La Jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires quedó, en lo formal, abierta; aunque políticamente definida. Horacio Rodríguez Larreta será el nuevo jefe de gobierno dentro de dos semanas.
Por Rodolfo Montes
La Jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires quedó, en lo formal, abierta; aunque políticamente definida. Horacio Rodríguez Larreta será el nuevo jefe de gobierno dentro de dos semanas.
Los habitantes de ciudad estrella de la Argentina ratificaron al PRO, un partido que no hace aún pie en el país adentro, pero que administra con destreza los escasos 200 kilómetros cuadrados de la Capital.
Mauricio Macri consiguió en su casa lo que fue a buscar: un claro triunfo que intentará extender más allá de esa pequeña pieza única, de extraordinario brillo económico, social, educativo, cultural, arquitectónico y de servicios que es la ciudad de Buenos Aires.
Fue como un calco, Horacio, el delfín de Mauricio, superó los 800 mil votos en la primera vuelta (al igual que el actual jefe en las elecciones de 2007 y 2011), y quedó a un paso de ganar en un extraño ballotage con Martín Lousteau.
El joven emergente, socio en la ciudad de radicales, socialistas y de la Coalición Cívica —que obtuvo 20 puntos menos que el ganador del domingo pasado— tendrá que competir el 19 de julio en el ballotage de la ciudad contra un partido, el PRO, que lo tendrá de socio en las elecciones nacionales del 9 de agosto. Un verdadero malentendido difícil de explicar y que los votantes porteños maldicen. "¿Otra vez hay que ir a votar?", se preguntan por estas horas en Buenos Aires.
Mientras tanto, el Frente para la Victoria (FpV) en el distrito más adverso del país, y luego de vencido el ciclo de Daniel Filmus —tres turnos electorales seguidos— innovó con un candidato debutante: Mariano Recalde. Tuvo un leve retroceso y por primera vez quedó fuera del ballotage.
En el kirchnerismo, de todos modos, creen que el presidente de Aerolíneas Argentinas no tuvo el tiempo necesario para instalarse. Y que la leve mejoría que mostró entre abril y julio (de 350 a 400 mil votos) todavía no ha terminado de madurar.
La lectura optimista del kirchnerismo tiene su lógica, y podría verificarse en el futuro. También podría suceder que los 400 mil votos que obtuvo Recalde lo hayan colocado contra un techo que nunca superará. Eso lo dirá el tiempo.
Otro 7 por ciento del electorado porteño optó por una izquierda libertaria, principista y sin partido (Luis Zamora, 4 por ciento) y o por el aparato trotskista (FIT, 3 por ciento).
El voto en blanco de esos agrupamientos ya está lanzado para el ballotage del próximo día 19. Sumado el voto también en blanco, orgánico o no, que aporten muchos kirchneristas en la misma elección, el destino desteñido y técnicamente casi innecesario del ballotage no necesita de mayores explicaciones. Con que Larreta logre retener los mismos 830 mil votos del último domingo, nada podrá dejarlo fuera de la Jefatura de Gobierno.
Los porcentajes se constituyen sobre votos positivos. El voto blanco queda fuera de la cuenta, y en los hechos favorece las chances matemáticas del que va primero.
Las variaciones políticas son todas valiosas en la democracia. Pueden gustar o no a cada quién. Sin embargo, en el partido de Macri hay discursos —o "no discursos"—, estéticas, modos, puestas en escena estudiadas, que resultan chocantes con todas las tradiciones políticas argentinas. El domingo pasado, el partido amarillo tuvo otra celebración en la costanera de Buenos Aires (Costa Salguero) donde lo político se redujo al "gracias por acompañarnos". Y a disfrutar (por qué no) de la buena música de Tan Biónica y su hit "Ciudad mágica", la canción fetiche del macrismo.
Detrás de la escena que banaliza a la política, demuele historias, luchas, mártires, debates de ideas, sin embargo, hay media ciudad de Buenos Aires (de todos los barrios, de todos los sectores sociales) que le están diciendo a PRO "sigan así, me gusta esa música".
Antes y después de los globos amarillos y de los bailecitos de Macri, hay una gestión de gobierno. Que unos cuantos (opositores) no están viendo bien. No están calibrando en su dimensión.
El tercer triunfo consecutivo del macrismo —arrasando—, y ahora con un candidato que justamente no es un hombre dotado de carisma y ni de encantos estéticos —Rodríguez Larreta—, hablan de un fenómeno político. Que excede los nombres de los candidatos. Que perdura en el tiempo. Pero que, sin embargo, y al mismo tiempo, no consigue trasladarse con el mismo éxito fuera de la avenida General Paz.
Fenómeno político ¿particular?, ¿limitado a la ciudad, por lejos, más rica y concentrada de la Argentina? Es posible, aunque no es seguro.
El kirchnenismo, el proyecto político, ideológico, social, cultural y de realizaciones de gestión hegemónico desde hace 12 años en la Argentina se enfrenta al desafío del partido amarillo. El único desafío consistente que acechará al FpV entre agosto y octubre.
El kirchnerismo estará obligado a encontrar detalles, razones e intersticios argumentales del mundo amarillo que expliquen el por qué de una derecha antigua y a la vez moderna que logra adhesión en amplios sectores sociales. Nada que no se comprenda bien, y en profundidad, podrá ser neutralizado y rebatido.