En forma casi paralela a la celebración de los 30 años ininterrumpidos de democracia en la Argentina, un filme sobre la vida de la filósofa alemana Hannah Arendt volvió a traer a escena un viejo y nunca acabado debate sobre la condición humana, la personalidad y responsabilidad de los ejecutores de crímenes masivos y la validez de pronunciar juicios categóricos para abordar esta compleja temática. El debate es tan válido para lo que ocurrió en la Alemania nazi como en la última dictadura argentina, que sin dudas tienen puntos de contacto.
La controversia la inició Arendt (magistralmente representada ahora por la actriz germana Barbara Sukowa en la película "Hannah Arendt" dirigida por Margarethe Von Trotta), cuando publicó en 1963 el libro "Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal". La obra recoge una serie de artículos que Arendt había escrito para la revista "The New Yorker", que la envió a cubrir a Jerusalén el juicio al criminal nazi capturado en la Argentina en 1960 y condenado a muerte dos años después.
Hannah Arendt acuñó el término "banalidad del mal" para interpretar y poder explicar por qué un ser mediocre y oscuro como Eichmann, como ella lo consideraba, pudo servir de burócrata eficiente para organizar y aportar con diligencia a la masacre cometida en la Segunda Guerra Mundial.
"Cuando hablo de la banalidad del mal —dice Arendt— lo hago solamente a un nivel estrictamente objetivo y me limito a señalar un fenómeno que, en el curso del juicio, resultó evidente. Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su progreso personal.Y en sí misma, tal diligencia no era criminal."
Arendt asegura que "Eichmann hubiera sido absolutamente incapaz de asesinar a su superior para heredar su cargo. Para expresarlo en palabras llanas, —sostiene— podemos decir que Eichmann, sencillamente, no supo jamás lo que hacía. Eichmann no era estúpido. Unicamente la pura y simple irreflexión —que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo. Y si bien esto merece ser clasificado como «banalidad», e incluso puede parecer cómico, y ni siquiera con la mejor voluntad cabe atribuir a Eichmann diabólica profundidad, también es cierto que tampoco podemos decir que sea algo normal o común", se lee textualmente en la obra de Arendt, cuestionada como admirada durante el último medio siglo.
Sin embargo, el apego a la aplicación de la ley, la obediencia a órdenes superiores o la falta de conciencia de los actos terribles que con esmero Eichmann contribuyó a ejecutar, no alcanzan para explicar el fenómeno de industrialización del asesinato masivo de seres humanos perpetrado por el nacionalsocialismo alemán. Además de su rol destacado en la cadena de engranajes que produjo el Holocausto, Eichmann fue un estudioso del tema a tal punto que incluso antes del comienzo de la guerra tomó clases de idioma hebreo y viajó a Palestina para interiorizarse más sobre su "trabajo" futuro, que quedó trunco.
Eichmann participó el 20 de enero de 1942 en una reunión en Wannsee, un suburbio de Berlín, con altos miembros del partido y del gobierno nazi para diseñar la "solución final" de once millones de judíos europeos, incluidos los ingleses a quienes pensaban derrotar e invadir. Las actas originales de las conclusiones de ese encuentro con la sumatoria, país por país, de quienes se iba a eliminar están disponibles al público en la vieja casona donde se hizo el cónclave, hoy convertido en un centro de documentación y estudio de los crímenes del nazismo.
En esta misma línea de pensamiento, el filósofo argentino José Pablo Feinmann publicó hace pocos días un artículo sobre esta renovada polémica, donde sostiene que "la tesis de Arendt sobre la banalidad del mal olvida el factor formativo-ideológico de los asesinos nacionalsocialistas". Entiende Feinmann que "todo verdugo es un ser ideologizado por quienes lo envían a matar. Claro que Eichmann (dijera lo que dijese) odiaba a los judíos. Tenía que odiarlos. Si no, no podía ser nazi. Los oficiales de las SS se formaron con Mein Kampff y los discursos de Hitler y Goebbels. Como los franceses de Argelia y los grupos de tareas de Videla se formaron con «La Guerra Moderna» de Roger Trinquier".
