Los amantes del papel son madrugadores y puntuales. Clavadas las siete de la mañana ya están en pie frente a la puerta de la Hemeroteca listos para cumplir con su ritual cotidiano: hojear diarios y diarios sin preocuparse porque las manos les queden negras de tinta.
Los amantes del papel llegan a paso lento, saludan a las empleadas como si fueran de la familia, a los demás lectores que de algún modo lo son y se apuran a pedir un ejemplar. La figurita difícil es La Capital. Si bien hay tres para prestar (la cuarta edición se archiva directamente y sin pasar por la mesa de lectura) siempre es el periódico más pedido. “Está prestado, puede llevarse otro. Acá tiene El Ciudadano, también el Página/12. ¿Quiere La Nación?”, dice una de las empleadas. El amante del papel toma cualquier otro periódico, camina en silencio hasta la mesa, pero con un ojo en la lectura y otro en los movimientos de la sala espera su turno sin perder la atención. Son quince minutos los estipulados para leer cada diario. Una vez cumplidos, el ejemplar se entrega en el mostrador y vuelve a cambiar de manos.
La Hemeroteca de calle Santa Fe 1553 funciona desde el año 1949 como una sección de la Biblioteca Argentina. Los edificios están comunicados por una puerta que los une casi en el centro de la manzana aunque por estos días está clausurada por miedo a un derrumbe ya que la humedad hizo ceder parte del cielorraso. En la casa antigua donde funciona la Hemeroteca se guarda un tesoro de más de mil títulos y cien mil ejemplares de diarios, revistas, boletines y material documental local, nacional y extranjero que va desde 1850 hasta la actualidad. La directora Stella Zunino explica que a eso se suma “toda la colección del material de Naciones Unidas, porque la institución es además biblioteca depositaria de la documentación de la ONU y todas las revistas que publica”.
La sala de lectura está rodeada por cuatro habitaciones llenas de estantes de pared a pared con revistas, cajas con recortes, enciclopedias, diarios, sobre todo diarios. Alrededor de las mesas para sentarse a leer hay dos escritorios antiguos con más pilas de periódicos tapados con nailon para que no se humedezcan. “El lugar para el papel nunca alcanza”, se sincera Zunino, y confiesa: “En realidad siempre nos quedamos cortos con el espacio. Con el papel no se da abasto y como son publicaciones periódicas cada día que pasa hay más y más”. Y eso es tan cierto que sólo en ese edificio se encuentra el treinta por ciento del total del material acumulado por la Hemeroteca en todos estos años. Lo demás —que antes estaba alojado en los viejos Almacenes Centrales de Pellegrini y Ovidio Lagos— se encuentra guardado en un depósito alquilado en calle San Luis.
Aunque los materiales son valiosísimos, la conservación es bastante casera. Si bien los documentos debieran estar guardados horizontalmente, no se puede por la falta de espacio. Pese a que tendrían que estar a una temperatura constantelos diarios tampoco están climatizados. Lo que sí se estableció desde hace algunos años es que al material antiguo no se le realicen fotocopias sino fotografías, para no dañarlo. Y en esa misma línea desde hace un tiempo a esta parte se digitalizaron los documentos del siglo XIX y se los colgó en la web para consulta libre.
Entre los archivos que contiene la Hemeroteca —y aquellos que más seducen a los investigadores— están los ejemplares de los periódicos El Municipio de 1870, El Ferrocarril y El Independiente. Prolijamente encuadernadas también relucen la colección de La Capital desde 1950 para acá, Acción, del período 1919-1957; Democracia, 1924-1961; La Época, 1947-1955; La República, 1939-1942; La Reacción, 1912-1916; Rosario, 1953-1964; El Aluvión, 1949; Hoy, 1969-1970, Mayoría, 1974-1975 y El Sol de Rosario, de la década del 80.
“Tenemos la colección de las revistas Boom y Risario, y a través de una donación de un señor que solía comprar el número uno de todas las publicaciones nuevas que salían a la calle es que contamos con algunas curiosidades como las revistas Divertimento para el Hombre, Fray Mocho, La Semana Universal, Rosario Magazine, de 1923 y La Cebra a Lunares”, cuenta Verónica Laurino, escritora, bibliotecaria y empleada de la Hemeroteca desde hace por lo menos once años.
La sala de lectura no es muy grande. Está iluminada por dos reflectores pero también por la luz natural que cruza el vitraux ovalado y florido del techo. Unas nueve personas permanecen en silencio. No cuchichean, no se miran. Toman notas, leen.
Los trabajadores de la Hemeroteca expertos en clasificar documentos también saben distinguir quién atraviesa la puerta del lugar. Es por eso que sostienen que el público de la Hemeroteca se divide en dos. Como en los viejos bares, la sala de lectura también reúne a sus parroquianos. Los empleados los llaman el grupo estable y son aquellos que concurren religiosamente todas las mañanas. Llueva, truene, salga el sol o aunque ese día se muera la madre, el amante del papel está al pie del mostrador para pedir como siempre un diario. Del otro lado están los lectores ocasionales que van un día a buscar algo puntual y, tal vez, no regresen nunca más.
La directora de la institución cuenta que en la sala de lectura los usuarios hacen su vida social. “Se hacen amigos, la mayoría se conocen de años de venir acá y conviven muy bien con los jóvenes”, dice. Pero claro que lo de jóvenes es sólo un decir. El público juvenil es cada vez más escaso en la vida cotidiana de la Hemeroteca.
“El estudiante hoy hace su búsqueda en Google y eso está bien. El tema es que es un público que perdimos”, se lamenta Laurino. Lo dice justo parada al lado de las viejas cajas de recortes con etiquetas temáticas (“Cáncer”, “Agua”, “Elecciones Argentinas”, “Elecciones Países”, “Mercosur”) confeccionadas especialmente para brindar información a los alumnos que al menos hasta principios del 2000 hacían de la Hemeroteca su principal insumo para los trabajos prácticos.
“A veces los más chicos vienen a buscar el diario del día del nacimiento. No sé a quién se le ocurrió esa idea. Pero se propagó como una moda. Y ahora muchos te piden eso para sacar una fotocopia y regalársela a alguien en su cumpleaños”, relata Verónica, sorprendida por el extraño furor.