Como todo fenómeno político-económico, el de Grecia tiene varios niveles de comunicación y de comprensión. El más elemental es el que utiliza el rústico venezolano Nicolás Maduro. También aparece, mejorado, en los pasajes más “tribuneros” de los discursos de Alexis Tsipras. O en la lectura simplista que del caso griego hace el gobierno argentino. Un grado intermedio lo representan quienes buscan destacar las presuntas o reales bondades de la posición de Atenas y, en paralelo, reivindican la que tomó Argentina en la era K en relación con los centros financieros y el FMI. Por fin, están los analistas que van al núcleo del problema, sus implicancias y complejidades, sus posibles derivaciones y soluciones, siempre dentro del sistema institucional europeo. Que, contra lo que creen los panfletistas de barricada, no es seriamente amenazado por Tsipras. Basta leer sus numerosas señales negociadoras desde la misma noche del triunfo plebiscitario.
Porque está claro que Tsipras sabe que debe negociar con Europa, y que debe hacerlo rápido. De hecho, ni él ni el despedido Varoufakis plantearon jamás patear el tablero, sino incluir otras opciones en el menú de la negociación del ajuste (básicamente, una nueva quita de deuda). Ayer se dieron pasos en ese sentido desde los dos lados. Tsipras sacrificó a su ministro estrella, que tenía el diálogo cortado con sus pares de la eurozona desde hace semanas, y desde fines de abril había sido sustituido por el premier al frente del equipo negociador por quien lo sustituyó ayer, Tsakalotos. Desde aquél momento Varoufakis quedó debilitado, pero entregar su cabeza es toda una señal de voluntad negociadora. Del otro lado, la reunión en París de Hollande y Merkel envió señales de voluntad de negociación, debidamente mechadas con otras de fortaleza y advertencia. La consabida mezcla de palos y zanahorias.
Por su parte, “hasta el FMI” —como dijeron en vísperas del referendo Tsipras y Varoufakis— reconoce que una quita de deuda es inevitable. No viene mal recordar que el FMI está hoy muy lejos del que padeció Argentina en 2001/02. Christine Lagarde, además de economista, es una política de mucho recorrido. El borrador que filtró a la prensa el jueves pasado dio pie a los gobernantes griegos para reforzar su principal reclamo (quita de deuda con duplicación de plazos de pago, básicamente) a horas del referendo.
Tsipras salió muy reforzado del referendo, como es obvio. Pero ese capital vale más dentro de Grecia que en Europa. Porque la situación griega es tan grave que no hay margen para amenazar creíblemente con patear el tablero, defaultear todo el rescate de la troika y hacer una salida “argentina”. El mantenimiento del techo del programa de liquidez de emergencia del BCE ratificado ayer por Draghi aprieta, y cómo. Sin su liberación no abren los bancos. Grecia no tiene soja a 500 dólares ni una economía de servicios avanzados que la respalde, como Irlanda (otro de los países “rescatados” por la troika). Pero si fuera ese el caso, simplemente la “tragedia griega” —originada en años y años de sobregasto sin buenos fundamentos económicos— no existiría.