinte años de lucha, paritarias” fue la frase que expresó a fines del año pasado el sentimiento del gremio de los docentes públicos ante el llamado del gobierno a esta mesa de negociaciones. Una referencia que apuntaba a rescatar uno de los hechos más importantes de la historia del magisterio argentino, cuando a fines de mayo de 1988 miles de educadores de los distintos puntos del país recorrieron pueblos y ciudades del interior hasta congregarse el día 23 en un acto en el Obelisco porteño. Allí culminó la denominada Marcha Blanca, de la que mañana se cumplen dos décadas de su inicio.
Como un espacio de discusión entre gremios y el gobierno nacional para establecer acuerdos marco para las negociaciones provinciales, la mesa de paritarias fue solicitada a fines de 2007 por la mesa ejecutiva de la Ctera, a instancias de la ley de financiamiento educativo. En febrero de este año, el Ministerio de Trabajo convocó finalmente a los gremios a la apertura de las negociaciones que, entre otras cosas, permitió acordar un nuevo piso salarial a nivel nacional de 1.290 pesos, además de abrir el debate sobre estabilidad, titularizaciones, capacitación y carrera docente.
Pero la recomposición en los haberes, unificación salarial y el llamado a una paritaria, como gozaban otros gremios, eran precisamente algunas de las consignas de fondo que congregaron a fines de la década del 80 a los trabajadores de la educación, quienes protagonizaron una dura puja con la gestión alfonsinista. “El gremio docente no tenía la paritaria, y nuestros adversarios internos la consideraban como una claudicación y una entrega”, recuerda hoy el docente mendocino Marcos Garcetti, quien por aquellos años era el secretario general de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (Ctera).
El 87 había culminado con un clima tenso entre los sindicatos y la Casa Rosada, sintetizados en una pancarta que para Garcetti resultó temeraria pero premonitoria: “Así terminamos el año, así no empezamos”. En efecto, 42 días de paro y una trunca conciliación obligatoria fue el terreno que abonó a principios del 88 los ánimos de los miles de guardapolvos que llegaron el 23 de mayo a Capital Federal. La misma ciudad en donde su secretario de Educación, Enrique Mathov, había minimizado por aquellos días el reclamo docente porque “sólo trabajan cuatro horas y quince minutos por día”.
Histórica desde lo simbólico y lo cuantitativo, la concentración del 88 significó para el ex sindicalista “uno de los más altos niveles de conciencia gremial que tuvo el magisterio en su historia”, porque entre otros aspectos fue la primera vez que se logró juntar a maestros de todo el país, y que en parte sirvió para cohesionar las luchas jurisdiccionales de este sindicato. Un gremio que como otros había sido herido a fuego por la dictadura militar, que se cobró la vida de más de 600 docentes desaparecidos, entre ellos miembros de la junta ejecutiva de Ctera como Eduardo Requena y Marina Vilte, además de los que debieron partir al exilio, o los que fueron perseguidos y cesanteados de sus funciones. En Santa Fe, son 33 los educadores desaparecidos durante la última dictadura militar.
Restauración democrática. Con la restauración democrática, y luego del frustrado final del II Congreso Pedagógico (1984 -1988), los maestros comenzaron a gestar uno de los cruces más duros para el gobierno radical, que veía cómo incluso los sindicatos nucleados en la Confederación General del trabajo (CGT) acompañaban a los docentes en sus demandas.
Como sucediera en la masiva protesta del 25 de marzo del 88 en Plaza de Mayo, donde un acto encabezado por la Ctera y por la CGT de Saúl Ubaldini concentró a más de 20 mil docentes. Educadores sobre los que “se exaltaba la figura del apostolado, es decir, gente cercana a la santidad sin conciencia política ni reclamos, para poder manejarlos mejor”, subraya Garcetti, también histórico dirigente Sindicato Unido de Trabajadores de la Educación (Sute), de Mendoza, donde continuó su actividad sindical hasta fines de la década del 90.
“La marcha del 88 fue producto de un proceso de lucha de varios años, con pugnas internas muy fuertes y una postergación histórica hacia la docencia”, destaca Garcetti, para quien en alguna medida los avances que se están haciendo hoy desde el gobierno nacional con la actual paritarias es producto de aquellas luchas.
“La enseñanza más importante de la Marcha Blanca fue la unidad en la acción como perspectiva hacia donde teníamos que llegar, como las negociaciones colectivas”, señala la actual secretaria general de Ctera, Stella Maldonado. Como secretaria adjunta del Suteba de la seccional General Sarmiento, la dirigente fue una de las tantas docentes que participó de esta marcha.
Veinte años. Con el recuerdo aún vivo de aquellas jornadas de debates y actos por el interior del país, para la titular de Ctera, en mayo del 88 se pudieron plantear un programa de reivindicaciones concretas para unificar a los maestros de todas las provincias, entre ellas el llamado a paritarias, conseguido recién este año luego de dos décadas de espera. Un espacio del que participaron también los docentes nucleados en la Unión de Docentes Argentinos (UDA), Asociación del Magisterio de Enseñanza Técnica (Amet), el Sindicato Argentino de Docentes Particulares (Sadop) y la Confederación de Educadores Argentinos (CEA).
“Es una herramienta imperfecta y que debe mejorarse, pero es el ámbito apropiado para avanzar en muchas demandas del sector”, indica Maldonado sobre las paritarias nacionales, iniciadas en febrero pasado y que continúan actualmente con la discusión de temas como los 300 mil docentes sin titularizar y la incorporación de los tutores en las escuelas.
Pero más allá de los reclamos concretos, la Marcha Blanca significó —como en los 90 fuera la Carpa Blanca— la posibilidad de que el espacio social de la educación sea materia de discusión de la agenda pública nacional.
Con un fuerte componente de federalismo, la masiva concentración de los educadores en Buenos Aires fue una bisagra en las futuras luchas del sector. Tanto por lo que significó a nivel interno y externo del principal gremio docente, aunque la histórica marcha congregó a educadores de escuelas privadas y universitarios, además diversas organizaciones políticas y sociales. Porque como hoy señala desde Mendoza, Marcos Garcetti, “materialmente, los trabajadores de la educación de toda la República Argentina despoblaron las aulas durante todos esos días, pero convirtieron al país en una gran aula donde comenzaron a resonar otras lecciones, tanto o más útiles que las habituales”.