Uno de los intendentes que fundó con Sergio Massa el Frente Renovador lo miró a los ojos y le dijo: “Si tenemos que pelear solos, contá conmigo. Pero si tu idea es ir con el PRO, Mauricio Macri es mi límite”. Así relata el jefe comunal de un distrito bonaerense con padrón electoral que llega casi a los 800 mil habitantes su encuentro con el hombre de Tigre el martes pasado. Massa nunca creyó que la diáspora de su agrupación iba a ser tan veloz. Tampoco imaginó que Mauricio Macri lo iba a despreciar de la forma en que lo hizo asegurando públicamente que jamás tuvo intenciones siquiera de reunirse con él. Así, el hombre que presumía de haber podido ganarle en las urnas provinciales a Cristina Kirchner hace apenas dos años recibía una doble derrota en menos de 48 horas: sus compañeros lo abandonaban y sus pretendidos nuevos aliados lo negaban antes de que sonara la hora en la que “cantara el gallo” para cerrar los frente electorales.
Massa pensó que había pavimentado para sí la avenida del medio en la que políticamente se pudiese transitar entre el kirchnerismo dogmático y la oposición también dogmática. Nunca entendió que, en su breve irrupción electoral, apenas había podido marcar el sendero polvoriento en la selva que significa la política argentina. “Se la creyó muy rápido”, dicen sus asesores (ahora ex) más críticos. “Me dediqué demasiado a la rosca y me alejé de la gente”, dice él mismo. Como sea, nunca debió dejar de mirar los manuales de la historia y ver que el peronismo no conoce de lealtades de alta filosofía. Se sabe que quien maneja la chequera es más fuerte que el dueño de las convicciones programáticas.
El gobierno consiguió pilotear con no poca estabilidad económica estos últimos doce meses y eso alcanzó para que los que repartían pronósticos agoreros se quedaran sin discurso. “Y sin dinero”, explica el mismo intendente que plantó a Massa. La Casa Rosada puede financiar las campañas electorales de muchos jefes comunales que van por la reelección y garantizarle mantener sus puestos. El poder de cualquier oficialismo.
Macri actuó drásticamente y, en vez de calzarse el traje de víctima por ser el conservador no querido por los otros, lo marcó a Massa como su límite. “Hasta aquí llego”, le dijo a un empresario del sector automotriz que lo alentaba a consagrar al tigrense como candidato a gobernador. Dicen los que estuvieron en ese encuentro que su tono fue duro, de pocos amigos, inédito en su estilo. “Con Massa no quiero saber nada. ¿Está claro?”, le dijo al hombre de la industria. Los representantes de algunos grupos económicos creen que esto fue el pasaporte para que el kirchnerismo en general y Daniel Scioli en particular se alcen con el triunfo en este 2015. Él cree que si eso pasa no será por su culpa y sus decisiones sino porque, evidentemente, el electorado nacional no asume el riesgo de salirse del brete de este peronismo que critica en público pero justifica como medio para garantizar un fin de poca ambición. “Los argentinos, y especialmente ustedes los empresarios, se la pasan hablando de institucionalidad, república, alternancia y seguridad jurídica”, le dijo Macri al mismo empresario. “Massa fue parte de eso criticado. Si quieren cambiar, no me obliguen a transar con uno de los protagonistas de lo que aseguran no les gusta y cambien en serio”, sentenció el hombre del PRO. Evidentemente hay otro Mauricio que juega distinto de caras al sillón presidencial.
¿Puede aún “bajarse” Massa de la carrera presidencial? Puede. Ya no para conseguir algo él sino para colar en las listas bonaerenses a sus seguidores como estrategia de rearme post 2015.
Del lado del oficialismo la euforia volvió a los despachos del poder. Se exhiben y revolean encuestas, sondeos e índices de todo tipo. Incluso defendiendo el disparatado supuesto nivel menor de pobres autóctonos respecto de Suecia o Alemania. Habría que recordar que esos números no fueron brindados por la FAO sino reproducidos por ese organismo de las mediciones del Indec, tan confiable, como se sabe. Bastaría decir que el sentido común no necesita de explicaciones. Sí hacen falta, cuando se lo niega impúdicamente.
La versiones son diversas y van desde una Cristina aspirando a una banca de diputada para repetir la historia de su marido cuando dejó la presidencia y se sentó al lado del entonces jefe de bloque de Agustín Rossi (de paso: al ministro de defensa se lo descuenta en la lista de legisladores santafesina), hasta un Máximo Kirchner secundando a Daniel Scioli como candidato a vice. El intento de conseguir la bendición de la madre con el apoyo al hijo fue muy evidente por estos días cuando hasta Florencio Randazzo coqueteó con su nombre. Para ser sinceros, nadie sabe qué sucederá. Y no por falta de búsqueda de información sino simplemente porque el kirchnerismo se ha cerrado en la lapicera de la presidente que va a escribir de puño y letra los nombres de todo: desde su sucesor hasta de un lejano legislador provincial. No deja de ser impactante la mansedumbre de gran parte de los dirigentes que gritan en público la democratización de la política y la amplitud del “modelo” y a la hora de aceptar el mandato, discrecional a veces y arbitrario otras, de la doctora Kirchner obedecen sin el menor respeto por su convicción personal.
El foco en Santa Fe. Nuestra provincia es hoy mirada desde la Casa Rosada como parte de la campaña antes que como fenómeno de suma y resta para octubre. Ya se dijo en esta columna que las opciones provinciales tienen un color muy local caracterizadas por una división en tercios entre el socialismo, el PRO y el peronismo y las opciones de cambio o continuidad son distintas a nivel nacional. Si hoy triunfa Lifschitz, el gobierno no ahondará tanto en los adjetivos de crítica hacia el PS y en cambio preferirá fustigar a Mauricio Macri describiéndolo como un mero jefe porteño que no logra hacer pie ni en distritos tan urbanizados como Santa Fe. Algunos, aventura, creen que en los últimos días de campaña la presidenta pidió a sus partidarios moderar las críticas sobre la gestión de Antonio Bonfatti.
Si en las urnas se impone Miguel del Sel, se utilizarán dos estrategias: la de echar todas las culpas al socialismo que no supo gestionar y a ridiculizar al candidato diciendo que capitalizó aquella mala gestión aún no conociendo ni lo más elemental de la política. De esta forma, tratará de mitigar el evidente impacto de una derrota del peronismo, que no logró aglutinarse detrás de la defensa del “modelo” ni enamorar con sus dirigentes.
Ojalá que en este domingo de las urnas surja un nuevo gobierno que entienda ya que la provincia necesita de seguridad urgente, cambio de políticas que combatan la soberbia y la sordera política pero siempre en manos de gestores que sepan del tema, conozcan de la administración y entiendan que la decencia y seriedad son valores imprescindibles.