Las vacaciones de invierno son una buena oportunidad para que los padres
acompañen a los chicos en otros aprendizajes. El psicoanalista Juan Vasen, especialista en infancia
y adolescencia, opina en este sentido que los más pequeños tienen “que educar su paladar en
relación con el entretenimiento”; y por tanto “tienen que aprender a
jerarquizarlo”.
También, en diálogo con La Capital, Vasen destaca el valor que tiene
el juego para un niño, tanto que asegura que es lo que lo construye como persona.
—¿Cómo pueden acompañar los adultos a los chicos cuando rige el tiempo libre, sin la
organización que les da escuela?
—A los padres les cuesta encontrar un espacio fuera de la dicotomía del
tiempo muy estructurado de la escuela y del trabajo, también del consumo, de la avidez por la
última cosa para comprar y de la vidriera, algo que no tiene que ver sólo con gente de poder
adquisitivo. El tiempo libre está demasiado tomado por una cuestión banalizante del consumo, que
genera en los chicos este anhelo de permanente insatisfacción en relación con los objetos. Es
entonces cuando los espacios vacíos suelen ser vividos como aburrimientos angustiosos. Pienso que
una función que los papás no podemos eludir es la de cierto filtro a todo este bombardeo, y también
la de jerarquización de todos aquellos espacios que no tienen que ver con el consumo, sino con el
intercambio, con el lazo y la posibilidad de que las cosas circulen por otro lado. Y no se trata de
bajar línea y decir “vamos a culturizar a los chicos”.
—¿Cómo se hace?
—Va este ejemplo: uno aprende a disfrutar de ciertos sabores nuevos a
partir de una experiencia de educación de su paladar. Entonces los chicos también tienen que educar
su paladar en relación con su entretenimiento, con la formación cultural, el arte, o con lo que
pueden hacer con la música. Los padres tienen aquí una posibilidad, y esto tiene que ver con cierta
disposición de tiempo que hay que hacerse para estar con ellos. Es un tiempo donado para el
encuentro. Se puede ir a caminar, a andar en bicicleta, a ver una obra de teatro o compartir una
película en el cine, con espacio también para la charla.
—¿Qué pasa con el aburrimiento de los chicos?
—El tiempo libre, que podría ser de ocio, rápidamente cae porque
justamente los chicos están muy entrenados por el entretenimiento, y si decae eso se aburren. Es
entonces donde se podría abrir un espacio para la producción propia del niño, pero para eso hay que
sortear una pequeña zona de privación de estímulos externos.
—¿Es decir, como para que el aburrimiento no se convierta en horas extremas frente a
la computadora?
—No está mal que usen la computadora como juego, pero es un problema
cuando funciona como niñera electrónica y ocupa el lugar de la imaginación, por ejemplo.
—¿Dónde está el límite en este uso, aquel donde los padres prendan una luz de
alarma?
—Es muy difícil decirlo, porque la computadora sirve a veces para que los
chicos puedan armar un territorio propio, de relaciones, de vínculos, de intercambio. Además, a
cierta edad hay un deseo de intimidad, de privacidad, el mismo que antes se reflejaba en un diario
íntimo. Pero la computadora no tiene filtro a un montón de entradas no beneficiosas. Es ahí donde
está la función de filtro de los padres, para generar un vínculo de confianza con su hijo y
compartir aquello que no entra en su zona de intimidad. Hay que ayudarlos a producir un criterio de
cuidado de ellos mismos, porque en definitiva serán ellos los que tengan la computadora.
—¿Por qué es importante el juego en un niño?
—El juego es lo que construye al niño, es el equivalente, el sinónimo. El
chico se construye jugando con sus fantasías, compartiéndolas con otros, ahí se produce
subjetividad, infancia. Se aprende de otro modo que en la escuela, pero se aprende. Se incorpora,
se apropia de la realidad y del mundo a través del juego. Lo hace con objetos y hasta con roles
donde desempeñan personajes. Saramago decía en una frase: “Sin mis personajes no sería la
persona que soy, sería sólo un esbozo impreciso, una promesa”. Estamos construidos por los
personajes que hemos jugado en nuestras vidas. El juego es una fuente riquísima, claro que me
refiero a juego donde un chico produce, no al accionar de un dispositivo lúdico.
—¿La escuela puede ser un espacio lúdico?
—Por supuesto y no sólo con el recreo. El desafío es cómo despertar la
curiosidad del chico, que es la que permite generar enganche, interés, y es entonces cuando se
aprende.