El primer libro que leyó no era de papel. Al pueblo del caribe colombiano en el que creció, las historias llegaban a los oídos y no a los ojos. Por eso, para Alberto Salcedo Ramos, la banda sonora de su infancia fueron las voces que llenaban mercados, parques y callejones. "He descubierto con los años que, cuando hacía eso, estaba leyendo", dice. Hoy es uno de los periodistas narrativos más reconocidos de Latinoamérica y afirma una y otra vez que esa tradición oral lo marcó para siempre.
Es un lector voraz de ficción y dice que nunca consiguió sostener una conversación sin citar a Ernest Hemingway pero, cuando escribe, prefiere hablar de personas que vivieron y de cosas que ocurrieron antes que inventar. Se describe a sí mismo como un cazador de acciones de la gente. "A mí no me gusta un periodismo donde yo vaya a los demás a preguntarles cómo son; me gusta un periodismo en el que yo me pueda acercar para descubrirlo", sostiene.
Puso en práctica lo que pregona varias veces, como cuando se empecinó por contar al boxeador colombiano Kid Pambelé, o caminó junto a un nene indígena de la región del Chocó en su largo y espinoso trayecto de ocho kilómetros hasta la escuela.
Hace unos días, Salcedo Ramos estuvo en Rosario y capacitó a una veintena de periodistas en un taller organizado por el Sindicato de Prensa. También brindó una charla abierta en la UNR.
Asignatura pendiente
Las crónicas de Salcedo Ramos aparecen en revistas y diarios de América latina y Europa.
Es uno de los maestros permanentes de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano, creada por el propio Gabriel García Márquez, con sede en Cartagena de Indias, Colombia.
Es esa institución la que otorgó el nombre de "nuevos cronistas de indias" a los periodistas de la estirpe de Salcedo Ramos, que hacen del género de la no ficción una forma de vida.
Para él, la asignatura pendiente del periodismo narrativo latinoamericano es explorar los ámbitos de poder. "No puede ser que los periodistas narrativos de América latina no metan sus ojos debajo de las alfombras de los poderosos, en los contratos de los gobernantes, en las fortunas de los magnates, para crear una memoria que también ayude a entender las atmósferas de poder. Hay que hacer el esfuerzo de descifrar la conducta humana de quienes manejan esos ámbitos. Tratar de entender cómo son las personas que manejan el poder en nuestros países, cómo lo ejercen, de dónde vienen".
Reconoce que la tarea no es sencilla: "Ellos suelen blindarse contra la mirada fisgona de los cronistas, pero no por eso vamos a dejar de hacer la tarea".
Y es que para Salcedo Ramos, los cronistas suelen abordar personajes más vulnerables por una cuestión de facilidad más que de interés. "Creo que durante muchos años el discurso del periodismo narrativo latinoamericano ha girado en torno de la miseria: la pobreza vista como si fuera un espectáculo circense; la pobreza que se regodea en la pobreza misma. Tanto así que en Colombia se acuñó el término «pornomiseria». Es someter al pobre al escarnio público y hacer de su pobreza un espectáculo en el cual se termina vulnerando su dignidad".
La aclaración aparece en seguida: "Yo no estoy hablando de borrar los problemas, de andar por la vida con el síndrome del avestruz que esconde la cabeza en un agujero y que por eso desaparecen los problemas del mundo. Pero sí estoy diciendo que hay que llevar la mirada más allá de la pornomiseria".
El cronista que camina, acompaña y escucha Alberto Salcedo Ramos prefirió caminar desde el hotel hasta la vera del Paraná para conceder esta entrevista; optó por preguntar por los edificios frente a los que pasaba y también por no sacar fotografías de las cosas con las que se maravillaba en el camino.
"Si yo tomo una foto, con los años mi recuerdo de Rosario se va a reducir a esa fotografía", sostuvo, quizá, dejando que su oficio abarque mucho más que sólo su profesión. Porque cuando Salcedo Ramos es un cronista en busca de una historia, hace lo mismo. Camina, acompaña y escucha.
"Me gusta mucho conversar más que entrevistar. Pero sobre todo me gusta regalarme la oportunidad de estar ahí tanto tiempo como sea necesario para descubrir quién es esa persona con la que hablo".
"A mí _siguió_no me gusta un periodismo donde yo le vaya a preguntar a los demás cómo son, me gusta un periodismo donde me pueda acercar para descubrir cómo son. Me gusta darme la oportunidad de descubrir quiénes son las personas que causan mi curiosidad más que ir a preguntárselo", sostiene.
La periodista y escritora mexicana Alma Guillermoprieto dice que el periodismo se ha convertido en esclavo del síndrome del entrecomillado. Salcedo Ramos la cita y adhiere.
"Todo el mundo va a hacer preguntas para que le den respuestas y luego, con esas respuestas, armar una nota. A mí me gusta, a veces, estar con personas que no dicen nada y tratar de leer ese silencio. Caminar con ellas, ver cómo es su patio, dónde se toman una cerveza, cómo son cuando juegan dominó o cuando bailan con sus compañeros o compañeras. Cómo son cuando no están diciendo lo que yo quiero que me digan cuando les hago preguntas", sostuvo.
"Me gusta un periodismo en el que yo tenga la posibilidad de acercarme a una historia con un bastón de ciego, sin saber dónde estoy pisando. Mi único plan es acercarme, es estar ahí tanto tiempo como la persona me deje estar para ver qué encuentro, que la realidad me sorprenda. No hay nada mejor que eso, te lo garantizo", asegura.
Un fascinado por las historias Alberto Salcedo Ramos tiene 53 años. Nació en Barranquilla, en el caribe colombiano, y creció en Arenal, un pequeño pueblo. Hoy, y desde hace ya mucho, vive en Bogotá, pero sigue encontrando en esa infancia los orígenes de su fascinación por hallar historias entre la gente. "Soy muy lector de ficción, pero de muy niño no tenía libros, entonces no me conecté con historias que me contaran grandes aventuras en el espacio, grandes invenciones salidas de una mente o de una imaginación de portada. Aprendí a conectarme con lo que estaba ahí. Leía cuando miraba a dos personas conversando en la calle a través de mi ventana. Eso eran mis libros".