Quien haya leído el suplemento Señales y ahora se encuentre con esta columna sobre "Lost" podrá catalogarme como el loquito de los náufragos, pero bueno, es verdad, esta columna también habla sobre el programa de TV, pero no del todo.
Por Hernán Maglione
Quien haya leído el suplemento Señales y ahora se encuentre con esta columna sobre "Lost" podrá catalogarme como el loquito de los náufragos, pero bueno, es verdad, esta columna también habla sobre el programa de TV, pero no del todo.
Me pasaba cada vez que terminaba de ver un capítulo de "Lost". Esa serie (alguno lo debe haber notado) logra alborotar mis neuronas, son cachetazos permanentes que desafían a estar lúcido, atento por cuarenta y dos infinitos minutos plagados de metamensajes, ironías y guiños, símbolos reveladores, historias cruzadas en tiempo y espacio, claves semiocultas que solamente acercan más preguntas.
Esos finales de capítulo (¡esos finales!) me disparan tantas certezas como dudas. Desde ya, no se trata de los secretos del universo ni mucho menos la revelación del sentido de la vida, pero allá voy yo, cada vez, todavía con las ideas en ebullición, en busca de una respuesta en los blogs. Hay miles de sitios dedicados a los perdidos, y entre blogueros y usuarios aparecen teorías inverosímiles, detalles que parecían menores y se convierten en un complejo mundo de posibilidades, simetrías con las civilizaciones más ricas de la historia, o con autores de la talla de Asimov, Bioy o Hawking, o incluso con La Biblia...
Apago la computadora y mis ideas ya no son las mismas. Internet me sembró más preguntas, ese gran cerebro colectivo me terminó por sumergir en el océano de la diversidad, todas esas teorías ahora son mías y mis teorías son de internet, de cada uno que la hace, de la Web 2.0, del Gran Hermano que todo lo sabe (el de Orwell, claro, no el reality) , el que sin mí y sin todos los yo del planeta no sería nada, apenas blogs vacíos, una webcam apuntando a la oscuridad.
Y, entonces sí, hablo de "Lost" como podría pasearme por cualquier tema del universo: arte, cocina, consumismo, entes paralelos, gatillo fácil, ecología, origami, la escala diatónica mayor, la vida salvaje en la sabana, la ola Pororoca del Amazonas y los peinados de los rockeros californianos. Todo está allí, todo es información, más de la que seremos capaces de aprehender a lo largo de toda nuestra vida. Y esa información, la biblioteca más grande la historia, la Alejandría que no pudo ser, está hecha por nosotros.
"No tenés nada qué hacer, ¿no?", es la frase que suelen elegir mis ocasionales interlocutores cuando comento mis colaboraciones con la 2.0. Pero la verdad es que prefiero ser partícipe activo de la era digital y no dejar pasar el tiempo jugando videogames y viendo videos de YouTube. Me gustan los jueguitos, me gusta mirar videos. Pero quiero programar esos juegos, quiero editar esos videos, corregir Wikipedia, abrir tantos blogs como me sea posible, comentar, opinar, compartir, crear modelos 3D para Google Earth y subir fotos con licencia Creative Commons.
Siento que voy a estar eternamente en deuda con la Web 2.0, y quizás todo lo que pague con mi aporte sirva para que otros sientan esa "culpa constructiva" y hagan todavía más infinita a la red.
No falta nada para la última temporada de "Lost". Ya tengo mis suscripciones RSS y mis marcadores listos para intentar develar qué habrán querido decir con el humo negro, los números malditos y lo que yace bajo la sombra de la estatua. ¿Alguien se imagina un futuro sin internet? Yo no. Ya no.
Y prometo solemnemente no hablar más de "Lost". O al menos lo voy a intentar.