Si algo tiene de bueno y agradable el fútbol en nuestro país, es la amistad que se cultiva durante la práctica del mismo. Hace unos días, partió a la Casa del Padre, un gran amigo que tuve en mi adolescencia: Zenón Sanguino. Con él compartimos muy gratos momentos en mi breve paso por las divisiones inferiores de un club de la ciudad. Pero, más allá de lo futbolístico, quiero destacar la semilla de la amistad que en ese tiempo quedó sembrada para siempre entre nosotros. Una amistad que, como le sucede a mucha gente en distintos ámbitos, con el paso de los años subsistió supeditada al azar. A la suerte de encontrarse algún día en cualquier lugar de nuestra ciudad, y darse la mano o un abrazo, tratando de eternizar ese encuentro con bromas, sonrisas y sucesos graciosos, sacados del baúl de los recuerdos de un tiempo que se fue para nunca más volver. En el instante de su partida, queda para el resto de mi vida, la imagen saludable del muchacho transparente que conocí en el inicio de mi juventud, junto a la del hombre pacífico, amigable y siempre apasionado por el fútbol de los últimos años. Y la evidencia de que es el fútbol un deporte de sangre caliente, como todos los demás, que nos enseña que más allá de una pelota que gira y de jugadores que corren con afán de competir, hay una larga y compleja vida para luchar, disfrutar y compartir.