Lo vemos actualmente: la universidad argentina está llegando territorialmente a espacios a los que no llegaba, a zonas populares y alejadas del centro de las ciudades (el caso de la Universidad Jauretche en Moreno es elocuente en ese sentido). Esto es ofrecer posibilidad de acceder a ella para sectores sociales que habitualmente estaban imposibilitados de hacerlo. Y, por tanto, es la oferta de una opción de movilidad social ascendente de la que estaban por completo excluidos.
Entre quienes llegan a las universidades, abundan hoy aquellos que son primera generación de universitarios en sus respectivas familias. Es un avance importante. De cualquier modo, hay que reforzar el cuidado de aquellos que no se llegan a inscribir en las universidades al terminar la escuela media, y los que se inscriben y no llegan a ingresar, por no pasar algún examen o alguna otra causa. Por supuesto que no todos ellos tienen por qué ser necesariamente universitarios, pero sin dudas que si se hace un esfuerzo de recuperación de los mismos, no pocos podrían acceder a las casas de altos estudios, casi siempre despobladas de los sectores sociales con peores condiciones materiales y de acceso a la cultura letrada.
Quizás el máximo desafío esté, para la universidad argentina (mucho más inclusiva que la chilena, que es paga y cara, o que la brasileña, que es gratuita pero para pocos), en lograr una mayor retención de quienes llegan a primer año. Es lógico que si, como sucede en nuestro país, el ingreso es amplio —a menudo irrestricto—, la retención sea relativamente baja; en cambio, es fácil tener amplia retención de unos pocos estudiantes preseleccionados entre los de más alta calificación (que son, y no casualmente, casi nunca provenientes de sectores sociales populares).
Pero dada la democrática condición de un ingreso muy amplio que sostenemos en la Argentina por considerar a la educación un derecho, hay que trabajar mucho más sobre la retención. Cursos especiales, tareas de apoyo, tutorías individuales y por grupo tendrán que multiplicarse, si es que queremos sostener a los sectores sociales más castigados con algunos de sus miembros dentro de las carreras de grado universitarias.
Todo esto sirve a mejorar la calidad de vida de la población, pues la universidad no colabora con ella sólo con actividades de extensión. La universidad no necesita salir del campus para ser social; la institución "es-ya" sociedad, es parte de la misma. Por tanto, la mejora de la situación de sus estudiantes (futuros profesionales) es mejora para la sociedad en cuanto tal.
De cualquier modo, la universidad puede y debe también trabajar en investigación socialmente relevante. Tanto en promover tecnologías de punta que reemplacen patentes extranjeras que debemos pagar, como en establecer modelos de vivienda económica, automóviles de precio accesible o autobuses con un diseño cómodo y agradable. O en discutir, desde las ciencias sociales, modelos mejores de representación política, de gestión municipal o teorías que colaboren a superar la inseguridad ciudadana. La investigación —tanto básica como aplicada— mucho tiene que ofrecer a la mejora de la vida cotidiana de la población.
Extensión. Y, por cierto, es decisivo aquello que suele ponerse bajo el amplio y vago nombre de "extensión". Planes en común con gobiernos u organizaciones sociales, servicios directos a la población gratuitos o a precios bajos, actividades en barrios, colaboración con organizaciones populares territoriales, enseñanza en condiciones de encierro carcelario, son algunas de estas acciones, muchas de las actuales hoy se realizan, y que pueden profundizarse.
Ligado todo ello a una actividad más académica, pero también muy útil, y en la que falta mucho por hacer, en cuanto hasta ahora ha sido dejada a la iniciativa de cada docente: la difusión científica, la discusión social, la empresa de poner en los medios de comunicación la voz de la ciencia, en este caso singularmente la ciencia social. Superar la mediocridad de lo que se dice mediáticamente en pro del "rating", es una tarea a que la universidad puede colaborar fuertemente, lo que a mediano plazo es decisivo para que la discusión pública no se empantane en la estupidez o la desinformación sistemáticas.
Mucho por hacer entonces, si bien también mucho hay ya hecho. Las universidades trabajan en nuestro país por la mejora de la sociedad, si bien es notorio que están en proceso de profundizar considerablemente lo hecho hasta ahora en ese sentido.
(*) Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Cuyo y docente posdoctoral de la UNR.