Las elecciones del domingo pasado fueron un sopapo a las bendiciones políticas como modo de juntar votos. Si no se labró el acta de defunción de los mandatos supuestamente indiscutibles de los líderes partidarios en general, el fenómeno quedó herido de muerte.
Aníbal Fernández fue un límite para los bonaerenses y poco importó la unción electoral que hizo sobre él la hasta ahora incontestable Cristina Fernández. Milagro Sala creyó que era la dueña de las voluntades jujeñas con más de cien mil planes sociales entregados según su dedo y con arbitrariedad y tampoco pudo con Gerardo Morales en Jujuy. El socialismo santafesino colapsó en las urnas dándole la espalda al otrora líder “infalible” Hermes Binner y unos meses antes, en la misma provincia, el ahora rutilante Mauricio Macri no pudo convencer a los electores cuando le levantó el brazo a Miguel del Sel para la Casa gris. Todo esto, más tantos otros ejemplos, parecen una buena noticia si se la entiende desde el concepto del ejercicio discernido del voto de millones de electores desprovistos de los mandatos enunciados de las cúspides del poder.
A un paso de terminar en el último turno de un sistema comicial desquiciado, iniciado hace 10 meses con internas provinciales que provoca, entre otras cosas, un escenario de nación en campaña olvidando el ejercicio diario de la administración, puede ya decirse que el 2015 deberá ser visto como un año de muchos cambios. Y no se habla sólo del estreno del ballottage pensado por Carlos Menem y Raúl Alfonsín hace más de 20 años. Se lo entiende desde el análisis de algunos resultados que no fueron imaginados desde ningún sector.
Si no se vive o se conoce de cerca en el inaprehensible gran Buenos Aires es muy difícil calibrar el triunfo allí de María Eugenia Vidal. Los inexpugnables feudos municipales sostenidos a base de pobreza, marginalidad, populismo disfrazado de planes sociales y presiones lindantes con la extorsión, se desarticularon en una avalancha de papeletas incomprensibles de 7 cuerpos que, aún así pensadas con malicia, voltearon todos los obstáculos y decidieron un contundente freno. El peronismo de esos bastiones pendula entre la estupefacción y el rencor. Una joven mujer (y resáltese el género en la machista manera de hacer política) que conoce de memoria las calles de la Capital Federal sepultó la carrera política de la expresión químicamente pura del kirchnerismo. Aníbal Fernández fue demasiado para esa provincia y no hay ironía verbal ni zoncera de Jauretche que lo revierta.
¿Cristina vota a Scioli? La presidente de la Nación se recluyó 4 días antes de evaluar públicamente el resultado de las elecciones. Para una mandataria que supo ventilar todos y cada uno de sus pareceres más domésticos en cadena nacional, el silencio fue estruendoso.
El discurso ante la militancia en los patios de la Casa Rosada, devenida comité de campaña, puso en duda de cuánto desea la doctora Kirchner que el gobernador de Buenos Aires sea su sucesor. A más de las interminables referencias personales (su paso por la Convención Constituyente, su ejemplaridad para las niñas que quieren ser presidente, su iniciativa legislativa en el Congreso y varios etcéteras suyos más), la titular del Ejecutivo resaltó la escasa cifra de votos colectadas por Scioli y volvió a minar su campaña electoral. ¿Hacía falta que la indiscutida dos veces presidente le recordara a todo el país que con ella a la cabeza de las boletas el PJ sumó 45 y 55 por ciento de los votos y que el candidato del FPV apenas 37? ¿Era necesario que la presidente Fernández no sólo evitase pronunciar el apellido Scioli sino que voltease la idea del 82 por ciento móvil para algunos jubilados anunciada por él, recordando que ella lo vetó por ser iniciativa poco seria?
La presidente hizo un discurso para escucharse a sí misma. Fue un recurso clásico de su modo de entender el poder: como no puede leer en los diarios lo que desea, se lo pronuncia a sí misma. Cristina quiere que se diga todo el tiempo que su modelo es virtuoso, de crecimiento, de inclusión, de ampliación de derechos y progresista. En esa mezcla de ideas (algunas reales y muy positivas) no admite con presunción religiosa fisuras ni recordatorios históricos de contradicciones propias que sí hace al prójimo. La privatización de YPF, por ejemplo, fue apoyada por los hoy integrantes de Cambiemos. Sin dudas. Y, también sin la menor interpretación distinta, fue apoyada por el kirchnerismo santacruceño de los 90 encabezado por Néstor y Cristina que mandaron votar a sus legisladores apuntalando a Carlos Menem. En los discursos de despedida de quien gobierna el país eso no existe. El discurso autocelebratorio de la presidente niega esa historia creyendo que hacerlo ex cátedra gubernamental le da presunción de infalibilidad.
Cristina dejó encerrado al candidato oficial en un camino con salidas proporcionalmente complicadas. Si él le discute autoridad a la conductora del movimiento (y con apenas acercarse al entorno sciolista se auscultan las enormes ganas de hacerlo y patear todo el tablero), el voto duro K que lo acompañó en primera vuelta puede agrietarse. Si en cambio no modifica su estrategia inicial, arriesga no colectar sufragios distintos por fuera de sus fieles. Daniel Scioli ha decidido recostarse en sus estrategas bonaerenses que le dicen que Sergio Massa, el hombre del quinto de los votos argentinos, no deja de ser peronista (no olvidar que la bendición massista tampoco existe). Los comentarios de que ni se habla con Carlos Zannini arrecian por todas partes. La idea de demonizar a Mauricio Macri como el hijo de los años 90 no lo convence. Sabe que los bumerang regresan, inevitablemente.
Mauricio, no corras. Del lado del Pro, la instrucción es recurrir al budismo. Evitar la confrontación y perseverar en la palabra amable. Habrá que ver si alcanza o si no se bordea en el recurrente eslogan compuesto de sustantivos y adjetivos agradables pero vacíos. No debería menospreciarse al peronismo que, en estado de shock sabe recomponerse. Menos, caer en el error de creer que hoy ya es 10 de diciembre. Faltan largas tres semanas para votar. Y, además, en un segundo turno electoral son necesarias definiciones concretas, expresiones de posiciones ideológicas y no meros deseos. El electorado no premia a deseadores sino a candidatos aptos para realizaciones. Esto, más la muerte de los resultados puestos en base a los caprichos de los líderes, terminó hace apenas 7 días.