Andan por ahí sin sentido. Buscan afuera lo que no tienen adentro.
Parecen, todo el tiempo. Jamás llegan a ser.
Son los líquidos y líquidas, los hijos de este tiempo de iniquidad y vacío.
No hay en ellos permanencia, sentido, verdad ni peso propio.
No hay trascendencia, entrega, pasión y mucho menos compromiso.
Deambulan por el mundo como si fuera un escenario. O una escenografía.
No sufren: se preservan.
No entran: tocan y se van.
No se quedan: parten siempre.
No dejan huellas, ni admiten que alguien o algo se las deje.
Se deslizan como agua muerta sobre la superficie de la realidad, sin manchar, hervir,
desbordarse ni estancarse.
El dolor y la lucha les son ajenos, como la política y la poesía.
Lo que mejor hacen es aburrirse.
Su diccionario no incluye ninguna acepción de la palabra dar.
Para ellos la música no es una cuestión de fondo, sino un simple fondo.
Carecen de noción de país. Su único país es la conveniencia.
Crear y creer son verbos que no pueden conjugar.
Jamás te enamores de un líquido ni una líquida: no te devolverán amor, sólo se apropiarán del
tuyo. (Después de aburrirse, apropiarse es lo que mejor hacen).
Los indicios que aluden a su nacimiento, como un cuerpo, son apariencia pura. Detrás no hay
nada.
O está la nada.