Luis María Castellanos, la leyenda del maldito bebedor

Luis María Castellanos fue un notable periodista rosarino, también valorado por su poesía y sus logros como traductor. Sin embargo, su recuerdo queda empañado por la colaboración que le brindó a Massera durante la dictadura. Lo que sigue es un retrato de una figura tan controvertida como talentosa y apasionante
25 de septiembre 2016 · 00:00hs

Fue poeta y traductor, y asesor del almirante Massera. Trabajó en oscuras campañas de prensa y ganó un prestigioso premio de ensayo en el que rebatía la tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia. Entre otros medios, estuvo en Noticias, el diario de los Montoneros, y en el semanario El Informador Público, vinculado a servicios de inteligencia. La vida y la trayectoria de Luis María Castellanos (Rosario, 1943–Buenos Aires, 2005) se desarrollaron entre extremos que rara vez se tocan y en cuyo entrecruzamiento se perfila una figura todavía poco conocida, más compleja de lo que parece a primera vista.

Castellanos nació en un hogar de intelectuales. En la casa de Ayacucho al 2100 paraban Ernesto Sabato y Abelardo Castillo cuando visitaban Rosario. Su padre, Luis Arturo Castellanos, era especialista en literatura española y como tal dictó clases en la Facultad de Filosofía y Letras —de la cual fue decano, entre 1969 y 1972—, dirigió el Boletín de Literaturas Hispánicas y publicó libros como La prosa contemporánea española: acotaciones a la obra de Azorín (1952). También fue editorialista en La Capital. La madre, Carmelina Rivero, ganó el premio Manuel Musto por el libro de cuentos La puerta colorada (1960), escribió ensayos y artículos periodísticos y promovió a jóvenes escritores, como los de la revista Setecientosmonos. La hermana, Graciela, fue una destacada actriz del teatro independiente de Rosario.

Castellanos comenzó a trabajar como cronista de Información General en La Capital. En 1963 ganó un premio en un concurso de poesía de la Sade y dos años después editó una revista, Alto Aire, con Gary Vila Ortiz y Juan Manuel Inchauspe, de la que salió un solo número y donde publicó poemas y traducciones de Dylan Thomas.

La leyenda comenzó a tramarse en los pasillos de Filosofía y Letras y en el bar Iberia, frente a la facultad, donde integraba el grupo de Aldo Oliva. Tenía fama de seductor y de poeta maldito. Y militaba en el Movimiento de Liberación Nacional, el Malena, una organización que se proponía formar cuadros políticos y alentaba "la vía nacionalista revolucionaria que culmine con la construcción de una sociedad socialista", según su programa.

Empezó la carrera de Letras y abandonó enseguida. Prefirió formarse como autodidacta, a través de las propias lecturas y las conversaciones en los bares. "Era sumamente inteligente, sumamente mordaz, brillante cuando hablaba pero mala onda, si podía te mandaba alguna —recuerda Mónica Billoni, que lo conoció en el Malena—. Escribía poemas, todo el mundo decía que eran buenos. Tenía palabras despectivas hacia la facultad, decía que si uno quería escribir no debía estudiar Letras, que la carrera limitaba y un escritor debía ser libre. Llevaba una vida nocturna, era de los que tomaban alcohol toda la noche con la idea de que la cerveza a las nueve de la mañana quitaba la resaca del whisky y la ginebra". En la Redacción de La Capital, agrega Luis Etcheverry, "era un revolucionario pro cubano".

En 1966 conoció a Víctor Lapegna, entonces militante de la Federación Juvenil Comunista y luego dirigente del Faudi (Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda), la corriente del Partido Comunista Revolucionario. "Lo que más nos acercó fueron las afinidades literarias. Luis era un gran admirador de Dylan Thomas y compartíamos, él mucho más que yo, la amistad con Aldo Oliva", dice Lapegna, que en aquella época se destacó como orador en las asambleas universitarias, donde solía tener a mano el ¿Qué hacer?, de Lenin. También asistía a los cursos de marxismo que daba Oliva en su casa y que continuaban en largas sesiones en el Odeón, El Cairo o el restaurante La Comedia, frente al teatro. "Eran años de mucha borrachera, de mucha madrugada. En los 60 tomar mucho formaba parte de un modo de vida", según Lapegna.

