Los ex mandatarios, los pesos pesado de la política, a veces son como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. La cita que alguna vez expresó Felipe González en referencia a los presidentes que habían dejado el poder puede extenderse a otros protagonistas. Y, perfectamente, encallar en la política nacional y provincial.
El presente político en los partidos o frentes demuestran realidades bifrontes, en algunos casos, o diferencias de anclaje ideológico, en otros. De cara a los comicios de 2017 en el mediano plazo y de relación con el gobierno nacional en el presente continuo, el socialismo santafesino deberá componer una relación con el gobernador que impida traumas.
De esas cosas, entre otras, hablaron el presidente Mauricio Macri y Miguel Lifschitz algunas de las veces que se encontraron cara a cara. El contenido puntual de esas conversaciones, su textualidad y derivación política depende del interlocutor que relate el off. Lo empírico es que Lifschitz necesita cumplir el pedido que le hizo Macri: serenar los ánimos y sacarles volumen a los entornos que dificultan "la construcción de confianza", como admitió el jefe de Gabinete, Marcos Peña, a LaCapital.
Mano a mano. En uno de los encuentros, cuando el titular de la Casa Rosada lo reprendió a Lifschitz por la vocinglería declarativa de ministros del gabinete y hasta del propio Antonio Bonfatti, el gobernador le actualizó al presidente las críticas y los ataques de dirigentes del PRO santafesino.
La fumata blanca módica que resultó tras los constantes cara a cara (Macri y Lifschitz ya se vieron más en 9 meses que Bonfatti y Cristina Kirchner en 4 años) se traduce por estos días en la calma declarativa de los funcionarios. Hasta el iracundo ministro de la Producción antimacrista, Luis Contigiani, ha bajado los decibeles.
Es obvio que para el gobernador resulta mucho más fácil disciplinar a sus fusibles que a los dirigentes partidarios y, en ese sentido, cobra interés saber cómo actuará Bonfatti, titular del PS a nivel nacional, ex gobernador y presidente de la Cámara de Diputados de la provincia.
Por lo pronto, en la entrevista del domingo pasado en LaCapital, Bonfatti no se guardó nada contra la política económica del gobierno nacional y responsabilizó al oficialismo de atacarlo para sacar tajada política en Santa Fe. El ex gobernador, por ahora, no muestra demasiado interés en pelear por una banca a diputado nacional, aunque para el socialismo resultará imprescindible que encabece la lista.
En verdad, en el socialismo siempre apostaron a la división programada entre el bueno y el malo respecto de los posicionamientos con los gobiernos nacionales. Más de una vez, cuando gobernaba Bonfatti la provincia, fueron Binner y Lifschitz las espadas más críticas contra Cristina.
Pero algo cambió como para que esa estrategia se mantenga en el tiempo: el socialismo santafesino fue desde 2003 una alternativa al kirchnerismo en la provincia, que le permitió captar votos, incluso, de una franja que no se consideraba progresista pero que se reconfortaba al impedir que Cristina, como Néstor antes, pusieran a la provincia bajo su suela. Con la aparición del PRO, ese voto se le escurrió al Frente Progresista en buena proporción.
Hay quienes creen en el análisis político que al Frente Progresista le será imposible seguir ganando elecciones sin el regreso de ese voto urbano desideologizado de clase media, que alguna vez se sintió orgulloso de pertenecer a "la Barcelona rosarina".
Sin embargo, hay otra lectura que predomina en el socialismo: esos votos se fueron y no regresarán. Por ende, sostienen que hay que trabajar en la construcción de un polo de centroizquierda, pero sin olvidar a sectores peronistas que se quedaron sin referencia. A ese fin, el socialismo no tiene otro horizonte político que la ocupación de la vereda de enfrente de Cambiemos, con lanzas y oropeles. No será de costo cero el debate que se viene.
La sorpresa. Como respuesta a la táctica catch all (atrapalotodo) de Macri, en el PRO intentan no romper los puentes: como hace poco tiempo José Corral, por estas horas el coordinador de la Fundación Pensar, Agapito Blanco, declaró que el socialismo y Omar Perotti deberían estar en Cambiemos. Contigiani los sacó carpiendo, con todo un desiderátum progre. Eduardo Di Pollina, referencia de peso en la estructura partidaria, también pateó a las nubes esa posibilidad (ver Sección Política, página 14).
Esa contraposición de creencias se hace mucho más visible y estentórea en el peronismo. Cristina es un jarrón chino en todo el sentido de la expresión que vertió Felipe González. En el PJ saben que no hay forma posible de convertirse en alternativa real y concreta de poder con el kirchnerismo, pero comienzan a comprobar que sin el poder de fuego que le queda a la ex presidenta en la provincia de Buenos Aires tampoco podrán hacerse grandes expectativas. Al menos por ahora.
Sergio Massa también tiene un interrogante. ¿Cómo evitar participar de los comicios de mitad de mandato si no hay 2019 sin 2017? Sin embargo, nada indica con certeza que el líder del Frente Renovador pueda alzarse triunfante en la provincia de Buenos Aires. María Eugenia Vidal parece imantada con su imagen positiva, comparte potenciales votantes con Cambiemos y el peronismo no se le va a rendir tan fácilmente a sus pies.
¿Qué hará Elisa Carrió? Es un interrogante que se formulan Macri, Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. La decisión de Lilita puede modificar tableros y sistema de alianzas.
La política electoral que se viene aún es un gran rompecabezas para armar.