Para algunos la principal virtud del gobernador santafesino está dada por la inescrutabilidad de su rostro. Hace gala de tal economía de expresividad que sólo cuando ríe otorga una señal clara. Su sonrisa, por ejemplo, queda a medio camino entre el rictus irónico o irascible y una risa incipiente. El virtuosismo de una austeridad gestual tan extrema, para quienes así lo consideran, estaría dado en que el mandatario se garantiza de ese modo desconcertar casi siempre a sus interlocutores al encriptar, con eficacia, sus sensaciones y sentimientos momentáneos.
Por estas mismas razones y algunas más, seguramente, otros consideran que se trata del arma más poderosa con la que Miguel Lifschitz ha logrado no sólo subsanar su falta de carisma, concebido en los términos tradicionales de la que otros dirigentes hacen gala, sino reservarse para sí las decisiones más cruciales. Y una más: transmitir poco, en rigor, puede mostrarlo frío pero ciertamente lo preserva de exponerlo decepcionado, angustiado o enojado.
Para un gobernador que recibió el exabrupto legislativo de la negativa a avalar, aunque más no fuera informalmente el nombramiento de un jefe de policía, que después tuvo que cambiar a ese mismo jefe; a quien miles de rosarinos le sacaron sus reclamos a la calle; al que sus propios correligionarios le condicionaron sus dos principales proyectos —la reforma constitucional y el endeudamiento por 1.000 millones de dólares, que le redujeron a la mitad—y los pusieron a macerar en aguas de borrajas;
Para un gobernador al que sus socios le dicen que es una "idiotez" lo que parece habérsele ocurrido a su gobierno para anunciar una buena y algo alegre: la fiesta provincial de la cumbia. Por citar lo más fresquito, seguramente ninguno de aquellos estados de ánimo, entre otros, le deben haber sido ajenos;
Para un mandatario al que el gobierno nacional viene tratando con un rigor especialmente duro, parece resultarle eficaz la paciencia gandhiana que exhibe, al menos en público. Lifschitz, para la Rosada, es el titular del distrito más complejo de los que el PRO debe conquistar en el 2017. En Córdoba, un acuerdo con los peronistas y un reparto que fortalezca la alianza con los radicales alcanzaría, al menos, en las ecuaciones de papel. En provincia de Buenos Aires otro tanto. La buena imagen y carisma de Vidal harían el resto. A la par que garantiza a Massa espacios para desarrollarse a expensas de la diáspora kirchnerista y lo mantiene a salvo de las posibles dentelladas de Elisa Carrió (quien no lo sacó de su mira) y los fondos de obras sociales sumado a un amortiguador bono navideño para tranquilizar a la muchachada gremialista.
Nada de eso sirve en la provincia de Santa Fe. Fuera de Rosario, donde tiene unas pocas figuras forjadas de propio cuño, el PRO tiene olor, color y pelaje peronistas. Empezando por el propio Miguel Del Sel, quien siempre reivindicó tal condición, siguiendo por el hecho de que tres ex presidentes del PJ santafesino —que nadie piensa que han dejado de serlo— militan en el PRO, empezando por el ex gobernador y actual senador nacional Carlos Reutemann.
Parece que algunos se ilusionan con que si Reutemann volviera a pisar la sede partidaria de calle Crespo en la capital provincial una multitud de seguidores volvería al viejo redil. Al menos eso piensan quienes aseveran que en los planes partidarios actuales no se descarta sondearlo discretamente. Lo reveló a este diario en un reportaje (a publicarse) su ex segundo, el ex vicegobernador Miguel Robles. Por ahora es un secreto pero una candidatura testimonial de Reutemann, sacaría del riesgo de caer por debajo de la segunda mitad de la tabla que hoy tiene el peronismo santafesino, según se diría en jerga futbolera.
Resultaba del todo inverosímil que el ex gobernador hoy senador nacional por el PRO (que dejó en el camino cuando compitió por renovar su banca en 2015 nada menos que a su archirrival Hermes Binner) acceda a semejante propuesta, hasta esta semana en que llegó una supuesta orden del presidente Mauricio Macri de medir a Omar Perotti, encabezando la lista de diputados nacionales santafesinos 2017 del PRO. Es más, la Casa Rosada dejó trascender a uno de los grandes diarios nacionales que el rafaelino —ex candidato a gobernador por el PJ que perdió por tan sólo 22 mil votos y salió tercero hace apenas nueve meses— es el nombre que más le gusta al presidente. Se supone también para una postulación testimonial, aunque esto entra ya en nuestra esfera de especulación propia.
Cualquier lector avisado (como lo son los de este diario) habrá advertido que tanto Reutemann como Perotti tienen todavía por delante casi intactos sus mandatos de seis años de senadores. Sería muy altruista que uno para hacerle el favor al partido que lo lanzara al ruedo de la política y el otro al presidente que podría empujarlo al horizonte y más allá, renuncien sus actuales bancas. Pero en política…
Supongamos que el macrismo lanzó el nombre Perotti para neutralizar cualquier jugada de los peronistas con Reutemann (si la hubiere o fuera posible) o viceversa. Incluso que no lo hizo por éste último sino para condicionar a su socio, José Corral, y obligarlo a deshacer su decisión de no competir en 2017. El intendente santafesino ya ha dicho que el año que viene seguirá siendo intendente de Santa Fe. Para cualquiera de estas alquimias o algunas otras de las que aún no nos hemos enterado, los nombres en danza no hacen más que demostrar la relación un tanto promiscua que el PRO tiene con el peronismo santafesino.