La relación con el padre marcó su juventud. "Tenía conflicto con su viejo porque era interventor de la dictadura de Onganía —dice Billoni—. A diferencia de Roberto Brie, el decano anterior, un tipo odioso que se enfrentaba con los estudiantes, Luis Arturo Castellanos era como un gran papá, amable, que evitaba el enfrentamiento y a quien se valoraba intelectualmente. Pero no dejaba de ser un funcionario puesto por la dictadura". Lapegna propone una interpretación: "Luis Arturo era un peronista católico, había sido echado de la Universidad en el 55 con lo que se llamaba los flor de ceibo, los docentes universitarios afines al peronismo. La afirmación de la personalidad propia y de la identidad frente a un padre con esas características no fue ajena a que Luis María se incorporara al marxismo".

En el verano de 1969-1970, con la etapa política abierta como consecuencia del Rosariazo, el Cordobazo y la aparición de las organizaciones armadas, el Malena entró en crisis y en Rosario se disolvió al cabo de una asamblea que insumió ocho horas en una casa de barrio Alberdi. "Algunos dejamos de militar y otros se fueron para distintos lugares del espectro político de la izquierda", dice Billoni. Por su parte, Castellanos se acercó al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), poco después de que se diera a conocer con el asalto a la comisaría de Empalme Graneros.

La pertenencia de Castellanos al ERP es desestimada como un mito por algunos de sus antiguos allegados. Pero fue un paso fugaz y secreto, que salió a la luz cuando Luis Arturo Castellanos descubrió armas y explosivos ocultos en un galpón del fondo de la casa, donde guardaba diarios viejos y suplementosculturales. "Luis María hablaba de Santucho con una admiración que solo veías en gente del ERP y que en él era muy infrecuente a no ser que se tratara de un gran escritor, o de un gran músico", dice el escritor y periodista Daniel Ares.

Sin embargo, nunca se dedicó demasiado a la militancia. Su interés principal era la literatura, y el periodismo como forma de vida. En 1972 realizó La música y la gente, un programa de tres horas a la tarde que se emitía por LT2, con Carlos Gabetta, Rafael Ielpi y Edgardo Abramovich. Ese mismo año el productor Moisés Guterman —creador, entre otros programas, de De 12 a 14— le propuso ir a Buenos Aires para trabajar en Radio El Mundo.

El mejor remero

En Buenos Aires se reencontró con Lapegna. El ex dirigente juvenil del PCR había estado preso entre abril de 1970 y mayo de 1972 en Villa Devoto. Detenido por un equívoco, ya que la Policía Federal buscaba al dirigente del ERP Jorge Ulla y lo suponía en contacto con esa organización, se convirtió en un emblema de la resistencia contra las dictaduras de Levingstone y Lanusse.

Lapegna rechazó la opción de irse del país, que tenía como detenido a disposición del Poder Ejecutivo nacional. En las movilizaciones los militantes cantaban "Lapegna, tu ejemplo nos enseña". No obstante, según reconstruye desde el presente, en la cárcel entró en crisis con el marxismo-leninismo, "en un tránsito muy complejo, muy doloroso, en el que me ayudó la relación con algunos compañeros del peronismo, particularmente Alejandro Álvarez", líder de Guardia de Hierro, y por el cual se asumió como peronista ortodoxo.

