"Ya tenemos las zanjas. Ahora vamos por las veredas y después por la luz. La escritura no la voy a ver yo, pero sí mis nietos", asegura César Villarreal mientras camina por la calle Campbell, dejando atrás el asfalto. César es uno de los vecinos de barrio Cullen, una zona de Empalme Graneros que creció en medio de un juicio de desalojo que lleva ya más de 20 años. El hombre es también uno de los portavoces de los vecinos que propusieron comprar los lotes donde construyeron sus casas y consiguieron el permiso judicial para que el municipio realice algunas mejoras "de emergencia" en la barriada. Ayer, con una pollada, festejaron la conclusión de los primeros 200 metros de pavimento. Y van por más.
Cesar llegó al barrio hace 36 años cuando, dice, era un enorme basural a cielo abierto sobre el que empezaban a asentarse algunas personas. Actualmente en ese mismo lugar viven unas 400 familias; en casas de material las más antiguas, en construcciones de chapa las más nuevas. Las calles son de tierra, salpicadas de pozos y recorridas intensamente por carros. Cada tanto se encuentra algún almacén o un templo evangélico.
El vecindario se armó siguiendo el trazado de las calles Sorrento, Cullen, Schweitzer y el arroyo Ludueña. Un predio de unas 12 manzanas que reclama desocupar la Compañía de Tierras Santafesinas, una sociedad anónima dedicada a operaciones inmobiliarias, urbanización de inmuebles y actividades financieras que acreditó haber comprado esas tierras en 1984.
El desalojo iba a concretarse en abril pasado. Pero, en medio del litigio, los vecinos presentaron una propuesta novedosa: adquirir los lotes que ocupan en el marco de un fideicomiso administrado por el Banco Municipal.
La propuesta forma parte de un plan de urbanización social donde municipio y provincia se comprometían, además, a urbanizar la zona.
Pero la iniciativa deberá sortear un traspié: desde hace un mes el juzgado donde se tramita el juicio está vacante (ver aparte) y aún no hay acuerdo sobre la valuación de los terrenos.
"Los vecinos ofrecieron pagar un precio de 15 dólares el metro cuadrado, en sintonía con la valuación realizada por la Secretaría de Hábitat de la provincia y por encima de la tasación judicial que los cotizó en 6 dólares.
Sin embargo, la compañía reclama un precio exorbitante, de unos 25 dólares, y no se mueve de eso", explicó Facundo Peralta, de la ONG Causa, que asesora judicialmente a los vecinos.
De obras. "Gran arroz con pollo. Festejamos el Día del Niño y el avance de las obras", dice el pasacalle colocado sobre la colectora de avenida Sorrento al 6000, uno de los ingresos al barrio. Puntualmente, al mediodía, se empiezan a llenar las largas mesas dispuestas para el almuerzo. Pese a que el cielo amenaza lluvia, en poco tiempo no queda un lugar vacío.
La pavimentación de unos 200 metros de la colectora es una de las obras que con autorización judicial están realizando las cuadrillas del centro municipal de distrito noroeste. No es la única: en unos cien metros de Campbell ya se construyeron las zanjas y un tramo de Cullen sumó mejorado. Ahora, los vecinos están gestionando las veredas y la llegada del programa provincial "luz y agua segura", que provee los materiales para regularizar el tendido de los servicios.
Son obras pequeñas, pero realmente transformadoras, según destacan los vecinos. "En más de 30 años que vivimos acá, nunca entró nadie del municipio", señalan y apuntan que las mejoras permitirán, por ejemplo, que escurra el agua de lluvia y el barrio no se convierta en un lodazal y que puedan ingresar bomberos o ambulancias.
Para César se trata de un gran logro. "Primero pudimos frenar el desalojo, lo que fue una gran alegría. Y ahora también tenemos estas obras. ¿Sabés qué pasaba acá si se incendiaba una casa? Se quemaba todo, porque los bomberos no podían entrar y los vecinos teníamos que arreglarnos con la poca presión de agua de las conexiones caseras", apunta.
No es la única complicación. "A los enfermos hay que sacarlos en un carro hasta Génova o Juan B. Justo, porque solamente hasta allí llega la ambulancia", relata el hombre.
Y, juntos a sus vecinos, se entusiasma con la posibilidad de comprar los terrenos. "Eso ya no lo podré ver yo, pero nuestros nietos sí", afirma y se compromete a, "mientras tanto", seguir trabajando para cambiar el barrio.