Eva, de 72 años, abraza a su perra y se ríe. "¡Arriba de la mesa la encontraron!", exclama. Y agrega: "Se subió hasta allá, ya no sabía dónde estar". Su hija la corrige: "Fue el agua la que la llevó". Vive hace 34 años en el barrio Güemes, de Arroyo Seco, con su marido y su hijo. El domingo pasado, su casa y la de sus vecinos quedó bajo agua. Dice que se inundó, como mínimo, "hasta el picaporte". Recién el miércoles pudo volver. "Y ahora estamos acá, tirando y secando, tirando y secando. Por suerte nos dieron colchones, nos trajeron cosas de todos lados", suspira agradecida. El panorama se repite en esa ciudad. En cada cuadra hay restos de una tormenta que todavía está pasando. Los que no están recuperando lo poco que les queda no son indiferentes y a la par de los trabajos de limpieza y recuperación, se mueven los voluntarios que todavía no paran de recibir y/o entregar donaciones de la misma localidad, de Rosario y de toda la región.
Las inundaciones de esta semana siguen siendo el centro de discusión y disputa política sobre todo. Pero no es todo lo que pasa. Mientras todavía se buscan las causas y las culpas entre los gobiernos y gestiones, los evacuados empiezan a volver a su casas (o lo que queda) y las donaciones continúan llegando en grandes cantidades.
La Sociedad Italiana de Arroyo Seco funciona todavía como centro de distribución de donaciones. El lugar está a full, incluso a mediados de semana, cuando todos los que están colaborando confirman que el caos ya pasó. Sin embargo, los pasamanos hasta los camiones no frenan, como tampoco la recepción de litros de agua, elementos de limpieza, alimentos, pañales, ropa y colchones. La cantidad de voluntarios sorprende, y eso sin contar el trabajo intenso del Ejército.
Uno de los chicos que está dando una mano intenta contar cuántos son. Se arriesga en catorce, pero después sigue enumerando: los de la Capilla, los del Centro Cultural, los de acá, los de allá. "Mucha gente salía de trabajar y se acercaba a ofrecer una mano", dice a modo de explicación de por qué esa cuenta es casi imposible.
Volver a empezar
"Esto se va tranquilizando de a poco. Nunca viví algo así. A nosotros no nos pasó, pero la mayoría tiene un vecino, un conocido, un familiar que se inundó. Nosotros estuvimos todo el domingo sin poder salir de casa, esperando a ver si el agua entraba o no. Es una situación muy angustiante", relata un grupo de mujeres voluntarias.
"Estamos acá porque hay que estar. Y por suerte la colaboración llega a montones, es mucha, muchísima. No dábamos a basto para recibirla, clasificarla y repartirla".
En el barrio Güemes, el agua llegó a estar a más de un metro de altura. El panorama de miércoles, soleado, todavía es devastador. La puerta de cada casa está copada de basura: muebles arruinados, colchones, papeles. "No me queda nada, nada, nada", dice una señora, un poco para sus adentros, otro poco como testimonio. Invita a pasar a su casa, donde asegura que no se puede estar. Es cierto. El olor a humedad es más que intenso. En el patio se secan papeles y libros al sol, hay de todos los colores, toda una vida. Un colchón y una bolsa con lavandina esperan en la puerta de la casa, es algo para volver a empezar.
Ganar a pesar de todo
"Los muebles, todo eso se verá. ¿Y el resto?", dice Roxana, vecina del mismo barrio. Tiene 38 años y ya no le quedan fotos de su casamiento ni de sus hijos cuando nacieron. Continúa enumerando y luego agrega: "Hay momentos en que sentís que no perdiste nada, sino que ganaste".
Hace hincapié en los lazos de solidaridad que aparecieron estos días desde los lugares de trabajo, sindicatos, familiares, amigos, vecinos y también desconocidos. "Entendés el valor de cosas simples. Nosotros recibimos mucho también, desde mensajes de texto hasta colchones, ropa y sábanas. Lo que pasó fue una catástrofe y esperamos que el gobierno no siga durmiendo y ahora hagan. Pero a mí la política no me importa, sino que esto no vuelva a pasar. Para salir adelante nos queda ser positivos. Ahora hay que seguir viviendo".