De Radio El Mundo, Castellanos pasó a la agencia Unidad Press International y después a Télam. "Escribía a máquina con una velocidad alucinante; cubrió todo el retorno de Perón en UPI con un televisor, la radio y la Lexicon, su instrumento de trabajo. Tenía una capacidad de producción extraordinaria, fue un periodista destacado en lo que se conocía como remeros, los que sacaban material a pasto, escribían, titulaban y copeteaban", dice Lapegna, que por su parte trabajaba en Crónica.

Los méritos profesionales hicieron que Castellanos fuera convocado en diciembre de 1973 a la redacción de Noticias, el diario de los Montoneros. Allí conocía a Aram Aronian, el director gráfico, y a Edgardo Abramovich, que también se había mudado a Buenos Aires y trabajaba como redactor de política. Su experiencia fue breve y culminó en el despido aparentemente cuando reclamó el pago de horas extras ante el anuncio de la empresa de que los periodistas debían marcar sus horarios de entrada y salida, una práctica entonces poco habitual.

Por entonces se habría acercado a la JP Lealtad, opuesta a los Montoneros tras el acto en Plaza de Mayo del 1° de mayo de 1974 en que Perón, rodeado por José López Rega e Isabel Martínez, tildó de "imberbes" a los integrantes de la organización armada. Militaba en el Sindicato de Prensa, aunque siempre con su estilo más bien distante de la acción política. Después del golpe de 1976 fue despedido de Télam como "elemento pro subversivo". Sin trabajo, con el temor de ser alcanzado por la represión, Castellanos volvió a Rosario.

Entonces hizo colaboraciones para La Capital. Pasaba los días de semana en Rosario y los sábados y domingos en Buenos Aires. "En esa época sobrevivimos malamente haciendo cualquier chivo", recuerda Lapegna, quien también fue despedido de Crónica después del golpe.

En 1977, a través de Humberto Toledo, luego vocero de prensa del presidente Menem, Lapegna ingresó como corresponsal en France Presse y el mismo año, a través de sus gestiones, Castellanos regresó a Buenos Aires y fue reincorporado en UPI. Por entonces empezaron a frecuentar una mesa del Florida Garden donde solían reunirse Jorge Asís, Juan Bautista Yofre y otros periodistas. Y también el abogado Eduardo Massera, el hijo del almirante.

La acusación

El 18 de julio de 1985, en una declaración en el Juicio a las Juntas militares, Miriam Lewin dijo: "Luis María Castellanos trabajaba junto con los periodistas Guillermo Aronín y Víctor Lapegna en las oficinas de prensa de Massera. Esta gente estaba al tanto de la relación entre Massera y el grupo de tareas de la Esma".

Castellanos era entonces uno de los periodistas más importantes de la prensa gráfica. Escribía sobre política y sobre sindicalismo y era un erudito en cuestiones internacionales. También sabía provocar la nota de impacto y su escritura se desmarcaba del promedio. Los años 70 y las violaciones a los derechos humanos eran uno de sus temas insistentes. En mayo de 1984 entrevistó a Jaime Dri, en México, para una nota publicada por entregas en la revista La Semana, de la que era prosecretario de redacción, bajo el título "Yo escapé de la Escuela de Mecánica de la Armada". Dedicó otros artículos a la logia P2, el funcionamiento de la Secretaría de Inteligencia del Estado y "la historia negra de la Triple A", un detallado dossier. Entre otros, entrevistó a Luciano Benjamín Menéndez, José Martínez de Hoz y Dante Gullo.

Cuando Lewin lo denunció, trabajaba en la revista Somos. "Al día siguiente aparece en la redacción y clava un papel en un transparente. Reconocía su paso por la oficina de prensa del Ministerio de Bienestar Social, pero negaba cualquier complicación con desaparecidos y decía que no acordaba con los métodos de la dictadura ni con su base ideológica, y tampoco con los del gobierno de la época, algo que parecía suicida en el contexto", dice Daniel Ares.

