Tarde de invierno en la zona sur rosarina, vacaciones de julio y sin embargo soledad.
Tarde de invierno en la zona sur rosarina, vacaciones de julio y sin embargo soledad.
Tal vez sea el frío.
Pero no, no es el frío: es el cambio de los tiempos.
Porque no hay chicos en las hamacas. Apenas el viento.
(Los árboles se mueven en el aire transparente y parecen hablarme. Son un jacarandá, dos o tres plátanos, un ceibo solitario. Inclinados sobre la calesita desierta, me dicen cosas al oído).
Las palabras resuenan dulcemente en la memoria: merienda, mate cocido, bizcochitos con manteca y dulce de leche. Pelota de goma. Pantalones cortos. Zapatillas Flecha.
No es cierto que todo tiempo pasado sea mejor. Pero tampoco es verdadero que todas las épocas sean iguales. ¿A quién se le puede ocurrir que, digamos, el 24 de marzo de 1952 o 1961 o 1993 hayan sido iguales que el mismo y funesto día de 1976?
¿A quién que Picasso, Klee, Dalí o Gambartes puedan ser comparados con los pergeñadores de tantos bodrios actuales destinados, ya antes de nacer, a la transitoriedad y el olvido?
No hay chicos, todos están delante de alguna pantalla: PC o TV, es lo mismo.
La vida queda lejos y está sola.
Todo es tan virtual que ya no es real.
La plaza está vacía.
Las hamacas se mueven en el viento.