"No hay verdugos —asegura Feinmann— que se pongan al servicio de un régimen político maléfico sin que conozcan las razones por las que deben matar a los que matan. El principio central de una ideología asesina es excluir de la condición humana a quienes se propone aniquilar. Recordemos la frase de Camps: «Nosotros no matamos personas, matamos subversivos». Esto les permite matarlos con más furia y pasión pero sin culpa.", remarca el filósofo argentino.
Otro intelectual, el norteamericano Daniel Goldhagen, produjo tres décadas después del libro de Hannah Arendt una monumental obra para explicar el fenómeno del Holocausto desde el estudio de sus perpetradores. En su tesis doctoral "Los verdugos voluntarios de Hitler, los alemanes corrientes y el Holocausto", sostiene que el genocidio fue posible por tres factores al mismo tiempo: "Los antisemitas más comprometidos y virulentos de la historia se hicieron con el poder del Estado y decidieron convertir una fantasía asesina particular (de un pueblo que la toleró, apoyó y ejecutó) en el núcleo de la política estatal". El tercer elemento fue la pericia militar alemana para conquistar Europa.
Sobre la tesis de Hannah Arendt, Goldhagen concluye que la idea de que los perpetradores (como Eichmann) "eran totalmente neutrales hacia los judíos es una imposibilidad psicológica".
Videla y su banda. La desaparición de personas, el establecimiento de campos de concentración y muerte, el saqueo de los bienes de las víctimas y el crimen o secuestro de niños en la Argentina durante la última dictadura ¿cuánto nos acerca a lo ocurrido en la Alemania nazi? ¿A los ejecutores de la masacre de miles de personas en el país es aplicable la teoría de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal? ¿Los que torturaban y violaban mujeres en la ex Jefatura de Rosario, en pleno centro de la ciudad, lo hacían por placer sádico, compromiso ideológico u obediencia irreflexiva a una orden criminal?
En la Argentina, como en Alemania, el apoyo o indiferencia popular fueron decisivos para los planes criminales de quienes detentaban el poder estatal. Pero cuando la población reaccionó las cosas cambiaron.
Fue así que Dinamarca rescató de las garras del nazismo a 8.000 de sus ciudadanos de origen judío. Y que las protestas del pueblo, dirigentes y clérigos de Bulgaria, en un episodio poco difundido, evitó la deportación de 50 mil judíos búlgaros. Todos sobrevivieron a la guerra.
Otro caso de resistencia ocurrió en el propio centro de Berlín, a metros de la emblemática avenida Unter Den Linden. Una protesta callejera durante varios días de cientos de mujeres alemanas arias casadas con judíos, evitó que se deportaran a sus maridos a los campos del este. Fue una conmovedora historia, retratada en el libro "Resistant of the Heart: intermarriage and Rosentrasse Protest", de Nathan Stoltzfus, y llevada al cine también por Von Trotta en "La calle de las rosas".
En la Argentina, la movilización popular también sumó a la propia debacle de la putrefacción militar y el régimen criminal que inició Videla cayó y abrió paso a la democracia, que ya cumplió tres décadas. "Como a los nazis, les va a pasar…, a donde vayan los iremos a buscar", fue una de las canciones más repetidas que se escucharon en las movilizaciones populares contra la dictadura. El ingenio popular criollo se encargó de establecer los puentes que condujeron a Alemania y a la Argentina a fenómenos distintos por su magnitud y contexto, pero similares en sus métodos y espíritu conceptual.
Continuar con el estudio sobre los ideólogos de estos crímenes, sus perpetradores y entender los motivos de por qué la población les dio consentimiento, por acción u omisión, es un reaseguro para que queden sepultados en la historia y no vuelvan disfrazados de modernidad.