Miriam Lewin mantiene la acusación: "Estos periodistas formaban el núcleo duro del área de prensa del almirante —dice—. Aronín no tenía demasiadas luces, era el típico cronista de televisión sin preparación. Se había quedado sin trabajo y consiguió que Massera lo ubicara en Canal 13. Lapegna y Castellanos ya tenían otro nivel".

Secuestrada en la Esma, Lewin fue destinada a hacer trabajo esclavo de prensa con otros detenidos-desaparecidos: "Todo lo que hacíamos apuntaba a la repercusión de los discursos de Massera en los medios. Además estaban interesados con la traducción de artículos de Los Angeles Times, New York Times y otros diarios, para saber lo que se decía de la junta militar en el exterior y ellos llamaban la campaña antiargentina".

Lewin conoció a Lapegna y Castellanos en 1979, en Cerrito 1126, donde funcionaba la oficina de prensa de Massera. "Diseñaban el plan de prensa del almirante, redactaban gacetillas y le organizaban encuentros con periodistas extranjeros —afirma—. Lo acercaron, por ejemplo, a Adolfo Silenzi de Stagni, un defensor de los intereses nacionales en el petróleo, en tren de diferenciar a Massera de la política económica de Martínez de Hoz".

En la oficina "eran tipos normales, no tenían una cosa autoritaria, sino que me trataban como una compañera", dice Lewin. Entre los dos, "Lapegna tenía el rol preponderante; una vez me dijo: «Yo no quiero ser periodista, porque los periodistas siempre se codean con el poder y el dinero y nunca lo tienen; y yo quiero tener poder y dinero»".

Lapegna no recuerda haber tratado con Lewin. "Es verdad —reconoce—, trabajamos en las oficinas de Massera. Pero no teníamos ninguna vinculación con la represión ni con la Esma. Es posible que la haya visto, por esa oficina pasaba muchísima gente. Pero nunca estuvo con nosotros, yo no registré su paso, nunca intercambié palabra con ella".

En cambio, Lewin recuerda haber sido testigo de charlas —de las que participaba también el teniente Jorge Radice— sobre las desapariciones de Elena Holmberg y las monjas Alice Domon y Léonie Duquet. "Estaban totalmente identificados con el plan de Massera, además de saber que yo era una desaparecida de la Esma", insiste.

