Los corazones ya empiezan a galopar de excitación. La ansiedad comienza a ser ingobernable. La Copa América Centenario entró en la última semana de disputa y el sueño de la selección argentina y de todos los argentinos ya aterrizó en Houston. Es curioso como ciertos lugares, de alguna manera, siempre tienen un punto de partida para agarrarse. Precisamente como ocurre en este caso para proyectar la semifinal de hoy entre Argentina y Estados Unidos en el estadio NRG.
En ese sentido, la sensación es que no había ciudad más atinada que esta para convertirse en la sede de semejante partido definitorio para el equipo de Gerardo Martino.
Así como Houston se popularizó en el mundo como la ciudad en la que se encuentra el Johnson Space Center, el centro de visitantes de la Nasa, en cierto modo comparativo la selección argentina buscará dar otro paso que la conduzca a esa escalera al cielo que sería jugar la final del domingo 26 en Nueva York. Una oportunidad más para que este grupo de jugadores siga construyendo un puente de reconciliación con esa gente que sólo espera colgar en un póster la figura de Lionel Messi levantando la copa.
Tampoco es que ganarle a Estados Unidos despejará esa idea que todavía coexiste en el hincha sobre que estos jugadores no ganaron nada con la camiseta argentina. Pero, de nuevo, tendrán que demostrar que la rebeldía es el combustible que eligieron para domar la presión nacional que habrá sobre ellos.
Lograr el boleto a otra final, la tercera consecutiva contando la del Mundial 2014, no da vuelta ninguna página. Ni zurce heridas. Lo que sí hace es entregar elementos más creíbles para empezar a sacar esa espina envenenada que viene pinchando el orgullo de este grupo.
La goleada por 4-1 contra Venezuela fue un buen remanso para mensurar de lo que es capaz de hacer el equipo en este tipo en situaciones en las que uno sigue y el otro arma las valijas. Lo resolvió todo tan sencillo y rápido que no pareció un partido con molde de cuartos de final. Ni siquiera esos minutos en los que lució estar colgado de una palmera lograron esmerilarle las virtudes para estacionarlo en un sitial de cuestionamientos.
Quizás en el afán por barnizar la versatilidad y esa pronunciada mutación posicional que ensayaron Augusto Fernández, Javier Mascherano, Ever Banega y Nico Gaitán, el equipo se despersonalizó un poco. Nada más que eso. Igual, siempre controló todas las fases del juego en todos los partidos, incluido el del debut ante Chile. Seguro hoy pasará lo mismo. De venir alguna turbulencia será porque Argentina no mantuvo la línea de flotación cuando un imponderable puntual la condicione negativamente. Podría ser estar en desventaja o que el rival se anime a la heroica.
Para colmo, Estados Unidos tiene tanta mala suerte que recibirá a un Messi con cuchillo y tenedor en la mano para comerse solito a Gabriel Batistuta como el máximo goleador histórico de la selección nacional. Leo sabe que el planeta lo estará observando y por eso es una tentación no pensar que a partir de hoy será el único killer goleador cuando se hable de Argentina. Apenas necesita de la complicidad de sus socios. Como la tuvo en los tres que le metió a Panamá y en el tercero contra Venezuela, cuando recibió la asistencia de Nico Gaitán, quien hoy no jugará por haber acumulado la segunda amarilla y por una molestia.
Del resto se encargará la estructura colectiva de la selección. En los cuatros partidos que disputó patentó una manera de jugar y se le reconoce cierta potencialidad que sólo termina de explotar cuando la toca Messi. Hasta ahora le alcanzó con momentos y pasajes para abrirse un camino desahogado en la copa. Como se escribió más arriba, se presume que contra Estados Unidos no tendría por qué suceder algo contrario a eso. En definitiva, no hay atajo más directo hacia una nueva victoria que estar todo el tiempo con el colmillo afilado como lo demostró Higuaín ante Venezuela, Agüero frente a Panamá, Lamela cuando le toca entra y ni hablar cuando todos ellos son guiados por la luminaria de Messi.
En el horizonte se recorta que lo único que podría complicarle un poco la existencia a Argentina es el tiempo que tuvo menos para recuperarse que Estados Unidos. Que en este tipo de competencia siempre es un rival peligroso. Nunca hay que subestimarlo porque aparece en el momento y en los minutos menos pensados.
En ese sentido, el equipo de Martino llega con dos días menos de descanso que Estados Unidos, que eliminó el jueves a Ecuador. Además, no sólo esa situación debe tenerse en cuenta, sino que Argentina es la selección con más kilómetros recorridos al día de hoy en la copa. Lo que se dice literalmente se la pasó más en los aeropuertos y en el aire que en los entrenamientos y partidos.
El plantel ya suma más de 20 mil kilómetros en tierras estadounidenses. Encima, esas mudanzas nunca son gratuitas para el cuerpo de los jugadores porque traen consigo cambios de clima y de husos horarios. Todo afecta y fatiga al cuerpo humano.
No obstante, es poco probable que EEUU saque provecho de esas ventajas. Si bien es cierto que al ser local conoce como ningún equipo lo que es recorrer de lado a lado a su propio país y no sufrir los efectos de la descompensación horaria, tampoco le sobra paño para hacerse el Robin Hood. Ni a palos saldrá a presionar a Argentina. Primero porque sería poner la cabeza en la guillotina desde el minuto inicial y segundo porque no tiene jugadores para ejecutar esa partitura. A Klinsmann le queda servido en bandeja un planteo a la medida de los jugadores que tiene: combate en el medio con Beckerman, dos líneas bien apretaditas con la intención de no perder nunca la vertical y la receta de la que se copian casi todos los que enfrentan a Argentina. Pasado en limpio: los pelotazos largos para que Dempsey, Bradley o Zardes las peleen a todas como lo hicieron contra Ecuador y Colombia.
Eso sí, tampoco hay que tirarle tantas pálidas. Al plantel se lo nota convencido de lo que le pide el DT alemán y las expectativas ya llenaron el vaso. Evidentemente, por lo que declara el entrenador, quieren más. Dijo como si estuviera dirigiendo a la reencarnación de la Naranja Mecánica que el equipo está “listo para morder, pelear, perseguir y estar todo el tiempo arriba de Messi”. Y remató: “No le tenemos miedo a Argentina”. De esa inconsciencia también deberá cuidarse la selección nacional.
Si hay que poner en un contexto fácilmente reconocible a la semifinal de hoy cómo se hace para no trasportar la imaginación y ver a la selección de nuevo en una final. Con todo esto no se quiere caer en la cuneta de la temeridad y afirmar que Estados Unidos ya está perdido. Porque no es así. A las armas las carga el diablo y siempre queda una en el cargador. Pero está todo dado para que Martino llegue a su tercera final consecutiva de Copa América.
Perdió las dos. Una sentado en el banco de Paraguay contra Uruguay en 2011 y la del año pasado con Argentina en Santiago,
que ya causa urticaria recordarla. Hay tanto de clima de optimismo en torno a la delegación nacional que ya está armada la logística que cumplirá el plantel para moverse en la previa a la gran cita del domingo en Nueva York.