"Me entero que en la escuela de la isla había dos directores ya jubilados, que querían irse pero no conseguían maestros para reemplazarlos, y yo tenía un interinato en Rosario. Hice saber de mi interés al Ministerio por ese puesto y ahí quedé". Eso ocurrió en agosto de 1975 y desde entonces Liliana Scavuzzo, "la maestra de la isla" como la conocen todos, no dejó de cruzar el Paraná para enseñar a los chicos de El Espinillo. Hoy es su último día en la docencia.
Liliana es tranquila, segura, transmite un envidiable sosiego cuando relata; raramente esta mujer de cabello pelirrojo se enoja, aunque es fácil advertir que es de convicciones firmes, una enamorada de su trabajo y que durante 36 años aprendió a conocer el río, las islas y sobre todo las necesidades de un contexto educativo muy particular. También que, curiosamente, nunca aprendió a nadar porque teme "meter la cabeza debajo el agua".
Mucho influyó en decidirse por la Escuela Nº 1.139 Marcos Sastre su esposo Juan, conocedor como ninguno de esa geografía generosa e increíble que es el Paraná. Juan siguió la tradición de pescador de su familia y, poco tiempo después que Liliana asumiera como maestra y directora en El Espinillo, fue nombrado como personal no docente en el mismo destino.
Canao propia."Desde 1972 estamos juntos y gracias a él pude cruzar siempre el río para enseñar", confiesa Liliana, y extiende su mirada a su inseparable compañero. Y aquí hay algo más para contar: el Estado nunca proveyó a la maestra una embarcación para trasladarse de costa a costa. Siempre usaron su propia canoa con motor fuera de borda para viajar.
"Hace poco volvimos a pedir una embarcación al Ministerio, más pensando en que quedara para el docente que viene, para la escuela y ¿sabés qué me respondieron?, «No, porque después de todo ir a esa escuela es una decisión tuya»", cuenta todavía azorada por la respuesta oficial que denotó un significativo desprecio e ignorancia por esta realidad escolar.
Transformaciones.Mucho ha cambiado de aquel paisaje isleño que Liliana conoció hace más de tres décadas. "Cuando arranqué tenía más de 30 chicos y ahora terminé con 7 alumnos", dice para resumir de alguna manera cuánto se ha transformado la vida del otro lado de la costa.
Y conoce muy bien las razones, que van desde cambios en los hábitos de vida hasta las que afectaron el medio ambiente. "El sostén más importante del isleño siempre fue la pesca, y en otras épocas también había quinteros, floricultores. Ahora no hay nada de eso", explica, y grafica con un buen ejemplo: "Años atrás el armado salía en abundancia, hasta lastimaban los dedos de los pescadores, ahora con suerte sale uno solo. Hubo una depredación del río, todo fue decayendo y, al no tener su sustento, el isleño se fue a la ciudad, por lo general a los barrios marginales".
Así y todo durante todos estos años Liliana presentó proyectos para que la escuela crezca y sumara, por ejemplo, el nivel inicial. "Venían los más chiquitos por la tarde y yo les enseñaba igual cuestiones básicas del aprestamiento escolar porque sabía que al año siguiente los tendría en primer grado", explica, y menciona aquí su gratitud hacia las maestras de nivel inicial que trabajaron con ella desde 1994.
Diferencias. ¿Y qué diferencia hay entre enseñar en la escuela de la isla de otras realidades? "El río es la valla más grande que hay, no está siempre quieto ni haciendo la plancha, es un continuo movimiento, y el clima cambia apenas llegás a la orilla. Y luego es clave tener una embarcación, un lugar para preservarla de las tormentas, los golpes, es una herramienta clave de trabajo", advierte.
Una de las particularidades de la tarea en la isla es la de atender al mismo tiempo a todos los grados: "Desde el primero al séptimo, los más grandes por la mañana y a los más chicos por la tarde". Además del trabajo docente multigrado, está la atención del comedor y la copa de leche (la escuela cuenta con portero y ecónoma), "todo requiere de buena predisposición, responsabilidad y sentir pertenencia al lugar".
"Los chicos son hijos de pescadores, con muchas necesidades, y que requieren todo tipo de apoyo, sabés muy bien, por ejemplo, que la tarea la mayoría no la traerá hecha al otro día y que si necesitan la atención especial de un profesional es muy difícil que los padres los lleven a la ciudad, menos que la atención llegue aquí", agrega a su relato. Y a esta breve reseña del oficio diario hay que sumar las inclemencias propias del río, como las inundaciones.
Alegrías y tristezas.Cuando se le pide por alguna anécdota de su oficio, bucea en su memoria y dice: "Nunca pienso en estas cosas, vivo la vida como una vorágine". Sin embargo, se queda con algunas imágenes, como "la poesía preciosa de la primavera" que le regaló su alumno Manuel, o aquella vez que salieron de paseo por la isla "y los chicos con palos pescaban en los arroyitos internos taruchas que luego se compartió con una ensalada".
A estos recuerdos Liliana le suma el otro costado del oficio: "Lo que más golpea es la indiferencia de algunos padres hacia sus hijos, quizás producto de la misma ignorancia".
El último día.En el único momento de la entrevista que a la emoción de la maestra la ganan las lágrimas es cuando recuerda su último día de clases, su último acto escolar: "Fue un momento triste, apenas empezó a tocar el Himno me quebré, se me vino todo encima, estaban los papás de los chicos, otros docentes y personal escolar. Bueno, ahí no pude más. Igual alcancé a decirles en mi despedida que hice todo por la escuela, a veces dejando de lado a mi propia familia, que puse responsabilidad, fuerza y mucha pasión".
Mientras repasa que hoy es su último día formal de trabajo y mañana el que indican los papeles para acceder al beneficio de la jubilación, comenta que desde hace un tiempo escribe cuentos para chicos, también que en sus planes está dedicarle más lugar al arte, a la pintura, otra de sus elecciones. Promete además que no dejará de pasear por el río, por la isla y también que de una vez por todas aprenderá a nadar.