Quizá el imperativo periodístico esté hoy ordenando que se escriba de la ausencia de política social del gobierno de Mauricio Macri. Quizá la frase más elocuente a este respecto sea la del diputado Sergio Massa, quien dijo que, en materia de tarifas y precios, los actuales funcionarios “entraron al quirófano con una motosierra”. No hay debacle, cierta y real, de la gestión anterior que impida decir que Cambiemos carece de pulso social y de sensibilidad hacia los más postergados. Da la impresión de que sus formados técnicos no pueden salir de sus alambicados laboratorios y oler, palpar y saber lo que ocurre en las calles empedradas o sin asfalto. Claro que una tarifa de trenes de un peso era un disparate si se mira desde los ojos, por ejemplo, de un rosarino o de un mendocino que ni siquiera tienen vías. Pero todo a la vez, todo junto, en todos los servicios y precios básicos, es producto de la decisión de quien no tiene mirada masiva.
Quizá el mismo deber de informar reclame que se mencione la detención del ex secretario Ricardo Jaime y uno de sus secuaces después de haberles comprobado atropellos de corrupción sin sutilezas o de haberle escuchado decir, cuando este cronista le preguntó por la tragedia ferroviaria de Once, “tengo la conciencia tranquila”. La Justicia esperó la nueva dirección del viento político y arremetió como debía haber hecho hace tiempo. En la Patagonia hay temores de ondas expansivas que también empujen a más altos funcionarios de entonces.
Quizá la rigurosidad del periodismo exija que se sopesen las mezquindades verbales de muchos dirigentes que van de uno a otro sector y que les permite decir, sin vergüenza, que basta que un sector de la geografía argentina decida para que un presidente “salte” de su función. El presidente del PJ bonaerense Fernando Espinoza, el mismo que bendijo a su sucesora Verónica Magario, irritó con golpismo rencoroso y nadie creyó que sus dichos atentaban contra la ley de la democracia. ¿Jugó solo este dirigente que mece la cuna de muchos dirigentes K a los que empleó en la municipalidad de La Matanza como Roberto Feletti, Débora Giorgi, Alejandro Rodríguez, entre otros? ¿O es la nueva orden de los que con escaso respeto por la alternancia no soportan haber perdido las elecciones y proponen caos en las calles y en los títulos de los periódicos?
Quizá todo eso sea lo que se debe. Pero lo que es, desde un caprichoso criterio de quien esto escribe, es el recuerdo de hace 34 años. Difuso, poco sentido, inexistente en muchos casos.
Malvinas. Las islas son de una belleza distinta. Pero bellas, sin duda. Hay un mar bello, montañas bellas, aves y sonidos bellos. Llovía cuando pisé el suelo de Puerto Argentino en un otoño de hace 15 años. Duele saber que se puede tener una mirada de placer estético ante esa geografía cuando, a cada paso, inunda nuestra memoria la historia padecida por tantos congéneres argentinos. Y en esto, al menos para mí, no hubo metáfora. Muchos de los soldados muertos en la guerra contra los ingleses tendrían un poco más de mi edad cuando su juramento de defender la patria fue un hecho. No mucho.
Quienes ocupan ilegalmente ese territorio exageraron el deseo de hacernos sentir extranjeros con innumerables reclamos de migraciones. Una sobreactuación de papelería para 30 o 40 pasajeros que bajaban de un avión en un aeropuerto que casi no tiene otra actividad. A los 3 argentinos que llegamos se nos obligó a pasar, previo recuperar nuestras valijas, por una especie de museo de guerra. Un muestrario de municiones recuperadas del conflicto bélico que se exhiben como un espantoso escaparate de un ausente free shop.
Los isleños despreciaron nuestra condición de argentinos. En realidad, despreciaron que allí estuviéramos. No había combustible para un auto que costó alquilar tres días o indicaciones precisas para visitar los lugares en donde las tropas nacionales habían peleado. Los dos o tres bares para tomar una cerveza al caer la tarde enmudecieron cada vez que entramos y resguardaron los espacios vacíos para no quedar sentados demasiado próximos.
Sin embargo, ninguna de estas peripecias pudo compararse con visitar el cementerio de los caídos argentinos. Se encuentra a unos 90 kilómetros de Puerto Argentino, por un camino de ripio que se transita sin más compañía que el silencio. Hay 237 tumbas presididas por una cruz blanca. En la mayoría no hay nombre de quien allí yace sino la inscripción “soldado sólo conocido por Dios”. Nos tocó estar una tarde de mucho sol, de un cielo celeste que cubría de paisaje soñado ese espacio de dolor. No hay otro sonido, ya se dijo, que el del viento. Y el de un monótono repiquetear de rosarios atados a las cruces mortuorias. Los que saben escuchar sin los oídos dicen que está presente la oración de cada uno de los padres que no pudieron llegar hasta allí a pedir lo que rezan desde el continente.
Ayer se cumplieron 34 años de la recuperación de las islas Malvinas. Hubo un gobierno militar asesino que aprovechó este justo reclamo para intentar perpetuarse en el poder. Hubo una derrota militar maquillada en un principio y ocultada humillando a los hombres valientes que pusieron el cuerpo a la soberanía nacional. ¿Por qué nada de esto se recuerda? ¿Por qué nosotros seguimos mirando hacia otro lado y no a los ojos de los ex combatientes que sobrevivieron y nos piden su acompañamiento? ¿Por qué hay espacio para las dudas de si un presidente debe participar o no del acto de agradecimiento a los ex combatientes?
Quizá sea muy desatinado pensar que el estado de crisis moral de nuestro país tiene raíz en hechos como negar Malvinas. Hoy, un funcionario que escandalizó por su impune modo de robar bienes del Estado está preso y no hay debate sobre qué es la cosa pública y un servidor público que mete la mano en la lata sino en la mezquina pelea de saber si es un punto de victoria o derrota para el gobierno entrante o el saliente. No importa el fondo de la cosa, el robo público, sino el triunfo de un partidito de colores político de corto alcance.
¿Interesa si de verdad el que es corrupto va preso o, en todo caso, si el enjaulado es “uno de los nuestros o de los otros”? ¿Importa de verdad una guerra por las islas Malvinas? ¿O es un recuerdo que apenas será tal si es funcional a nuestro deseo mezquino?
Hoy, hombres de un poco más de 50 años, aquellos que nunca fueron chicos de Malvinas porque pelearon y resistieron como verdaderos hombres, se preguntarán ante la memoria opaca de un día como ayer si de verdad importan.