Por primera vez, Rosario vio la entrega de los Martín Fierro en Alta Definición en televisión abierta. Hubo familias que, sin cable, sin pantalla plana, nunca antes habían visto a sus ídolos tal y como son. Fue fuerte. Los vieron como nunca los habían visto antes, los vieron casi como son.
Vieron que Tinelli no es Marcelo, Nada que ver. El pibe de Bolívar, que se ríe de todo y todas, que se llena la boca de alfajores de dulce de leche de “¡Buenas noches, Américaaaaa!, el que usa sacos a cuadros de diseñadores carísimos y que sólo conocen él y los ricos y famoso de Nueva York, ése pibe que quieren todos no es el otro. El otro es el empresario, que frunce el ceño, que mide las palabras y que no disfruta la televisión, salvo que le llene los bolsillos y la cuenta bancaria y la billetera también.
Vieron que Susana no es espontánea, natural, simple y directa, que no es esa mujer que todas las mujeres sueñan ser, la que si un tipo la engaña le tira con un cenicero por la cabeza, la que si le viene en ganas se toma un año sabático o se va de shopping a Miami. Nada que ver. La Alta Definición la mostró como una señora fría y calculadora, capaz de sonreírle a su peor enemigo, a ése que lo último que tiene ganas de hacer es sonreírle y le muestra los dientes, no como un perro rabioso, sino como la mejor amiga.
Vieron que Mirtha no es esa señora elegante que invita a almorzar a los famosos en la televisión y les hace preguntas incómodas, indiscretas, aunque rara vez valientes, porque hubo muchas veces que calló porque le convenía. No. Llena de volados, de spray de peluquería, apretada en un vestido entallado y en corsé que apenas la deja respirar, con la mirada helada de los que saben que está donde nadie quiere que esté y lo disfruta, es la imagen y semejanza de La Dueña, que sueña con la fórmula de la juventud eterna y tiene la piel arrugada como la abuela que es y que no quiere ser.
Vieron que Miguel del Sel es un oportunista, lo vieron claramente cuando, a pesar de perder en manos de su ex compañero en Midachi Dady Brieva, subió al escenario a recibir el Martín Fierro. Lo hizo dejando en el camino a Susana Giménez, que había sido convocada por Mariana Fabbiani para que recibiera la estatuilla. Lo hizo porque, además de reclamarle públicamente a la diva de los teléfonos que cierre el contrato con Telefé porque él "tiene que trabajar", quería sus "cinco minutos de fama", esos que le rinden tanto cuando se pone el sombrero de candidato político y pone al borde de un ataque de nervios a los socialistas santafesinos.
Vieron que Pettinato no es gracioso, que Marley no es ningún tonto, que Suar está más atento al “minuto minuto” que la madre de su hijo, que José María Listorti y Mariano Iúdica son unos chupamedias insoportables, esos que en la escuela se sentaban en el primer banco, levantaban la mano aunque la maestra no preguntara nada y asentían con la cabeza a pesar de que no creyeran ni una palabra de lo que estaban escuchando.
Vieron que los únicos contentos en la fiesta de Aptra son los ganadores, los otros están de relleno y la pasan mal, porque están ansiosos, llenos de nervios, excitados hasta que se dan cuenta que no serán ellos los que se lleven el premio y se hunden en la depresión y nadie se da cuenta porque sirven champagne y las cámaras están encendidas y el show debe seguir y no hay que perder la compostura, porque hay que seguir trabajando y no sea cosa que decir la verdad los deje afuera del Planeta Mediático.
Vieron también que Juan Alberto Badía es de verdad, siempre lo fue, si no jamás hubiera publicado un libro sobre el día que John Lennon vino a la Argentina y vivió para contarlo y que Reynaldo Sietecasse se anima a decir lo que hay que decir donde seguramente no es conveniente para decirlo.
Vieron lo que vieron se fueron a dormir tarde, tardísimo, y con ganas de no haber visto tanto ni tan bien.
Maldita Alta Definición.