Lo ratificó el chisme político de la semana: vaya a saberse cuáles hayan sido las razones —seguramente la falta de propiedades amplias disponibles en el mercado, tal vez, o la urgencia del caso— para que el municipio de Santa Fe, haya alquilado de modo directo la casona de Moreno al 1400 que pertenece a Álvaro González. Lo cierto es que ello no hizo más que reavivar la memoria de esos vasos comunicantes entre peronistas santafesinos y macristas. Por más que González, a quien en la capital provincial todavía llaman con el disminutivo de su nombre de cuando fue funcionario provincial peronista del gobierno de Víctor Reviglio y era necesario diferenciarlo de su padre quien ejerció como secretario general de esa gestión, es desde hace muchos años legislador macrista en la capital federal.
Claro que quien alquiló la casa es José Corral, radical, presidente nacional de este partido nada menos. Pero eso no impidió que se recordara que en el mismo enorme y flamante galpón que desde el jueves cobija el comando operativo de Gendarmería en la ciudad fuera otrora el gran patio con quincho y asador donde funcionara el comando electoral de "Reviglio, gobernador" en 1987.
El comentario y un sinfín de anécdotas de los periodistas entrados en canas sobre el lugar, los que pasaron por él (Cafiero y, dicen algunos, hasta Menem y el propio Kirchner) dicen que fue un estudio jurídico pero sobre todo un reconocido centro político —de esos a los que la prensa atribuye ser escenario de roscas importantes— hasta recientemente, que funcionara allí la principal sede de la Fundación Pensar, el espacio de cultivo de estrategias y maquinaciones del PRO, sirvió para matizar la espera el jueves.
El primero en llegar fue Lifschitz, ataviado ese día con una sonrisa apenas. Corral había ido al aeropuerto a cobijar a Patricia Bullrich bajo un paraguas. Cuando estuvieron todos desplegaron una almibarada conferencia de prensa en la que la definición más importante fue la siguiente: "Decir la verdad permite a todos partir de un punto y eso nos sirvió para elaborar un buen convenio. La discusión dura nos llevó a tener una buena solución y eso es bueno, porque muchas veces las sonrisas o lo políticamente correcto nos llevan a hacer cosas superficiales y esto no lo es. Ustedes verán que es una política de fondo".
Fue lo que dijo Bullrich el jueves, mientras Lifschitz y Corral la miraban sin transmitir nada. El radical compite con el socialista en eso de traslucir poco y nada (¿será por eso que este último va a los actos públicos con un payaso, de nariz roja y todo, que hace bufonadas antes de los discursos?). Ese día no lo llevó. "Decir la verdad" es el eufemismo que usó la ministra para aludir a sus críticas contra el gobernador como la de que "no tiene verdadera vocación de colaboración" para usar la más suave cuando pretendía poco menos que intervenirle la provincia. El "buen convenio" aparentemente no alude a otra cosa que al plazo: hasta fines de 2017, porque ni siquiera se sabe cuánto cuesta ni quién paga el despliegue de tropas nacionales. Tampoco cuántos efectivos fueron traídos a la provincia. "Muchos y suficientes", respondió a la prensa Bullrich en uno de sus célebres alardes de insolencia.
No hubo posibilidad de preguntar qué quiso decir con "política de fondo" o en todo caso cuál o dónde se ubica ese fondo en los planes trazados ni qué pasará si en un plazo razonable —y en un año electoral, para colmo, como será el próximo— no se bajan los índices de violencia. En ese caso, ¿quién pagará el costo político? Tampoco se pudo preguntar qué seguiría a ese dramático supuesto y quién pagará en caso de que de las fuerzas federales se descontrolen y arremetan con una represión indiscriminada. No pudo inquirir cuáles son las instrucciones que tienen. Una voz grito antes "última pregunta" y el show terminó.
Pocas horas después, el secretario de Seguridad Nacional, Eugenio Burzaco, decía por una radio rosarina: "Esta provincia tiene las dos ciudades más peligrosas del país: Santa Fe y Rosario".
"Si los rosarinos no hubieran perdido la paciencia saliendo a la calle a reclamar medidas urgentes, no sé si nos bancamos la soberbia macrista. De los delitos nacionales se ocuparán ellos (lo había dicho Bullrich), eso es el narcotráfico, que es el que mata de manera directa (por la guerras entre ellos) o indirecta (por lo irracional que la droga vuelve hasta a un simple ratero que te dispara por cinco pesos). Ahora que se hagan cargo" masculló un socialista a La Capital.
Lifschitz, serio, dijo el viernes en los diarios: "Acá lo importante es que será un trabajo estructural contra el narcotráfico".