"Si estuviera colocado en la misma circunstancia de aquel entonces haría lo mismo. Reivindico la decisión política que tomé y admito que es criticable pero nadie me puede acusar por eso de haber sido cómplice de la dictadura", desafía Lapegna. Según su recuerdo, conoció a Massera cuando lo entrevistó para France Press con motivo de un viaje que haría a Rumania y quedó sorprendido "porque era muy crítico de la política de Videla y de Martínez de Hoz y planteaba la necesidad de reconstruir la relación entre el peronismo y las Fuerzas Armadas como condición necesaria para la subsistencia de la Argentina" y tenía en su escritorio un ejemplar en inglés de La era tecnotrónica, de Zbigniew Brzezinski, "y lo había leído y lo había entendido, lo cual era notable en el marco general de conocimiento y mirada de los militares del proceso".
Lapegna dice que se puso a cargo del área de prensa de Massera cuando el almirante pasó a retiro, por pedido de Eduardo Massera y con la autorización de Guardia de Hierro, organización a la que pertenecía. "Trabajé con él desde fines de 1979 hasta la Guerra de Malvinas", afirma.
"Fui uno de los redactores de muchos de los discursos que pronunció Massera durante su campaña política —dice Lapegna—. Adicionalmente mantenía contacto con los medios, sobre todo con los internacionales, por mi paso por France Presse y establecía un sistema de relaciones de Massera con el peronismo por mis contactos periodísticos y de militancia. Luis María tuvo un trabajo de prensa en el Ministerio de Bienestar Social y después conmigo en Cambio, un quincenario que yo dirigía" y se publicó entre 1981 y 1982, cuando terminó clausurado por el gobierno del general Roberto Viola.
El periodista Jorge Boimvaser, también redactor de El Informador Público, relativiza la adhesión de Castellanos: "El que formó parte del proyecto de Massera fue Lapegna. Pero cuando lo empiezan a vincular con esa historia Luis no tenía mucha forma de defenderse. Fue algo que lo jodió mucho, de lo que nunca se repuso".
La acusación de colaborar con Massera comenzó a circular y se repitió en artículos y libros. Daniel Ares confiesa que le da miedo cuando le preguntan por Castellanos. "Fue muy castigado —explica—. Y le arruinaron la vida, se quedó sin trabajo. Elaboraba muy buenos informes para embajadas sobre política, le pagaban por analista, así se las terminó rebuscando porque era un tipo brillante".
Entre 1985 y 1987, también a través de Lapegna, fue editor en El Informador Público, el semanario de Jesús Iglesias Rouco. En su libro Historia secreta de El Informador Público (1988), Boimvaser recuerda charlas con Castellanos sobre "cuáles son los límites a los que debe llegar un periodista para no caer detrás de esa línea imaginaria que divide la profesión por un lado y el trabajo de preservativo inconsciente, pero preservativo al fin, de intereses que uno no siempre sabe desmenuzar, por el otro".
Peleado con Iglesias Rouco, pasó a Usted, un semanario que apoyaba la candidatura de Menem en la interna peronista contra Cafiero y después a El Otro, informe político, ya detrás de la candidatura presidencial de Menem contra la de Eduardo Angeloz. En ese ambiente marginal y desprestigiado del periodismo, seguía sorprendiendo por su humor cáustico y su erudición. "Y daba clase de amistad —agrega Ares—. Era un tipo de una ética, de una complejidad que la mediocridad por lo general desprecia". La leyenda de Castellanos llegó entonces a la literatura. Jorge Asís lo tomó como personaje en Partes de inteligencia, bajo el nombre de Aragonés. Y sus rasgos están también en el jefe de redacción de Mato y olvido, la novela con que Ares ganó en 2014 el premio Extremo Negro.
Lapegna se convirtió en funcionario de Menem, con destino en el Ministerio del Interior y después de Salud, la intervención federal en Tucumán y el Sedronar; actualmente integra un grupo de trabajo del sacerdote José María Di Paola, "el padre Pepe". Castellanos intentó seguir en el periodismo.
El oprobio y el premio
Daniel Ares se quedó leyendo el descargo que Castellanos había pegado en la redacción de Somos. El resto de los periodistas, "que hasta ayer lo seguían porque él tenía una cosa carismática y andaban todos atrás", volvió a sus tareas. "Cuando termino, él se para al lado y me dice «¿vamos tomar una copa?»", recuerda el escritor.
"En el oprobio completo gana en 1992 el premio de ensayo de La Nación, porque era un genio, simplemente —dice Ares—. Ya no publicaba en ningún lado, estaba con el badajo de la lepra colgándole. A partir de ese momento el concurso dejó de ser con seudónimo; uno de los jurados había sido Magdalena Ruiz Guiñazú, que había estado en la Conadep". Castellanos había presentado la serie de notas "Fin de la historia y nuevo desorden mundial", que republicó en 1994 en la revista de la Escuela Nacional de Inteligencia y que conserva su vigencia, al anticipar fenómenos como el del fundamentalismo islámico.
Su proyecto literario pareció reservado a la intimidad, con apariciones esporádicas: más traducciones de Dylan Thomas en la revista El ornitorrinco, algunos poemas en diarios y revistas y una novela que habría quedado inédita. El pasado lo perseguía, y trataba de defenderse con la ironía, por ejemplo en una entrevista radiofónica de Carlos Rodari, por el premio de La Nación.
—Disculpe, Castellanos —dijo Rodari—. llamó un oyente diciendo que usted fue jefe de prensa de la Esma.
—Bueno, Rodari —contestó Castellanos—, como usted comprenderá los campos de exterminio no difunden sus actividades. No sé de dónde puede salir eso.
Ares recuerda una charla que compartió con Castellanos y Rodolfo Galimberti, el líder montonero que después se asoció con Jorge Born: "El respeto y el temor intelectual que mostraba Galimberti ante Luis me impresionaron, yo no podía armar el pasado de Luis, pero veía que había algo importante".
"Fue una persona exquisita, en muchos sentidos. Buena parte de mi educación literaria se la debo a él, porque me avivó de libros y autores. Yo había escuchado hablar de él, que era un tipo muy capaz, muy zarpado y muy bandido. Un bebedor como no he vuelto a ver", dice Ares. El alcohol alimentó muchas de sus discusiones, y también precipitó su muerte, el 3 de febrero de 2005. Como Dylan Thomas, el poeta al que tradujo como ningún otro en la lengua española.
Padre y maestro mágico
A Luis Arturo Castellanos,
profesor

