"No hay manera de vida pública, vida en común en una sociedad moderna sin la posibilidad de apelar a los héroes". Quien así opina es el historiador Javier Trímboli, asesor historiográfico de la Televisión Pública, al analizar el impacto del reciente emplazamiento del monumento a Juana Azurduy en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Confía en que hay figuras que por "su virtud o por su grado de entrega a intereses colectivos han logrado trascender el tiempo", y entre ellas ubica a esta mujer revolucionaria del Alto Perú, quien peleó junto a hombres como Manuel Belgrano, Martín de Güemes o su marido, Manuel Padilla.
Las palabras de Trímboli llegan también en respuesta a cuestionamientos despectivos que muchos intelectuales hacen sobre el uso del pasado en este momento político de la Argentina, como la reciente opinión de la investigadora Mirta Varela en la Revista Ñ (del diario Clarín) donde se pregunta si hacen falta héroes para construir una Nación.
Trímboli —docente e investigador universitario— advierte que desde los griegos se sabe que no hay manera de construir una Nación con carácter si no se apoya en relatos de estas características, donde se resalten valores colectivos. "Ahora bien, el tema es qué héroes y qué se refleja en esos héroes", propone debatir y llegar así a la figura de Juana Azurduy.
Recuerda entonces que es una figura que en la historiografía liberal argentina no había ocupado un lugar destacado en lo más mínimo, apenas algunos renglones en un libro de Mitre, "y siempre como compañera de ese genial guerrillero que fue Padilla, pero no más que eso".
Reconocimiento. "Que Juana Azurduy EM_DASHdestacaEM_DASH desde ese lugar tan olvidado en los libros de la mayor historiografía liberal, donde no había lugar para la mujer, haya sobrevivido durante tanto tiempo y que hoy llegue a este lugar que llega, habla de un proceso de construcción de héroes en el cual el héroe permite que se reflejen cantidad de vidas y entregas anónimas antes olvidadas. Hay algo de reconocimiento de esos instantes de valor que todo hombre, que toda mujer, tienen en tanto su entrega a una causa común, a una causa que los supera en términos de individuos. Juana Azurduy luchó pero también murió pobre y olvidada".
—¿Este reconocimiento de alguna manera contribuye a la construcción de la identidad colectiva, de un país?
—Es totalmente así, esto aporta a una construcción de la identidad de la Argentina distinta a la que se venía pensando, a proyectos políticos e ideológicos previos que tanta duración tuvieron, que se han expresado más de una vez en frases como "a Buenos Aires le gusta compararse a sí misma con Atenas o con París" o "Buenos Aires es la Atenas del Plata, la París del Plata". De repente ubicar a Juana Azurduy en el lugar que hoy se la ubica, contigua a la Casa Rosada, implica la posibilidad de decir que la Argentina quiere imaginarse de otra manera en su inserción en el mundo, en particular con América latina. Por otro lado, en mi caso no tengo una visión crítica de la figura de Cristóbal Colón. Como dice Tzvetan Todorov en su libro "La conquista de América. El problema del otro", una cosa es Cortés, otra es Pizarro y otra cosa es Colón. A quien diferencia de la mentalidad depredadora del conquistador europeo como Cortés y Pizarro. La imagen de Colón reflejaba más bien un tradicionalismo argentino que le gustaba entenderse siempre en relación con Europa y con un catolicismo que había expresado lo más conservador de la sociedad argentina, que nada tiene que ver con el tercermundista que conocimos luego. Por eso este emplazamiento es bien interesante.
—Durante la inauguración, el presidente Evo Morales resaltó el hecho de que la Argentina se integre a América latina desde otro lugar, no solo desde lo político o económico.
—Es así. Pero además hay que decir que nuestros intelectuales, como los de la Revista Ñ, gustan de los rescates nacionales que se hacen en otras latitudes pero se disgustan cuando aquí se intenta hacer una construcción nacional. EEUU o los países europeos, tan admirados muchas veces, son países que construyen figuras de héroes y que las han sostenido más allá de las crisis que hayan atravesado. La cantidad de veces que EEUU a través del cine ha ido una y otra vez, por ejemplo, con la figura de Abraham Lincoln es fenomenal y habla muy bien de la capacidad que tienen para relacionarse con su pasado y hacer que ese pasado no termine nunca de morir. En la Argentina, y en especial después de la dictadura, es tanto el hastío que nos habían provocado esos hombres por el mal uso y la adulteración que se les había hecho, que tuvimos un momento muy nefasto donde creímos que no hacían más falta, que lo conveniente era casi decapitar a nuestros héroes y terminar con todos, quedarnos sin figuras que nos permitan reconocernos en el pasado. Pero hemos vuelto en este tiempo sobre las figuras de San Martín, de Belgrano como hace Zamba (personaje del Canal Pakapaka) en una irreverencia animada. También ahora hacerlo con Juana Azurduy es muy interesante.
