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Estaban muy seguros. Para el Partido Demócrata de Hillary Clinton, la elección de 2016 iba a ser un impulso para ampliar su poder. "Sí, Chuck Schumer se prepara para trabajar como nuevo líder de la mayoría en el Senado", explicó un asesor del senador por Nueva York pocos días antes de los comicios.
La Corte Suprema iba a ser cubierta de tal forma que las decisiones de política social importantes coincidieran con la visión de los demócratas. Incluso se discutió sobre la posibilidad de asumir la mayoría en la Cámara de Representantes.
Pero nada de esto se hizo realidad el 8 de noviembre de 2016, porque no fueron los divididos republicanos, sino los demócratas los que terminaron en ruinas.
"Los demócratas no controlan prácticamente nada por encima del nivel municipal", escribió Jim Nevell en la revista liberal de izquierda Slate.
Los demócratas tienen por un lado un ala más a la izquierda para la que el senador Bernie Sanders fue un soplo de aire fresco en las primarias. Pero el partido como un todo no lo quiso.
Por el otro lado, está el antiguo establishment, cuya cara es Hillary Clinton y su séquito en torno a su marido y ex presidente Bill. Pero eso no lo quiso la gente. Y con una curiosa claridad, aunque Clinton haya logrado la mayor cantidad de votos en todo el país. "El establishment del partido quedó en ridículo y es su fin", considera Nevell. Y además ahora parece despedazarse. Pocas horas después de las elecciones comenzaron a llegar las críticas de parte de miembros del equipo de Clinton.
"Toda la campaña estuvo mal manejada desde el principio", dijo uno. Y consideró que la situación en el centro-oeste, donde Trump logró una sensacional victoria en Estados como Wisconsin, fue mal evaluada. La conexión entre la central de campaña, el partido y el círculo cercano de Clinton no funcionó, se necesita una renovación, apuntó otro.
Las elecciones representaron también un rechazo a la política de Barack Obama. Después de ocho años en el Despacho Oval, el actual presidente cuenta con cifras de aprobación mejores incluso que las del icónico Ronald Reagan, claramente por encima del 50 por ciento.
Pero a la otra mitad parece haberla olvidado.Y esa gente no quería una continuación de la política de Obama. Al menos no a través de Hillary Clinton. ¿Cuánto tuvo que ver la persona y cuánto la política en concreto a la hora de la elección? Sólo se puede especular.
"Obama y su legado político se convirtieron en los mayores perdedores del martes", asegura Josh Kraushaar en el National Journal. The Washington Post lo expresa más brutalmente: "La pesadilla de Obama se hizo realidad".
¿Ycuáles son las alternativas para los demócratas una vez que su plan de continuidad política fracasó? ¿Están los demócratas en Estados Unidos ante el mismo dilema de los socialdemócratas de Alemania o Reino Unido? ¿Está la izquierda lejos del espíritu de la época y los conservadores pueden hacerlo mejor? Lo que está claro es que tras el fracaso de Clinton, los demócratas deben reinventarse. A nivel personal y programático. Y debe ser rápido.
En 2018 son las próximas elecciones, para la Cámara de Representantes y para el Senado. Y habrá más bancas de ambos partidos a disposición, por lo que hay mucho que perder. Si los demócratas especulan con sacar ventaja de un posible voto de castigo por la decepción de los primeros años de Donald Trump, deben actuar rápido.
Futuro programa. Deben decidir si tiene futuro su programa, considerado "de izquierda" para los valores de la sociedad estadounidense, y adoptar un plan para volver a captar al electorado blanco sin dejar de lado a las minorías. Y deben llegar nuevas caras, aunque probablemente no tengan el nombre Obama. El hecho de que la primera dama Michelle haya recibido tantos elogios por su inteligente apoyo a Hillary Clinton en la campaña llevó a muchos en los medios y las redes sociales a debatir si se convertiría en la salvadora de los demócratas. Pero deberá pensar detenidamente si se lanzará a la aventura política, más aún con un resultado incierto. Por el momento no hay indicios serios para pensar que sí.
Y no hay nadie más que se llame especialmente la atención, aunque a un partido como el Demócrata no le faltan miembros talentosos, como la alcaldesa de Baltimore, Stephanie Rawlings-Blake, o el senador afroamericano por Nueva Jersey, Corey Booker, un gran orador. En cualquier caso, el tiempo apremia.