Antes de que el silencio
nos descargue su ala
quiero cruzar por vos el territorio
destinado al cariño.
Manso buey de gramáticas y textos,
la luz del cigarrillo, flotando por la casa
fue el corazón del mundo.
Con tu mester de Buen Amor
fabricamos el pan, la mesa puesta,
persiguiendo el tranvía
en la siesta de plátanos
con la valija llena de juglares.
Quiero decir, me diste la paciencia,
tu voz empecinada me enseñó la justicia,
tu bondad de hombre simple,
el Dios individual.
En mitad de la noche te escuchaba llegar
y el golpe de la puerta ponía
en orden el mundo.
Obrero de pronombres y metáforas,
compañero de Arnaldo
y del duque de Osuna,
en medio de la pólvora elevaste
el pétalo profundo del amor,
tu mano sin dialéctica fue un mástil
que me ayudó a aguantar
cualquier bandera.
¿Aprenderé a mi turno a respetar
las brújulas que llegan?
¿Sabré esperar callado la muerte
de los ídolos?
¿Aceptaré los fuegos de la cumbre?
Ahora, en el umbral de tus setenta,
cuando el silencio empieza
a perseguirnos
y tus pasos no vienen en la noche
a reordenar el mundo,
ahora que la voz tiembla,
la memoria falla
y el oído se hace débil,
quiero convocarte para siempre
al abrazo,
decirte simplemente:
de aquí nadie se va.
En el gesto del hijo cada mañana veo
tu pura sangre altiva hacerse eterna
y estallar en la luz.
Los amigos
Son pocos, tres o cuatro, los
amigos
que en la tertulia repetida del café
ocupan sus lugares habituales. Ya no hablan mucho,
todos piensan y callan, en su vida, en los otros,
y hacen correr el vino como una sangre numerosa.
A veces, con un renacido
ímpetu se entregan
al discurso del mundo; se
prometen cambiarlo, encauzar nuevamente
la larga línea oscura de sus años, pactar definitivamente con el
hombre
que espera en el interior de los huesos del cráneo.
Son pocos los amigos. Es más escaso cada vez el diálogo,
más lento el ademán con que
exorcizan el declinante universo
del alcohol. A veces las mujeres acompañan el círculo; otros
recuerdan,
solos, cómo en la grama oscura de la noche, en la mesa habitual,
apagados murmullos de la sangre, dormidos diálogos de entonces,
hicieron crecer bosques incesantes, irreprimibles galopes de la mente.
Noche a noche, si no en la fatiga compartida en la carencia unidos
de vínculos más fuertes con el mundo, evocan los comunes
recuerdos
y se miran con ansias hacia el centro del ojo, presintiéndose muertos
frente a una muda audiencia de fantasmas.
Cada vez, bajo el párpado, las luces del alcohol son más opacas.
La mano tiembla ahora al levantar la copa y hasta el ritual del vino
es una comunión que se reparte a ciegas.

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