"Me salió del alma, me surgió esta forma de expresión y la hice", dijo el músico Jorge Cánepa al presentar en sociedad su primer libro: Un hombre valiente y otros sueños de barrio. Con el texto también nace Editorial Arteón, que promete un catálogo de identidad rosarina. Son relatos evocados desde el humor con personajes y sucesos de décadas pasadas, cuando las calles eran el lugar de encuentro, bares, amistad y fantasías. La obra, declarada de interés por el Concejo Municipal, estará en los quioscos a partir de este lunes acompañando la edición de La Capital.
Como la barra de la esquina, a la cita no faltó nadie. "Están los amigos de la radio, del barrio y de la vida", dijo Cánepa emocionado, mientras se iba colmando la sala del Centro Cultural Fontanarrosa. Julio César Orselli ofició de presentador, Néstor Zapata y Héctor Hugo Cardozo, hablaron sobre la obra; Raúl Calandra leyó el relato que da nombre al libro y Enrique Quique Llopis cantó el vals de Rafael Ielpi, Sueños de barrio. Con ese clima, es fácil imaginar el regocijo que generó entre los asistentes la nueva faceta del músico.
¿Y cómo fue el paso de las teclas del piano a las de la computadora? "Con las notas de opinión que envié al diario La Capital sentí una pulsión, escribí un relato cada semana y nació el libro", explicó Cánepa, que a contrapelo de sus personajes, nunca había albergado la idea ni en sus mejores quimeras.
Historias callejeras. El barrio es el primer territorio, el primer encuentro con los otros, con quienes se estrenan las miradas del mundo; vivencias que se reconfiguran una y otra vez a lo largo de la vida, y que Cánepa dejó fluir a través de treinta relatos en clave de humor. "Cuento cosas que ocurrieron, hay muy poca ficción, sólo en algunos casos; en que no puedo usar nombres de gente que ya no está", explicó.
Entre las historias, está la del frustrado mago al que durante las noches de los imborrables carnavales de los años sesenta no le salió ni una sola de las pruebas, menos aún la de cortar de un mazazo una barra de cemento sobre su abdomen. O la del metalúrgico que aprendía los nombres del prospecto de los remedios para impresionar a las chicas en los bailes diciendo que estudiaba para ser doctor, o la del que se compró un guardapolvo en la Buena Vista para poder caminar los pasillos de la Facultad de Medicina.
Así de hilarante y entrañables son los relatos con el telón de fondo del barrio Azcuénaga, lugar donde nació y creció y al que vuelve porque fue su "formación y su casa", donde tuvo cien padres que lo cuidaron después de perder el suyo a los cuatro años y donde durante ocho, le enseñaron piano a pesar de no poder pagar ni una cuota.
"Un barrio solidario que se río de la tristeza, la pobreza y el dolor, y que aún lo sigue haciendo", dijo para explicar aquella sensación de completud que sintió en Azcuénaga. El cine Mendoza, donde "los hermanos rusitos eran hinchas de los indios en las películas del oeste y se enojaban cuando perdían, es decir siempre"; el club Libertad "y las camisetas pintadas con corcho"; la iglesia "con la canchita de fútbol"; la escuela en la que aprendió "a ser buena gente" y la certeza de que en cuatro manzanas estaba todo lo que en ese momento quería tener y soñar.
"Me inventé una profesión, cortinábamos las noticias, eso era mágico. Llegaba temprano, miraba los tópicos que iban a tratar y preparaba los temas", contó Cánepa, que musicalizó en vivo y durante años el mediodía rosarino en El Clan, con Raúl Granados. También hizo radio, shows y giras por el país y el mundo. Entre sus pentagramas más famosos está la música de La Forestal y la banda de sonidos de Bienvenido León de Francia.
"Ahora estoy componiendo la música de la nueva película de Zapata, me defino como músico", explicó y buscando anclar esa elección recordó la infancia en el Club Libertad, cuando mientras jugaba, se iba filtrando en su alma la música de Chopin, Tchaikovsky, Beethoven y Ravel, de las clases de patín. Hacia el conservatorio de su barrio hubo un paso, pero hasta su primer piano, tres décadas.
Pero también se asume lector, aunque sólo de literatura argentina, donde encuentra a la pluma capaz de describir la hondura de la dimensión humana, la de Alejandro Dolina, contó mientras sus gestos iban y venían por el relato. ¿Entonces es un mito las largas manos de los pianistas?, preguntó La Capital. "Mirá la manos de Bruno Gelber, son como las mías y es el mejor de todos", dijo entre risas mientras no paraba de saludar y firmar ejemplares.