—¿Qué relevancia tiene este debate para el campo educativo? ¿Cómo impacta la figura de Juana Azurduy?
—Tiene un impacto importante sin duda porque no se trata de un movimiento aislado. Si el desplazamiento del monumento de Colón y el emplazamiento de este nuevo monumento a Juana Azurduy constituyeran un hecho único no tendría un mayor impacto. Este movimiento es síntoma de una transformación mayor que se viene llevando adelante desde años. Primero de la desconfianza de los antiguos héroes instituidos por la Argentina conservadora, luego una crítica que, como a los políticos, se les decía "que se vayan todos", y ahora desde un tiempo a esta parte se ha empezado a cimentar esta otra construcción de estas otras figuras, ya sea de héroes a quienes se les reconoce su falla o de figuras que estaban ante una suerte de anonimato, eclipsadas, y que pasan a tener un relieve mayor. Me parece que este es un enorme logro que va de la mano de Zamba, de la mano de las películas de San Martín, de Belgrano, de Canal Encuentro, de producciones como la Guerra del Paraguay (documental producido por la Televisión Pública). Son cantidad de elementos que transforman la trama de nuestra sociedad en relación con su pasado. En ese sentido esto ya está llegando a las escuelas y está impactando sobre ellas. Ahora este impacto, estos movimientos, también tienen que ver con grandes acumulaciones de poder que se han dado, y que en este caso se ha acumulado con un proyecto político particular que ha movilizado a sectores de la sociedad que anteriormente estaban desplazados. Estos sectores son los que seguramente van a tener que responder a la incógnita, cuando se quiera dar marcha atrás con todo esto, si se va a poder o no. Porque no me cabe la menor duda de que hay sectores políticos de otros signos que querrían dar marcha atrás con mucho de lo que se ha llevado adelante en este último tiempo. Daría la impresión de que no será tan fácil, lo que habla también de la riqueza de la cultura argentina. Riqueza que hace que, más allá de las discusiones, el monumento a Roca siga estando pero ahora acompañado por el de Juana Azurduy. Y eso es muy rico.
Generala de la Nación
Juana Azurduy nació en la región de Chuquisaca, el 12 de julio de 1780, y era hija de una indígena y un criollo. Se crió entre campesinos, aprendió a cabalgar con su padre y a hablar en quechua con su madre. Cuando murió su padre su familia la envió a un convento de monjas, de donde fue expulsada porque no soportó el encierro ni la sumisión, repasa Marta Gordillo, en un artículo preparado para Télam. A sus 22 años se casó con Padilla y en 1809, cuando se produjeron los levantamientos independentistas de Chuquisaca, La Paz y Cochabamba, se sumaron los dos a la lucha revolucionaria. Organizó junto con su marido el escuadrón “Los leales” y se incorporó al Ejército del Norte, liderado en ese momento por Manuel Belgrano, quien le entregó su sable como símbolo de reconocimiento y admiración. En 1816 obtuvo el rango de teniente coronel de las milicias criollas que peleaban en el Alto Perú. Organizó guerrillas, preparó defensas, incursionó zonas ocupadas por el enemigo y arremetió sin miedo contra los realistas, a la par de sus compañeros de combate.
Tras haber perdido a sus cuatro hijos, continuó combatiendo con el dolor más inmenso, ese dolor que se iba a agudizar poco después, cuando los realistas decapitaron a su marido, momento en el que ella estaba embarazada de su quinto hijo, una niña, que nació en medio de los combates y a la que logró poner a salvo. Vinieron luego los años en que Juana peleó junto a la guerrilla de Güemes. Revolucionaria de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de Bolivia, de América latina, Juana Azurduy fue ascendida a generala 147 años después de su muerte, cuando el 14 de julio de 2009 la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, le confirió el grado de “Generala” del Ejército Argentino, durante una sesión de la Asamblea Legislativa Plurinacional, realizada en la ciudad boliviana de Sucre, donde reposan sus restos mortales junto a su sable, con la presencia de los mandatarios de los dos países hermanos.