Tan sólo cinco materias le faltaban rendir a Victoria Ruíz Dameri para recibirse
de maestra cuando confirmó que era hija de desaparecidos. La noticia le llegó el 4 de enero de
2000. Al día siguiente se reencontró con su hermano, a quien no veía desde que ella tenía tres
años, cuando represores de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) decidieron separarlos: a ella
la enviaron a Rosario, a su hermano más grande a Córdoba, y a su hermanita, nacida en cautiverio,
se la apropió un militar de Buenos Aires. A días de un nuevo aniversario de la última dictadura,
considera que temas como la identidad y los derechos de niño son "importantes para trabajar con los
chicos en las aulas".
La historia de Victoria —o María de las Victorias, tal como fuera
anotada— es tan dura como la de los 101 nietos que recuperaron su identidad, gracias en gran
medida al trabajo y compromiso de Abuelas de Plaza de Mayo. A los tres años fue abandonada en la
puerta del Sanatorio de Niños de Rosario con un cartelito que decía: "Me llamo Victoria. Mis padres
no me pueden cuidar. Que Dios los ayude. Gracias". La misma suerte corrió su hermano Marcelo, pero
en la puerta de un orfanato de Córdoba.
Se crió en Fighiera con una familia que la adoptó sin saber que era hija de
desaparecidos. Creció allí con el afecto de toda hija única, aunque desconociendo su origen
biológico y con la angustia de haber sido supuestamente abandonada por sus padres. Las dudas
comenzaron a disiparse cuando se reconoció en una foto aparecida en un diario sobre nietos buscados
por Abuelas.
Allí comenzó su búsqueda, que tuvo su primer jalón en enero de 2000 cuando los
exámenes de ADN determinaron que era hija biológica de Orlando Ruíz y Silvia Dameri. "Mis papás
eran militantes políticos y debieron emigrar cuando mi hermano tenía pocos meses de vida. Se
exiliaron en diferentes lugares hasta que se asentaron en Neuchâtel (Suiza), donde nací yo", relata
la joven, la Nº 65 de los nietos recuperados.
Retornaron al país en 1980, con su madre embarazada de Laura, su hermana menor,
pero fueron detenidos y llevados al centro clandestino que funcionó en la Escuela de Mecánica de la
Armada (Esma). Allí sobrevivieron un par de meses hasta que los represores decidieron separar a los
hermanos en distintas provincias, mientras sus padres pasaron a integrar la larga lista de
desaparecidos.
El amor de Laura
Con su identidad restituida, Victoria ejerció la docencia en una escuela primaria de Fighiera,
donde también trabajó para el Programa de Alfabetización y Educación Básica de Adultos (Paeba). El
nacimiento de una de sus hijas y la necesidad de comprometerse de lleno en la búsqueda de su
hermana Laura la hicieron dejar la docencia.
Apropiada por un prefecto de la Esma, Laura recuperó su identidad en mayo de 2008, aunque
prefirió no tener contacto con sus hermanos biológicos. En su caso no se hizo un análisis de ADN
voluntario sino por un procedimiento ordenado por la Justicia. "Me queda ahora la esperanza de que
algún día podamos tener una charla", apunta Victoria desde la sede de Abuelas de Rosario, donde
trabaja actualmente, mientras estudia psicología social en una institución bonaerense.
Esa charla pendiente con su hermana menor la remite entre risas al reencuentro que tuvo en 2000
con su hermano Marcelo, cuando tras ser presentados en la sede porteña de Abuelas, decidieron
juntos ir a tomar una cerveza para comenzar a hilvanar recuerdos y anécdotas que les permitieran
reconstruir los huecos de sus vidas.
Hoy Victoria tiene 31 años y dos hijas: Constanza de 6 años y Paloma de 2. Sostiene que "es de
suma importancia trabajar cuestiones como la identidad con los chicos". Entre otras cosas, porque
"muchos de los nietos que estamos buscando pueden tener hijos en las escuelas, pero además para
transmitir a las nuevas generaciones la tragedia por la que pasó el país en la dictadura".
Si bien reconoce las dificultades y temores que muchos docentes tienen para abordar estos temas,
sobre todo con los más chicos, considera que si se logran adaptar los contenidos "no habrá ningún
inconveniente de contar una historia hasta con chicos de preescolar. Temas como el derecho de los
niños a conocer su nombre y nacionalidad son perfectamente posibles de llevar al aula".
"El miedo que todos sentían en aquellos momentos —agrega— hizo que muchos padres aún
hoy no se animen a hablar de lo que pasó, por eso la escuela es un lugar fundamental para plantear
estos debates". Victoria dice que pronto volverá a la docencia, la misma profesión en la que
paradójicamente se formó su mamá, Silvia Dameri, pero que forzada por el exilio y su posterior
desaparición nunca pudo ejercer.