Cuando se abre la puerta a la discriminación se abre la puerta a la violencia.
Cuando se abre la puerta a la discriminación se abre la puerta a la violencia.
La Declaración Universal de Derechos Humanos establece que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Sin embargo, en la práctica, la igualdad ante la ley se ve retaceada por un modelo de humano y una contraposición binaria que hace que no sea lo mismo ser rico que pobre, blanco que negro, heterosexual que homosexual, cristiano que musulmán, niño/a que adulto/a, hombre que mujer.
Tan es así que el sistema de derechos humanos _a pesar de aquella primera declaración que debía abarcar a todos y todas_ fue promulgando nuevos instrumentos específicos, para la niñez, para las mujeres, para las personas con discapacidad...
¿De qué hablamos cuando decimos discriminación? Toda distinción, exclusión, restricción o preferencia por motivos de raza, sexo, religión, color, origen nacional o étnico, sexo, orientación sexual, idioma, pertenencia política, posición económica, edad o cualquier otra condición social que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Reconocimiento. Consiste en no reconocer en la otra persona los mismos derechos y libertades y, por lo tanto, su ejercicio en condiciones de igualdad. Toda discriminación está basada en prejuicios que se instalan como verdades, como por ejemplo las características "propias" de lo femenino y lo masculino. Esto es, lo que debe ser y se espera que sea una mujer y un varón.
A veces resulta más fácil reconocer las diferencias que surgen de pertenecer a determinada clase social, a determinada franja etaria, a determinado grupo social pero no se advierten las diferencias que se dan por el hecho de ser mujer, por cuanto hemos asumido como naturales comportamientos, creencias, valores, para uno u otro sexo, cuando en realidad son construcciones históricas y sociales ancladas en un sistema patriarcal que ha colocado en un lugar de subordinación y pasividad a la mujer y en una visión androcéntrica que coloca al hombre como medida de lo universal.
La escuela. El sistema educativo reproduce la realidad circundante. Es habitual escuchar a docentes explicar que la violencia dentro de las escuelas es una réplica de lo que se vive en la calle, las canchas, los hogares... Sin embargo, también encierra la enorme posibilidad de ser un instrumento para el cambio.
Dice Gloria Bonders, experta en género y educación, que históricamente la escuela fue creada por y para varones y, en ese sentido, las mujeres fueron y siguen siendo un agregado para el modelo cultural vigente.
De hecho, en la primera revista hecha en Argentina por una mujer, La Aljaba, que se supone era de Petrona Rosende de Sierra y decimos se supone por cuanto hubiera sido muy audaz en las primeras décadas del siglo XIX —concretamente en l831— que una mujer editara una revista; el reclamo era por educación para las niñas, una educación que no se limitara a aprender a bordar, coser y tejer.
Cualquiera podrá decir, y no le faltará razón, que hoy las jovencitas tienen un bien ganado lugar en la escuela (y bien ganado porque desde la primaria a la universidad suelen ostentar los mejores promedios), pero ... ¿no hay discriminación?
Suele suceder que no tengamos las mismas expectativas, tanto en rendimiento escolar como en conducta, se trate de niñas o niños. Un ejemplo de esto es la espléndida investigación del doctor Walter Mischel, de la Universidad de Standford, California. Mischel convenció al cunero de un hospital cercano a la universidad de participar en un experimento. Durante más de seis meses personas de distintas formaciones, niveles socioeconómicos y pertenencias culturales estuvieron observando a los bebés del cunero. Las enfermeras tenían la consigna de, cuando iba a llegar un grupo observador, ponerles cobijitas rosas a los varones y azules a las niñas. Los resultados de la observación fueron los esperados. Los observadores se dejaron influir por el color de las cobijas y escribieron en sus reportes: "Es una niña muy dulce", cuando era varón; "Es un muchachito muy dinámico", cuando era niña. El género de los bebés fue lo que condicionó la respuesta de las personas.
Estereotipos. Esta experiencia da cuenta de los estereotipos de género que impregnan constantemente nuestras conductas en lo cotidiano y condicionan la forma en que nos relacionamos con nuestro alumnado según pertenezca a uno u otro sexo.
Las instituciones educativas tienen la formidable oportunidad de trabajar para desterrar los mecanismos sexistas del lenguaje, teniendo en cuenta que la lengua nos estructura y afecta la manera en que percibimos la realidad.
Claudio Wagner, de la Universidad Austral de Chile reconoce dos mecanismos sexistas del idioma: el género gramatical y el sustantivo masculino usado como valor genérico o neutro, es decir, sin oposición al femenino. "En relación con el género gramatical —dice este autor— dado el marcado androcentrismo de nuestras sociedades, no es difícil encontrar ejemplo de palabras que denotan depreciación u ofensa contra la mujer, así como otras referentes a ocupaciones que sólo admiten la forma masculina", (ejemplifica con fulana y zorra, con una carga peyorativa que no tiene la acepción masculina). En cuanto al sustantivo usado como valor genérico contribuye a la invisibilización de las mujeres; pensemos simplemente en los docentes, cuando la mayoría son mujeres.
El español es lo suficientemente rico como para sortear el sexismo que lleva impreso y, un cambio en su uso, producirá sin duda transformaciones positivas en la percepción de la realidad de las mujeres.
Educar para erradicar los estereotipos de género y el sexismo en el lenguaje —que reproducen el sistema patriarcal— es un aporte fundamental que debe realizar el sistema educativo para terminar con las relaciones violentas que tanta muerte produce entre las mujeres.
(*) Comunicadora social, vicepresidenta de Insgenar. Instituto de Género, Derecho y Desarrollo.