En Argentina se exhibe una enorme dificultad para disfrutar de los hechos deportivos. Un contexto potenciado por las redes sociales donde el anonimato mantiene impune a la crueldad de la ignorancia. La satisfacción de iniciar un camino enseguida se tiñe con una tensión que ni siquiera permite capitalizar el beneplácito de transitar. El dilema entre querer avanzar y el temor a no llegar genera un estado donde la angustia y el alivio juegan en el sube y baja. Porque si el objetivo quedó inconcluso, un rayo de energía negativa desecha todo. Y los críticos por vocación, quienes hasta ese momento se sentían parte de la misión, con la ductilidad de un contorsionista se ponen afuera para juzgar a los "culpables del fracaso". Pero si se alcanza la meta, como un flash se suman al título de propiedad de los deportistas. El "perdieron" y el "ganamos" son las dos caras de esa moneda con la que la sociedad de los necios vivos compra su mayor esplendor.