Puedo recordar los árboles
de nuestro amor: plátanos,
jacarandás,
palos borrachos, seibos, tipas
y el último eucalipto
del parque Urquiza. Pero no puedo recordar
Puedo recordar los árboles
de nuestro amor: plátanos,
jacarandás,
palos borrachos, seibos, tipas
y el último eucalipto
del parque Urquiza. Pero no puedo recordar
qué comiste
la primera noche. Recuerdo qué bebimos,
la marca de cigarrillos
que fumabas (Philip Morris), pero no los zapatos
que usaste. ¿O eran sandalias?
Puedo recordar lo que me dolió,
pero no lo importante: si tenías
o no aros, si alguna pulsera
bailaba en tus muñecas –juraría
que no–, si te habías maquillado,
aunque sea suavemente,
los ojos. Y sobre todo no consigo recordar
de qué largo tenías las uñas
y eso me desespera,
porque amo tus manos más que nada.
En el medio de este maldito
bar solitario, veinte meses después
de que me resigné a perderte,
comprendo que no te perdí entonces
sino que te pierdo un poco
cada día.
Querida, ya no importa
que me ames, pero
¿llevabas el cabello hasta los hombros
o sólo hasta el final
del cuello?